Ir contracorriente
Javier Olaverri llega tarde a la entrevista. Desde el mercado de La Brecha, cuenta, hasta su despacho, a unos 900 metros, en el barrio donostiarra de Gros, le han parado por la calle cuatro personas para felicitarle por su última victoria, conseguir que el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco echara por tierra la remodelación de Anoeta. Un abogado, a primera vista adusto, que en solitario, por estricta convicción moral y social y cual hereje, si se atiende a los comentarios que acompañaron a la noticia en las redes sociales tuvo la osadía de denunciar ante los tribunales la modificación ad hoc del plan urbanístico de la ciudad para la remodelación del campo donde juega la Real Sociedad. Olaverri, exparlamentario de Euskadiko Ezkerra, exconcejal de Urbanismo en San Sebastián hasta mediados de los 90 es el dolor de cabeza oficial de quienes tras él han ocupado su cargo en el Ayuntamiento guipuzcoano. La cuenta de resultados del abogado arroja un balance de una docena de casos ganados —Anoeta, la casa de El Francés, Illunbe…—, la consecuencia de quien juega en casa y enfrente, irremediablemente, siempre es el visitante, aunque, paradójicamente, sea el propio Ayuntamiento.
Un terreno de juego además, en el que por su trayectoria ha sido portero, defensa central y extremo izquierdo. El abogado responde recostado en una de las sillas de su despacho, con las piernas cruzadas, sus rasgos son afilados y de vez en cuando golpea la mesa de cristal como con impaciencia. “Si bajo Franco tenía claras algunas cosas, por qué voy a olvidarme de ellas cuando soy viejo, si algo está mal, está mal y punto”, resume el abogado, colaborador también de este periódico, cuando se le pregunta el porqué de su obsesión. Una obsesión, matiza, que le atribuye la prensa cuando le define como letrado especialista en Urbanismo cuando “eso sólo ocupa el 1% de mi vida”, precisa una persona que no necesita quién le diga en que charco saltar, él solo, siempre y cuando considere que la causa es justa, y con muchas dosis de idealismo se lanza a la batalla. “En estos temas de acción pública suelo ser el abogado y el cliente, salvo algún caso, como el de Illunbe en el que había una parte afectada y me contrató, el resto los he hecho por mi cuenta”. “En el sentido más profundo del término, Olaverri es un hombre de izquierdas, progresista que cree en el interés público y en la defensa de los intereses de los desfavorecidos”, describe Jorge Letamendía, exconcejal de Urbanismo a lo largo de 16 años con Odón Elorza, y uno de los que saben lo que es enfrentarse con el temible abogado.
Terrible en el plano profesional, porque en el personal Letamendía solo tiene palabras de elogio para resumir una relación que comenzó en los años 80, cuando ambos terminaron siendo compañeros en Euskadiko Ezkerra. “El cariño y el respeto personal ha estado siempre por encima de los desacuerdos, por otro lado, notables, que hayamos podido tener”, añade. Olaverri tiene una mente privilegiada, apuntan muchas de las fuentes consultadas, y redondea Letamendía, “es un cerebro, es un abogado afilado y sabe encontrarle punta a muchas cosas que para otros pasarían desapercibidas”. Seguirle el hilo a este abogado por resignación, —“yo ser, soy ingeniero”, se define Olaverri, que acabó estudiando Derecho por una cuestión meramente “práctica”, fue su modo de volver a integrarse en la “vida civil” tras abandonar la política activa—, resulta a ratos complicadísimo, a pesar de la velocidad con la que fluyen las palabras de su boca es como si estas fueran incapaces de acompasarse al ritmo por el que circulan las ideas en su cabeza. Para Ramón Etxezarreta, también exconcejal en el Ayuntamiento de San Sebastián y compañero de Olaverri en Euskadiko Ezkerra, la mejor palabra que puede definir al abogado es “pertinaz”.
“A Javier no le importa ir contracorriente y cuando coge un tema, lo hace hasta las últimas consecuencias, es obstinadamente pertinaz, algo, por cierto, que no sé si es una virtud o un defecto, pero lo que está claro es que ese espíritu de rebeldía le honra”, añade para recordar que en “Euskadiko Ezkerra estaba la línea oficial, la crítica y la de Javier Olaverri”. “Siempre ha sido lo que ahora se denomina verso libre”, apostilla Letamendía. Más allá del urbanismo, de obras paralizadas y de quebraderos de cabeza para quienes ostentan la concejalía del ramo, la verdadera obsesión y preocupación de Olaverri es el “déficit de democracia” que, según él, impera en este país, “no se ha llegado al nivel de democracia razonable que se debería haber alcanzado tras 30 años”, critica. “Vengo del mercado de la Brecha y cuatro personas me han parado, todos para felicitarme, ‘ya era hora de que alguien parara a estos tíos’, me han dicho. Luego están los hooligans, que me criticaran y a los que no hay que hacer caso, y después, la gran masa. Esa que directamente no sabe ni que ha habido una sentencia. El país da para poco y por eso estamos donde estamos, lo que pasa es que no funciona nada, los que tienen la obligación de defender, no defienden y así. “Esto no es lo que deseaba para mi país, ni para mis hijos, ni para mis nietos”, se revuelve Olaverri, imbuido ahora de ese halo pesimista, excesivamente pesimista que algunos le achacan, pero que, sería justo destacar, nunca le ha paralizado, siempre, o por lo menos lo ha intentando, ha luchado por disipar los nubarrones.
El abogado incansable, aquel que comenzó a ejercer cuando Euskadiko Ezkerra se terminó integrando en el PSE —porque de los suyos, según asegura, sí se podía fiar, de otros, era más complicado—, cuenta que echa de menos la política y se sonríe cuando recuerda sus años de parlamentario y “la única votación que ganamos, aunque fuera por fallo del enemigo, cuando se intentó que las ikastolas fueran la verdadera red pública vasca de educación”. “La echo de menos, pero no esta”, asegura en referencia al estado actual de la política y de algunos de sus representantes. “Me he divertido muchísimo y he trabajado muchas horas”. Le dio incluso nombre al “efecto Olaverri” una distorsión que hace que una recaudación tributaria mayor de un territorio —una buena noticia— pueda costarle mucho más dinero fruto de la legislación que regula las aportaciones. Mario Onaindía hizo unas memorias en las que decía de mi que era un salsero, ‘el inevitable Olaverri aparecía por allí con un tema, con otro, trabajaba mucho’. Cuando te gusta algo no es trabajo y además trabajar para la cosa pública, tratando cosas que tienen que ver con un país o un futuro, eso es precioso», zanja. Olaverri no parece muy dispuesto, sin embargo, a recordar sus primeros años en política, resume muy escuetamente que se exilió y volvió, a lo que añade un breve recuerdo de su primera detención, con 16 años mientras participaba en una manifestación, pero termina riéndose de nuevo. Abogado mitad jubilado, dice, irrumpe su mujer al final de la entrevista en su despacho y enciende el ordenador. Le quiere enseñar una cosa, un fotomontaje que circula por Internet en el que se le ve como Osama Bin Laden tras haber conseguido, como el futbolista que levanta la cabeza y ve al portero adelantado y dispara desde el medio del campo encajando el balón en la red, marcarle un gol a la Real Sociedad y al Ayuntamiento.