Por Jordi Borja
(se recuerda que estará con todos nosotros, mañana viernes, a las 7, en el palacio de Aiete)
¿De quién es la calle? ¿Quién hace la calle, quién la usa, para qué sirve? Un Ministro del Interior español ante un anuncio de manifestaciones aulló “la calle es mía”1 y reprimió violentamente a una concentración pacífica. La respuesta fue que al domingo siguiente la ciudadanía de la principales ciudades españolas ocupó las calles para afirmar que la “calle es nuestra, es de todos”2.
¿Qué es un puente? se preguntaba Julio Cortázar?3 Una persona caminando por un puente. La calle solo realiza su “ser calle” en la medida que es usada por la gente. La calle es a la vez una realidad concreta y una metáfora de la ciudad. La ciudad concebida como espacio público, ámbito de la ciudadanía, dónde ésta se expresa como colectividad humana. La ciudad es “la gente en la calle”.
El poder político, sea cual sea, teme a la gente en la calle. Su vocación es el “control”. En unos casos de una manera explícita, amenazadora, violenta.4 En otros casos de forma indirecta mediante priorizar la circulación, el diseño de espacios públicos que no permitieran las concentraciones (por ejemplo mediante zonas ajardinadas), permisividad ante la privatización de las calles por parte de los propietarios o ocupantes de los inmuebles adyacentes, supresión de elementos de mobiliario urbano que permiten la convivencia y el díalogo entre personas (por ejemplo los bancos), etc. Lo cual se completa con normativas de carácter represivo en aquéllas zonas más sensibles para el poder político. La gente en la calle es un potencial contrapoder. El Zócalo de Ciudad de México, la plaza emblemática que simboliza el alzamiento por la independencia, fue hasta los años 90 el espacio del poder establecido en el que estaban prohibidas las concentraciones ciudadanas. El diseño urbano en muchos casos tiene en cuenta esta voluntad represiva sobre la ciudadanía. Un caso muy evidente es el plan de Haussmann para el Paris de la segunda mitad del siglo XIX: las grandes avenidas facilitaban el uso de los carros militares y hacían poco eficaces las barricadas.
El espacio público es objeto de interés por parte de los intereses económicos. No nos referimos ahora al uso de la calle para actividades privadas lucrativas: terrazas, ambulantaje, publicidad, etc. Se trata de usos que si son limitados pueden ser compatibles con los diversas formas de utilizar el espacio público. Nos referimos al interés de los inversores y especuladores urbanos que pretenden apropiarse de espacios de vocación pública para aumentar un suelo valorizado, lo supresión de aquello que consideran desvalorización del entorno (como la presencia de población de ingresos bajos o de colectivos sociales que no complacen a los sectores altos) o la privatización de facto de espacios públicos reservados a los propietarios del entorno construido. Uno de los argumentos que “legitiman” estas operaciones es la “ideología del miedo”, la obsesión securitaria, que justifica eliminar la presencia pública de las “clases peligrosas”, como los jóvenes, los inmigrantes o los pobres.5
En España recientemente se han multiplicado las ocupaciones del espacio público como expresión de malestar social y la protesta contra las políticas gubernamentales. Los “trenes de la libertad” que salieron de las principales ciudades españolas llevaron a Madrid decenas de miles de mujeres (principalmente) que junto con la ciudadanía madrileña ocuparon el sábado 1 de febrero todo el centro de la capital. Unos días antes la “marea blanca” de los trabajadores de la sanidad que habían multiplicado su presencia en las calles consiguieron que el gobierno hiciera marcha atrás en su intento de privatizar los hospitales públicos. Y recientemente en Burgos los habitantes de un barrio periférico, Gamonal, ocupó la calle principal que les comunicaba con la ciudad. La motivación popular parece contradecir la argumentación anterior sobre el espacio público como ámbito de convivencia y cohesión de la ciudadanía.
Aparentemente el proyecto municipal suponía una mejora de la calidad de vida de la población residente. La calle-carretera se substituía por un bulevar ajardinado según un proyecto de unos arquitectos considerados de la “elite divina”. Herzog y De Meuron. Autores de proyectos exitosos y costosos como la Tate Modern Gallery de Londres y el Estadio Nacional de Pekín para los Juegos Olimpicos así como del fracasado Edificio Fórum de Barcelona, enorme caja azul destinada a grandes eventos y más propia para una megadiscoteca de los años 60. Una de sus obras más recientes es El Punto, Mega Centro Comunitario-Religioso en Ciudad Juárez. El Gamonal es un barrio con altas cifras de desocupación, con desahucios, equipamientos escasos y viviendas de baja calidad. El proyecto del alcalde no era para ellos. No solamente tenían otras urgencias. Eran conscientes que los beneficiados serían otros. Una operación ostentosa y despilfarradora de los gobernantes, una revalorización del entorno sobre el que se intervenía que generaba plusvalías privadas, unas más que probables comisiones de unos y otros. No se había contado con ellos, el alcalde les demostró su desinterés y menosprecio. Ocuparon la calle, fueron reprimidos violentamente, decenas de detenidos, resistieron y vencieron.
El caso del Gamonal es una muestra de que no basta con la calle. La calle se conquista como instrumento para otras conquistas y como bien necesario para la calidad de vida. En la ciudad todo es interdependiente. El espacio público cualificado produce un entorno de bienes y servicios para la población, pero solamente si se tienen medios para usarlos, trabajo, ingresos suficientes, vivienda y transportes. Hace 20 años estuve en Porto Alegre con el que era su “prefeito” (alcalde), Tarso Genro, promotor del presupuesto participativo y el Foro Social.6, Entonces comenté la importancia del espacio público como factor de conexión y visibilidad desde la ciudad formal del barrio marginal en el que estábamos y generador de bienestar colectivo. Pero él mostró su acuerdo y añadió ciertamente el espacio público es necesario, pero primero hay que garantizar un ingreso básico, trabajo, vivienda, agua, lo más indispensable.