Miguel Gallastegi Exprofesional y campeón manomanista, será homenajeado el próximo 21 de junio en el frontón de Miramón (Anfiteatro y Katxola)
Miguel Gallastegi abre las puertas de su memoria de pelotari y persona para rememorar momentos de su dilatada vida en los frontones, desde su debut hasta su paso a delantero durante un tiempo
Igor G. Vico – Miércoles, 28 de Mayo de 2014
La foto, de Ruben Plaza, muestra a Miguel Gallastegi, en el salón de su casa de Donostia, donde conviven sus recuerdos personales y como pelotari
Detrás de una buena ensalada de tomate, Miguel Gallastegi suelta una sonrisa al sol de mayo que viene para quedarse, o para marcharse. Porque es así, porque es caprichoso, porque su destino está en ninguna parte y lo mismo vienen los calores que las nubes secuestran sus rayos para alumbrar una tarde elegante de primavera fría en Gipuzkoa. «Ha quedado mejor tarde de lo que parecía», dice Miguel. Pura delicadeza su mirada, atravesada en el cuerpo de un hombretón que en su sonrisa guarda tardes de palabra, de frontón y mil historias grabadas. Es el tatuaje del tiempo, que parece no correr en un hombre sensato y genial de 96 años. Uno de los grandes. Le dicen Don Miguel al eibartarra, «de Amaña», al que le encanta meterse entre pecho y espalda una buena ensalada de tomate, porque le encanta. Quizá sea la receta de una vida extraordinaria, que en su mente no amarillea por el paso del tiempo. Gallastegi recuerda cada uno de los asuntos de hace más de 70 años con clarividencia casi asombrosa. «Yo debuté antes de la guerra», afirma.
Tiempos de hierro. Días en los que el cielo gris arribaba en los corazones del pueblo. ¿Qué iba a pasar? Sensaciones encontradas. Entonces, un mocetón eibartarra de planta imponente y buenas manos hizo su aparición. Recuerda Gallastegi que él debutó 15 días antes de que estallara la Guerra Civil, lejano ya el 36. «Mi forma de jugar era pegando a medio frontis, le daba a la pelota un toque especial», dice. Sin embargo, su estirón llegó años más tarde. Eibartarra de pura cepa -Miguel coteja cada día las «notas de Eibar» en la prensa- afirma que el mejor frontón que hay y ha existido es el Astelena. «Y no lo digo yo, lo dijeron los mejores pelotaris de entonces», asegura Gallastegi. Antes del debut de Miguel, recuerda, hubo una reunión de manistas en la cancha de Eibar para valorar ciertas mejoras para los pelotaris. Gallastegi fue el único de fuera de la plantilla en entrar a esa comparecencia. «Atano III y Mondragonés hablaban y comentaban que era el mejor frontón». Era junio de 1935.
«Cuando empecé, conocí a pelotaris increíbles: Onaindia, Kirru Rubio, que era muy elegante, Kortabitarte, los Atano, Urzelai, Zabala, Artaso, Irureta, los hermanos Arriarán, Mondragonés, Bolinaga, los hermanos Aulesti, Olaskoaga, Salegi, Lazkano… Éramos una buena cuadrilla», cuenta el exzaguero de Eibar, que ahora reside en Donostia muy cerca del mar. Entonces, el azkoitiarra Atano III dominaba el mano a mano. «De Mondragonés y Atano III se habla mucho. A mí me tocó jugar con los dos y eran dos fenómenos. ¿Quién era mejor? Mondragonés tenía un estilo fenómeno, pero Atano III venía pegando fuerte», revela. Cuenta Gallastegi que Mariano Juaristi tenía un estilo distinto, «era bonito de ver y uno de los más listos en la cancha que he conocido. Era, además, un gran sacador y lo hacía a tres sitios. Después tenía un segundo pelotazo bravo. Era muy bonito». Mientras que su contrincante de entonces, al que arrebató el campeonato oficioso del Manomanista, Juan Bautista Azkarate de nombre pero Mondragonés de apodo, «tenía mucha pegada y siempre daba un pelotazo encima de chapa que hacía daño. También atrasaba, cuando la pelota le venía de arriba, con facilidad hasta el siete y medio».
Con el delantero de Azkoitia como primer espada del profesionalismo manista, recuerda Gallastegi que tuvo que tomar el «tren especial» a Deba para verle antes de que él debutara. «Eran Sanrokes y tuvimos que coger el tren especial que llevaba a la playa. El frontón de Deba, entonces, tenía un camino cubierto por unos árboles y era fenomenal. No cabía ni un alfiler. El público estaba loco», rememora Gallastegi, quien evoca que jugaban «Zabala y Mondragonés contra Atano hermanos. Hasta el 12-14 fue un partido fenomenal, pero lo acabó ganando Mondragonés». Otro que recuerda es el que disputaron Atano y Txikito de Mallabia contra Etxabe IV y Urzelai.
Después de la guerra, volvió Gallastegi a las canchas porque los días entre el 36 y el 39 cercenaron su progresión. «Redebuté estando en el hospital militar», confiesa. Le habían llamado a filas y, tras pasar un sarampión muy complicado, Miguel, de salud de acero, se recuperó y regresó a Gasteiz. «Estaban ampliando el hotel frontón y yo cogí una hora de cancha. Dijeron: Aquí viene un artillero ¡Cómo pega a la pelota!. Al día siguiente fui con el farmacéutico, vino Alti y me preguntó si jugaría el tercer partido. Una semana después ya me había puesto en el festival del domingo y saqué a pelotazos al rival», relata. Por entonces, tras pasar la enfermedad que le tuvo dos semanas k.o., Miguel aún continuaba con el certificado de baja y tras el partido le llamó el director. «Ya te vi jugar», le dijo. Don Miguel le contestó que era del Club Deportivo de Eibar -de gran influencia en materia manista- y que había sido profesional, pero llegó la guerra. El director le contestó que le pidiera cualquier favor, pero que «no podía jugar estando de baja». Lo cumplió. Y regresó a las canchas.
«En un año subí cosa terrible», analiza. El germen del eterno eibartarra residió en su modo de prepararse. «Tenía bastante fuerza, pero me cuidaba en todo lo que tenía que hacer», relata. Según dice Gallastegi con una sonrisa en la comisura de sus labios, es que él pesaba alrededor de 100 kilos y, por tanto, se cansaba. «La gente decía que solo tenía un pulmón. Ya ve lo que son las cosas», revela. «Bajé de peso y me puse de 90 a 93 kilos y me noté más fresco. Jugaba contra dos en el 41 y tenía más facilidades. Hacía todo el físico por la mañana e iba a comer y a descansar. Después, por la tarde, subía hasta Arrate en un paseo de, más o menos, ocho kilómetros», añade. De ahí al estrellato. Alcanzó cotas increíbles el gigante eibarrés y tres txapelas del Manomanista lo atestiguan.
Recuerda que en 1945, en el frontón de Recoletos de Madrid, Gallastegi tuvo que darse cita con Atano III en otra gran anécdota. «Era un festival en el que se jugó a las cuatro modalidades más importantes de la pelota: remonte, cesta, pala y mano. Jugamos Atano y yo contra Kortabitarte y Onaindia, de Bizkaia», analiza. El dinero salió doble a sencillo por los vizcainos. «Pero nos tocó ganar». «Fue un exitazo y, por eso, nos invitaron a comer al restaurante Guria. Fuimos 15 y, cuando ya estábamos un poco chiflas, Atano se levantó de la mesa», prosigue Gallastegi, quien había cedido la presidencia al azkoitiarra, un hombre de pocas palabras. «Miren ustedes, yo he tenido bastantes homenajes, pero como hoy con mi amigo Miguel, en la vida. Antes nos había ganado Bizkaia y hoy hemos ganado», dijo Mariano. «Ya ve, éramos amigos y aquel día se quedó encantado», confirma Don Miguel.
Fue uno de los viajes del gran pelotari eibarrés. Y es que, fue uno de los principales valedores de los encuentros de manistas fuera de las fronteras vascas, programándose en partidos en Barcelona, Madrid, Salamanca e Iparralde, entre otros lugares. Todo empezó en noviembre de 1941. Miguel se enfrentó en su primer desafío ante una pareja contra Mondragonés padre e hijo. «Acabamos 22-21 para mí», evoca. «Vino a Eibar el encargado del frontón de Madrid y me preguntó si iría a jugar a Madrid, dije que sí y pasó el tiempo. ¡Yo ya pensaba que se le había olvidado! Más tarde regresó para pedirme que fuera en San Isidro. Jugué contra los campeones de España de entonces». Habla con gran sensibilidad Don Miguel de Irura e Izagirre, «dos chicos elegantes», que estudiaban Medicina en Salamanca y que ejercieron años después. «Fue un exitazo. Perdí 16-22, pero la gente se quedó fuera», cuenta. La revancha la jugaron en el frontón Txiki. Don Juan de Irigoyen, periodista de la época, escribió que «se había jugado a pelota a mano». De ahí, «un señor elegante, con sombrero y traje de la falange, me preguntó que si iría a Salamanca».
Olvidado en un recodo de la memoria aquel hombre, Gallastegi le volvió a ver en el Astelena. Fue hasta allí por él. Le propuso jugar en Salamanca contra un pelotari de allí y un torero, «Piti creo que se llamaba». «Cobraba 5.000 pesetas de las de entonces e iba con el hotel pagado y todo lo demás. Perdí, pero jugué la revancha en ocho días», manifiesta el eibartarra, quien apostilla que «mi juego gustaba y siempre me llamaban. Fui también a Barcelona y a Iparralde. La verdad es que me adaptaba bien a las pelotas de allá. De hecho, una de las mejores plazas era Donibane Lohizune, allí cobraba no menos de 5.000 pesetas». El cuadro que preside uno de los cuartos de la casa de Don Miguel es un retrato de él golpeando de zurda allí, en el último choque de Arambillet. «Un día que hacía mucho calor quise jugar sin camisa y no me dejaron…», sostiene entre risas.
su paso a delantero
En las aristas de la memoria de un sonriente Gallastegi existe una historia poco conocida de su vida como pelotari, cuando pasó a jugar de delantero. «En mi momento, los delanteros de Primera cobraban más que los zagueros, aunque jugáramos contra una pareja o un trío. Llegó el día en el que yo cobraba menos y siempre estábamos de bronca con la empresa por eso. Los empresarios planteaban que, si a mí me subían, se lo tendrían que subir al resto», manifiesta el eibartarra, que tomó la calle de en medio. «Les dije que me pusieran de delantero y lo hicieron. Ellos pensaban que iba a hacer el ridículo y montaron el partido entre Onaindia-Txikito de Mallabia y Etxabe VI y yo como delantero». Era un miércoles y la gente se quedó en la calle de la expectación que produjo la contienda. «Les saqué a pelotazos. Ganamos. Onaindia dijo a los empresarios que cómo le podían poner contra ese monstruo, que no jugaba más así. Jugué algún otro como delantero y volví a ser zaguero», declara Gallastegi, quien no pierde el gesto alegre. «Ahora, la pelota ya no es lo mismo. ¡Cómo han cambiado las cosas!». Palabra de leyenda.
las claves
«Cuando pesaba 100 kilos y me cansaba más, llegaron a decir que me faltaba un pulmón»
«Mi forma de jugar era pegando a medio frontis y dándole un toque especial a la pelota»
«El Astelena es el mejor frontón; no lo digo yo, lo decían ya Atano III y Mondragonés»
«Atano III era muy bonito de ver y Mondragonés tenía un pelotazo muy violento sobre chapa»
«En mi época pagaban mejor a los delanteros que a los zagueros, así que pedí el cambio»
«Cuando volví a las canchas tras la guerra estaba aún con la baja del hospital»