Cuesta calibrar los niveles de tedio que por fuerza tuvo que alcanzar Rajoy durante su último encuentro secreto con Urkullu, un hombre que, por otra parte, siempre parece estar pensando en otras cosas cuando habla. La Moncloa fue testigo del duelo entre dos líderes políticos que rivalizan en hieratismo con las estatuas vivientes de las Ramblas. Quienes plantearon el conflicto vasco -ausentes en la cita- en términos bélicos deberían asumir que por costumbre el final de las guerras no los decreta los que las pierden, sino los que las ganan. Si en la política penitenciaria del Gobierno hay trazas de venganza es tan sólo en términos vicarios ya que Rajoy carece de autonomía en este terreno y en política al menos, los intereses tienden a suplir a los principios por férreos que éstos sean. En otras palabras: Rajoy no cambiará la situación de los presos porque no hay razón alguna para hacerlo: cambiándola no tiene nada que ganar y manteniéndola no tiene nada que perder. La ecuación da como resultado cero, es decir, la inacción, territorio Mariano por excelencia. “Soy metálico en el jardín botánico”, canturrearía Rajoy mientras se atilda las uñas con la esquina de los folios entregados por Urkullu. Por encima de solucionar conflictos, la primera obligación de todo político es no perder las elecciones y sólo a partir de ahí, la segunda es ganarlas. Todo esto no significa que los esfuerzos y la dedicación con los que el lehendakari se aplica a la confección de documentos y a la concertación de citas discretas vayan a caer en saco roto. Los viejos pioneros de Hollywood ya demostraron que cuando todo permanece quieto, basta con colocar las figuras estáticas sobre un pantalla con imágenes en movimiento para que el espectador perciba que está presenciando una trepidante galopada.
El mapa político vasco no es el español. Nunca ha sido una partida a dos, y menos en esta ocasión, con los llamados partidos emergentes en la disputa. El primer día de campaña ha arrancado con la seguridad de que el reparto final de escaños puede ser aún más fragmentado. Solo podrán sumar los nuevos; para el resto, mantenerse sería un éxito.
En anteriores campañas, con el piloto automático puesto, algún portavoz de los denominados partidos emergentes ya dejó caer por estos lares que «también en Euskadi» había que acabar con el bipartidismo. Se refería, claro está, a la Comunidad Autónoma Vasca, aunque la afirmación sería igual de confusa para la Comunidad Foral de Navarra. Difícilmente se puede hablar de bipartidismo en nuestro país, aunque sí, en términos estratégicos, de dos posiciones políticas enfrentadas, la de aquellas fuerzas que apuntalan el status quo vigente y la de aquellas otras que pretenden cambios profundos. Pero, en la configuración del mapa electoral, nada más lejos del bipartidismo que la realidad del conjunto de las cuatro provincias y la de cada una de ellas.
Las encuestas que se anuncian para los próximos días, después del poco fiable sondeo del CIS, se disponen ya a reflejar una foto en este inicio de campaña. Y, así, los candidatos que han cumplido con su primer día de caza del voto miran con el rabillo del ojo los datos que ya circulan en las empresas dedicadas a la demoscopia, las redacciones de medios de comunicación y las sedes de partidos políticos.
Saben todos que va a tocar a menos, por lo que mantener el número de diputados ya sería un éxito para las fuerzas que más resueltas anduvieron hace cuatro años, en especial aquel campante PP. Creadores de opinión y la encuesta reciente de Lakua –que dio fuelle a Podemos pese a estar perdiéndolo en el Estado– apuntan que, a diferencia de allí, quien puede rascar es la opción morada y no Ciudadanos. El discurso sobre el Concierto y el Convenio de este último chirría demasiado. Para que quedasen pocas dudas también ha desdeñado declaraciones institucionales a favor del euskara con motivo del día de la lengua.
El contrapunto, en defensa del Concierto, lo ha dado el PNV y, respecto al euskara, EH Bildu. Andoni Ortuzar ha destacado que el Concierto sufre «un ataque injusto, antivasco y antidemocrático», y los independentistas se han concentrado ante la Delegación del Gobierno en Donostia para denunciar los ataques que sufre la lengua vasca por parte del ínclito Carlos Urquijo. En todo caso, la réplica de ambas fuerzas no tiene visos de propiciar por el momento confluencia alguna, pues mientras los jelkides ponen sus esperanzas en poder pactar con quienes muestran semejantes aires recentralizadores, en EH Bildu se apuesta por echar a andar con un proceso unilateral. La candidata Onintza Enbeita ha abogado por «acumular fuerzas independentistas» para ir a la «ruptura democrática y la confrontación política» con el Estado para lograr que se respete la voluntad de la sociedad vasca.
Ese debate de cómo abordar el futuro vasco puede quedar sepultado estos días por la avalancha de declaraciones, encuestas y noticias relacionadas con la aritmética para la conformación del Gobierno español, pero no convendría perderlo de vista, pues es lo que debiera marcar la agenda en los próximos meses.
Aunque difícilmente puedan evitar esa ola monotemática sobre quién gobernará el Estado español que lo inundará todo los próximos quince días, nueve organizaciones políticas de Euskal Herria, Països Catalans, Galiza, Canarias, Aragón, Asturias y Castilla han suscrito un manifiesto en el que se comprometen a trabajar conjuntamente para romper con «el modelo de Estado consagrado por la Constitución» y a impulsar la puesta en marcha de «procesos constituyentes populares, radicalmente sociales y democráticos» en sus naciones. Resulta reseñable que EH Bildu haya coincidido con todos sus aliados naturales de Catalunya –tanto los de EA y Aralar como los de Sortu y Alternatiba– en esta iniciativa. Firman ERC y la CUP, que aún no han logrado un acuerdo sobre investidura que desbloquee la situación del proceso catalán.