El rey trajo a España el mayor período de paz, prosperidad y estabilidad: se trata de un argumento incontestable que debería ayudar a la Monarquía a obtener un respaldo apabullante en un hipotético referéndum sobre la continuidad de esta forma de estado, pero en ningún caso para soslayarlo. Por ese lado, monárquicos, juancarlistas y felipistas no deberían tener nada que temer.
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Es mejor una monarquía como la sueca que una república como la siria: sin duda, pero se trata de una frase reversible cual calcetín a la que se podría dar la vuelta hasta quedar formulada tal que “es preferible una república como la francesa que una monarquía como la marroquí”.
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Juan Carlos I fue el rey que salvó la democracia: ni siquiera vale la pena entrar en discusiones sobre su papel en la ‘intentona’ golpista. En primer término, salvó su cargo, so pena de seguir los pasos hacia el exilio que previamente se vio obligado a emprender su cuñado Constantino de Grecia. Del 23-F salieron reforzados algo tan evanescente como la democracia y algo tan concreto como la monarquía.
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Fue el rey de todos los españoles: al igual que sucede con la Iglesia, para la monarquía, cualquier monarquía, no hay otro objetivo que su supervivencia en el tiempo. En el caso español, la opción escogida fue la única posible. A partir de ahí, resulta discutible que el legítimo deseo de ser el rey de todos los españoles incluya también a todos los españoles del futuro -que ya es presente- sin límite temporal y con vocación de eternidad.
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El rey ha sido el mejor embajador de España: depositar semejante responsabilidad sobre los hombros del monarca constituiría una enorme injusticia por cuanto obligaría a señalarle con el dedo cuando la imagen internacional de España repta por debajo de los niveles de bono basura. Dicho de otra forma: no se puede ovacionar el papel del soberano cuando la imagen de España es buena y obviarlo cuando es mala.
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La monarquía sale más barata que la república: para sostener semejante afirmación sería necesario un ejercicio de transparencia al que la Casa Real se ha negado rotundamente y, sin embargo, tan sencillo como la publicación del patrimonio acumulado por la Familia Real a lo largo de estos 39 años, algo que sin duda debería compadecerse con sus ingresos. Sin este dato, estamos hablando de fe ciega y superstición.
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Mejor un rey como Juan Carlos que un presidente de República como Susana Díaz o Cañete: dejando de lado el carácter revocable del cargo de presidente de la república, se trata de un apriorismo. Para calibrar los niveles de incompetencia en igualdad de condiciones, el rey debería confrontar sus argumentos con los contrarios en un debate libre. En este punto, cabe recordar que sin papeles que leer, el rey ha sido una máquina de generar desmentidos y matizaciones a posteriori, incluso en temas tan de delicados como la política antiterrorista.
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No se puede cuestionar el modelo de estado cada vez que el rey abdica: ciertamente. Pero cuando durante cuatro décadas la defensa de la monarquía no se argumenta sobre las bondades de este sistema sino sobre el dechado de virtudes -reales o inventadas- que atesora el titular de la corona, se corre el riesgo de que a la hora del relevo la ciudadanía exija las mismas condiciones al sustituto. En cualquier caso, la monarquía se basa en la legitimidad hereditaria. El reto consiste en demostrar que esa fuente de legitimidad sigue siéndolo en el siglo XXI.
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Felipe de Borbón es el príncipe mejor preparado de la Historia: ni sabemos hasta qué punto está preparado, ni -sobre todo- preparado para qué, dadas las incógnitas en torno a los retos que habrá de afrontar en el futuro. Eso sí: resultado sospechoso que se diga que este hombre es una auténtica “biblioteca andante) -tal y como se dijo ayer en la tertulia nocturna del Canal 24 horas- cuando la entrada de las cámaras en su residencia demostraron que no había un solo libro en toda la dependencia, de dimensiones considerables, dicho sea de paso. Por otra parte, resulta sospechoso que se intente dotar de base racional a lo que es una cuestión hereditaria basada en la ‘sangre azul’. La legitimidad de Felipe de Borbón para ocupar el trono es exactamente la misma en cualquier circunstancia y no varía un ápice por el hecho de que se trate de un genio o de un ceporro.
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La soberanía nacional reside en el conjunto de los españoles: cuando Rajoy repite que ni siquiera estaría en su mano autorizar una hipotética consulta catalana porque la soberanía nacional es una cuestión que atañe al conjunto de los españoles debería admitir que la forma de estado también. Si el entramado institucional español se descose después de 39 años, nada lo repararía tanto como una demostración contable de que aún obedece a la voluntad mayoritaria de los ciudadanos. Lo que los monárquicos están preparándole a Felipe de Borbón no es un reinado, es un verdadero calvario.
Tomadas de Las declinaciones del verbo ‘abdicar’ de ALBERTO MOYANO | 03-06-2014