2 comentarios en “El talento de Mr. Andrés Rábago García”

  1. Es urgente desarmar a los violentos antes de que ocurra una desgracia. Y puestos a desarmar, empecemos por quitarle la pistola a los policías que intervienen en protestas ciudadanas. Lo digo muy en serio: después del calentón de estos días, viendo que ya ha habido dos armas desenfundadas, y a la vista del estado de ánimo de algunos agentes, es una irresponsabilidad que en la próxima manifestación los antidisturbios lleven un arma de fuego en la cartuchera.

    En ninguna manifestación de los últimos años ha habido necesidad de disparar. Tampoco en la del pasado sábado, donde por mucho que se repita no estuvo en riesgo la vida de ningún policía. No más de lo que lo haya podido estar la vida de muchos manifestantes en estos años, cuando un porrazo o un pelotazo mal dados podían haber causado más que heridas. Las unidades antidisturbios tienen recursos suficientes para neutralizar cualquier situación sin necesidad de disparar, así que dejen las pistolas en el armero antes de ponerse el casco la próxima vez, y nos ahorramos accidentes.

    El siguiente paso en el desarme de los violentos es el desarme verbal, para desactivar esa otra violencia: la de quienes desde el sábado repiten una y otra vez que se está rifando un muerto, que los “violentos” buscan un policía muerto o un cadáver propio para incendiar más la calle, e insisten en informaciones que se acaban demostrando falsas, pero que siempre contienen el mismo lenguaje: matar, muertos.

    Ayer hablaba el director general de la Policía de “ escalada de violencia”, y la primera escalada de violencia que hay que detener cuanto antes es la verbal: los ánimos de unos y otros están demasiado encendidos, y no admiten una sola gota de gasolina retórica. Tanto los manifestantes que llevan años aguantando golpes, como los agentes que el otro día se llevaron lo suyo, y los policías que no recibieron pero se sienten solidarios con sus compañeros, necesitan ser enfriados antes del próximo enfrentamiento.

    La dramatización no beneficia a nadie. Y por mucho que repitan una y otra vez los vídeos del sábado, hay que decir que el 22M no pasó nada tan excepcional. El parte médico final fue el mismo de tantas manifestaciones en los últimos años: dientes rotos, cabezas abiertas, traumatismos, conmociones cerebrales. La única diferencia fue que esta vez el dolor estuvo más repartido: recibieron también los policías, mientras que los manifestantes (que también se llevaron lo suyo el sábado) llevan años recibiendo porrazos, pelotazos, patadas.

    En ese dolor mal repartido de los últimos años, la mayoría de las veces se trató de ciudadanos agredidos sin provocación previa, sin estar encapuchados ni haber lanzado una sola piedra. La colección de imágenes de abusos policiales está ahí para quien quiera verla, y también ayuda a entender lo que sucedió el sábado: cómo además de los infiltrados propios y ajenos pudo haber también manifestantes que, sin estar en la primera fila, sin venir de casa con piedras en los bolsillos, se quedaron allí, abultaron la retaguardia, jalearon los ataques a la policía o incluso tiraron alguna piedra. ¿A alguien le sorprende, después de tantos golpes, multas, detenciones e identificaciones indiscriminadas, redadas, maltrato, chulería y sobre todo impunidad?

    Para completar el desarme, habría que desarmar también a quienes tiran piedras o arrancan señales de tráfico para golpear, por supuesto. Pero ese desarme no es tan sencillo, no se resuelve con un cacheo, ya que la calle es un arsenal contundente al alcance de cualquiera. Lo difícil es desarmar los argumentos con que algunos justifican el apaleo al policía: el historial de golpes recibidos, la criminalización de la protesta –incluida la pacífica-, la falta de vías democráticas para encauzar el malestar, el menosprecio de los gobernantes, el saqueo y la impunidad que llaman crisis. Todo eso va en la mochila de algunos “violentos”, y nadie parece interesado en desarmarlos de argumentos, quitarles los motivos para usar la violencia.

    Insisto: estamos a tiempo de evitar ese muerto que algunos lamentan sin que se haya producido. Pero para eso hay que desarmar cuanto antes a los violentos. Antes de que sea tarde.

  2. Las necesarias marchas de la dignidad

    Durante este fin de semana, más de dos millones de ciudadanos procedentes de todos los pueblos que constituyen España confluyeron en Madrid (donde está la sede central del Estado español) para protestar contra un Estado que no les representa y que está imponiendo unas políticas públicas a la población que están dañando enormemente el bienestar y calidad de vida de las clases populares, sin que exista ningún mandato popular para que se realicen (puesto que no estaban en el programa electoral de los partidos gobernantes), y, por lo tanto, carentes de legitimidad democrática. Tales políticas de austeridad y reducción, cuando no eliminación, de derechos sociales, laborales y políticos, han respondido a las instrucciones de la Troika (la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional), dominada por intereses financieros que configuran unas políticas que benefician predominantemente a la banca junto a otros establishments financieros, así como a grupos económicos, mediáticos y políticos que, en la práctica, gobiernan el país. El Manifiesto de estas marchas representa un documento de denuncia a este Estado, denuncia procedente predominantemente de las clases trabajadoras de las distintas partes del país que constituyen el eje de la España real, pluricéntrica, laica, democrática, con una diversidad social y nacional que la enriquece, unidas ahora frente a un Estado que domina y asfixia a los distintos pueblos de España.

    Predeciblemente, el gobierno del Partido Popular, el más reaccionario de los existentes en la Europa Occidental y uno de los más corruptos, con una sensibilidad política que, según el panorama político europeo, corresponde a la ultraderecha, está desmontando el ya escasamente financiado Estado del Bienestar español, redistribuyendo la riqueza a favor de los poderosos a costa de las clases populares, y reduciendo incluso más la calidad del sistema democrático español, ya en sí muy insuficiente debido a la Transición inmodélica de la dictadura a la democracia que se hizo bajo el enorme dominio de las fuerzas conservadoras, herederas de las que controlaban el Estado dictatorial. El partido gobernante, continuador de estas fuerzas, carece de sensibilidad democrática y está recentralizando y empobreciendo (de un modo nunca visto antes durante el periodo llamado democrático) su Estado del Bienestar, todo ello al servicio de unos intereses financieros y económicos minoritarios y particulares, y a costa de los intereses generales de la población.

    La denuncia del Estado resultado de la Transición, punto central de las marchas

    Las Marchas de la dignidad denunciaron estos hechos, exigiendo una democracia real, con el desarrollo de instituciones representativas junto a formas de participación directa de la ciudadanía, incluyendo el derecho a decidir de los pueblos. Esta es la España popular y republicana, heredera de todas las luchas que hicieron posibles los avances políticos y sociales del país y que se expresaban a lo largo del territorio español a través de movimientos sociales que gozaron y gozan de gran apoyo popular. La enorme simpatía y apoyo que las marchas tuvieron a lo largo de estos días (ignorados por los medios), reflejan claramente el sentido popular.

    El otro partido al que el sesgado sistema electoral convierte, junto con el PP, en partido mayoritario, es decir, el PSOE, respondió a las marchas de manera distinta según cuál fuera la posición jerárquica de cada miembro en el aparato de aquel partido. Sus bases populares apoyaron en su mayoría las marchas, las denuncias que realizaron y las demandas que exigieron. La dirección y las élites gobernantes del partido intentaron, de forma oportunista, apoyar la marcha, olvidando, sin embargo, que las marchas los incluían en su denuncia, pues muchas de las políticas que denunciaban se habían iniciado durante su mandato, incluyendo el cambio de la Constitución que exigía como primera prioridad el pago de la deuda, una deuda escandalosamente alta como consecuencia del comportamiento especulativo de la banca, favorecida, por cierto, por las políticas del Banco de España, como toda la evidencia científica existente muestra. Es extraordinario que la dirección del PSOE no haya hecho ninguna autocrítica del gobierno socialista presidido por Zapatero, uno de los presidentes más impopulares (en el momento de su retirada) que haya tenido España, siendo uno de sus vicepresidentes el que ahora es el actual secretario general del partido, una situación que no variará con un nuevo cambio de personajes, pues la mayoría de posibles sucesores fueron parte –a distintos niveles– de aquel aparato, compartiendo sus políticas.

    Como era de esperar, la hostilidad por parte del gobierno PP y las declaraciones de adhesión (oportunistas) del equipo dirigente del PSOE han sido las notas más visibles en los medios de información y persuasión del establishment español que, además de ignorar el contenido del manifiesto (el documento más importante que se ha escrito en estos últimos años y que marca una pauta de cambio en las fuerzas progresistas del país), se han centrado en los actos violentos ocurridos, los cuales han sido sumamente minoritarios y han favorecido que se desviara la atención mediática hacia la periferia, dejando de lado lo esencial de las marchas.

    El significado histórico de las marchas

    Estas marchas, unas de las más grandes que hayan tenido lugar en Madrid, tal como han indicado muchos medios extranjeros, son un movimiento histórico que establece un antes y un después. Eran la España real, la España de los distintos pueblos, hermanados en su denuncia de un Estado que no es su Estado, que es un Estado impuesto a la población, que ha perdido legitimidad, y que ha vendido su soberanía a los intereses financieros y económicos que continúan optimizando sus intereses a costa de los de las clases trabajadoras, que están sufriendo en sus propias carnes las consecuencias de su codicia. Estos más de dos millones, y muchos otros que les vitorearon durante las marchas, están de acuerdo con el eslogan del 15M “no nos representan”. Ellos son los herederos de la España republicana que luchó por la democracia y la justicia social durante la II República, que los golpistas fascistas interrumpieron con un golpe de Estado que triunfó gracias a la ayuda del nazismo alemán y del fascismo italiano, sin cuyo apoyo jamás habrían vencido. Son también los herederos de los que lucharon en la resistencia antifascista contra la dictadura, una de las más crueles que existió en Europa en el siglo XX (por cada asesinato político que cometió Mussolini, Franco cometió diez mil), y son también los herederos de los que con su continua presión han ido mejorando la tan insuficiente democracia española. No es por casualidad que el mismo gobierno, el mismo Estado y el mismo establishment político y mediático del país que están imponiendo las políticas que generaron las protestas, y que niegan a los pueblos el derecho a decidir, sean prácticamente los mismos que diseñaron en su día un sistema electoral que es escasamente proporcional y que permite que un partido que solo consiguió el apoyo del 30% del voto del censo electoral tenga mayoría absoluta en las Cortes españolas. Representan las mismas fuerzas que han sido responsables del enorme retraso social de España, y son los mismos que ahora quieren reprimir físicamente y psicológicamente a las voces críticas que, con dignidad, les muestran lo que son: los herederos de aquellos que dominaron la dictadura y la Transición.

    El agotamiento final de la inmodélica Transición

    Estas marchas y su composición muestran claramente el agotamiento y fin de la inmodélica Transición, simbolizada por la muerte de uno de sus protagonistas, Adolfo Suárez, en las mismas fechas en las que han ocurrido las marchas, y que, veremos, será utilizada por el establishment españolista para poder promover una idealización de la Transición para neutralizar la popularidad que hoy tienen los críticos de dicha Transición, incluyendo las marchas del 22M.

    De ahí la enorme importancia de unas de las mayores marchas que se han visto en la capital del Reino (que contó, por cierto, con una gran simpatía y el apoyo de las clases populares de la ciudad de Madrid), que mostraron las enormes causas comunes existentes entre los distintos pueblos de España frente a un adversario común. El respeto y la estima por la diversidad no dificultaron, todo lo contrario, facilitaron el espíritu de camaradería y hermandad de las marchas. En la de Catalunya, una de las mayores marchas, se pudieron ver los componentes más arraigados en las clases populares, que compaginan sus luchas sociales con la defensa de la identidad catalana (tales como los Yayoflautas, el Procés Constituent, la PAH, y otros), y que no tienen porqué dividir y separar, sino, todo lo contrario, aunar al pueblo catalán con los otros pueblos de España, con los cuales hay tantos lazos de hermandad, no solo por los lazos familiares, sino también por una lucha común frente a este Estado que, para máxima ofensa, definió y todavía los define como la anti España. Es obsceno que las derechas, que están haciendo tanto daño a los distintos pueblos de España, se presenten como las que representan a España. Ellas, que han vendido la soberanía a la Troika, como antes la vendieron a Hitler y a Mussolini, se presentan como las defensoras de España.

    Pero el reto ya no son ellas. Su comportamiento es coherente con toda su historia. El reto es continuar esta unidad, dentro de la diversidad, para conseguir un nuevo sistema democrático en el que los intereses particulares queden supeditados a los generales, con una alianza de todos los movimientos sociales y partidos políticos para establecer una democracia real en la que el derecho a decidir, sea al nivel que sea, se convierta en la práctica común del sistema. Y las marchas del 22M, continuadoras del 15M, son los inicios de este cambio.

    Vicenç Navarro. Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra (www.vnavarro.org)

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