3 comentarios en “El final de la inocencia”

  1. Bromas las justas, el rey abdica pero tiemblan los elefantes

    por Ruth Toledano
    Cuando todo el mundo se dedica hoy a valorar los hitos de su corona, quisiera hacer recuento y memoria de algunas de sus víctimas. ¿Cuántas cabezas inocentes acumula el reinado de Juan Carlos de Borbón? ¿Cuántos animales decapitados por él? La cifra es incalculable, y seguramente aumentará.

    Ahora tendrá más tiempo y libertad Juan Carlos de Borbón para dedicarse a su mayor afición: apretar el gatillo y disparar contra toda clase de animales inocentes. Su abdicación no es una buena noticia para los elefantes, que suponemos solo confían en que el ex monarca ya no se tenga en pie. Ingenuos elefantes: al Borbón ocioso y millonario podrán ponerle un taburete, sedoso y acolchado, para que dispare sentado y apenas sin mirar, regio placer.

    Así, casi sin mirar, se cargó, el impune, al pobre Mitrofán, aquel oso tranquilo al que emborracharon y soltaron (tambaleante, derrotado tras una vida de cautividad y abusos como atracción de feria) para que Juan Carlos de Borbón disparara sin dificultades contra él en aquel coto ruso adonde el rey ha ido a cazar osos porque en España está prohibido.

    Así, casi sin mirar, se cargó, el campechano, a otros nueve osos (incluida una osa preñada) en Rumanía. En su día, lo invitaba Ceaucescu a perpetrar esos crímenes.

    Así, casi sin mirar, ha debido, el furtivo, de cargarse en los Cárpatos a los lobos que aquí tanta gente de bien trata con enorme e ingrato esfuerzo de proteger de esos bajos instintos.

    Así, casi si mirar, debió de matar, el falso arrepentido, al elefante de Botsuana, aquel al que despatarraron contra un árbol para hacerse ante él la foto de la ignominia. La foto que circuló por todas partes y que en su abdicación han sacado todas las televisiones: la misma, sin embargo, por la que la Junta Electoral madrileña censuró el vídeo de campaña de PACMA. Como si no supiéramos que, con el dinero de los españoles y el amasado gracias a sus opacos negocios y a sus amigos corruptos, Juan Carlos de Borbón ha dedicado gran parte de su mucho tiempo libre a disparar para matar.

    Vean quiénes han sido sus amigos de cacerías, de animales y de las otras: Javier de la Rosa, Manuel Prado y Colón de Carvajal, Mario Conde, Alberto Alcocer, Alberto Cortina… Más tarde, Díaz Ferrán, Jaume Matas, Arturo Fernández… Esos, entre otros de similar perfil, son sus cómplices. Y cientos de animales decapitados y colgados como trofeos en la pared, así como su colección de armas, son algunas de las pruebas de sus innumerables disparos. Están en ese pabellón de caza por cuya construcción pagó Patrimonio Nacional, hemos pagado todos, 3,4 millones de euros. Ese pabellón de caza que el Gobierno del PP dijo que construírselo al rey era una inversión “de interés general”.

    Ya basta. Nadie nos preguntó si queríamos una Jefatura del Estado salpicada de sangre, de corrupción familiar y de destellos que van iluminando su turbia relación con la Transición o el intento de golpe del 23F, que solo representa a la injusticia intrínseca a esta monarquía parlamentaria, a los abusos que ponen en evidencia su obsolescencia como forma de gobierno. Con la abdicación de Juan Carlos de Borbón ha llegado el momento. La celebración de un referéndum sobre la pervivencia de la monarquía no es más que una cuestión de sensatez histórica y política.

    No queremos un rey. No queremos la herencia de un hombre al que le gusta matar. No queremos un Estado que consienta ese atraso, que fomente la violencia de la caza y de la tauromaquia, perversa pasión que el ex rey ha transmitido a Elena, su hija mayor. Queremos avanzar hacia una sociedad más ética, en la que un hombre armado que persigue animales sea repudiado: cada disparo del rey ha sido un disparo a nuestra democracia real.

    Tenemos derecho a decidir, a ser artífices y partícipes de un proceso constituyente. Somos ciudadanos, no vasallos ni presas a las que abatir. Bastante tenemos con aceptar que, en lo que respecta a sus víctimas animales, Juan Carlos de Borbón se vaya sin entregar las armas de ese pabellón y sin pedir perdón. Nos corresponde disolver su Casa.

  2. No es lo que parece

    La abdicación del rey pareció inicialmente una improvisación que se habría debido al resultado de las elecciones europeas, perjudicial para los dos partidos que sostienen el sistema político. Sin embargo claramente es una operación política muy calculada y en la que participan directamente todos los poderes además de la Casa Real: desde la banca y las grandes empresas hasta esos dos partidos y las grandes empresas de comunicación. Realmente todo el sistema económico y político español está conjurado en una misma operación para este tránsito entre padre e hijo.

    Es lógico, todo animal que muda la camisa o el caparazón es muy vulnerable en ese trance, y la abdicación en el príncipe Felipe se está dando, no hubo más remedio, en medio de una crisis profunda del Estado. Se puede estar a favor de esta Monarquía o de una República, de la continuidad del rey o de su abdicación; entiendo que hay razones para argumentar que sea conveniente la coronación del príncipe y que va a ser muy provechoso para todos, pero el modo en que se está desarrollando esa operación política es perverso por dos motivos.

    Primero, porque está ejecutando como un plan militar de guerra relámpago muy preciso, para que el adversario no tenga tiempo a reaccionar. En este caso las armas no son la aviación y los carros de combate sino los medios de comunicación, implicados en una asfixiante campaña publicitaria del rey que abdicó y del heredero. Pero aquí el adversario no es un enemigo exterior sino la opinión pública, la propia ciudadanía, por lo que es profundamente antidemocrático en origen. Si no hay nada que ocultar a la ciudadanía, si no hay nada innoble en ello, no se puede realizar ese acto tan trascendente de ese modo porque demuestra una desconfianza absoluta en una población a la que se considera súbditos sin capacidad ni responsabilidad.

    Y, segundo, porque para blindar la legitimidad de la operación se está recurriendo a argumentar esa incapacidad de la ciudadanía española diciéndole que todo se lo deben al rey. Se nos repite machaconamente que «El rey nos trajo la democracia», «nos la dio», «gracias a él tenemos libertad»… Según eso este era un país de inútiles e idiotas y el rey fue nuestro redentor y nos guió. Y eso es una gran mentira. Muchas personas que vivían entonces pueden atestiguar que no fue así, al rey lo puso Franco y reinó por imposición y, en cuanto a la sagrada Constitución, se redactó sometiéndose a las exigencias por escrito de la JUJEM. Y si esa Constitución que garantizaba libertades a pesar de esas imposiciones y si hay la libertad que haya es porque hubo una parte de la sociedad que exigía democracia. Y esa parte de la sociedad tenía presos políticos en las cárceles del régimen. Y muertos en los cementerios, casi siempre civiles. Que nos digan que el rey nos trajo la democracia es peor que faltar a la verdad, es mentir. Es una ofensa para las personas que lucharon por la libertad y es una reiterada traición a la memoria. No estamos locos, tenemos memoria aunque nos llamen imbéciles.

    En Cataluña se dio un proceso curioso en la opinión pública que registraron todas las encuestas. Muchas personas que no se tienen por nacionalistas catalanes y que vienen demandando desde hace tiempo poder decidir su futuro como catalanes acabaron llegando a la conclusión de que la independencia es la única solución a la situación histórica de Cataluña. Son personas que sin hacer ideología del independentismo en sí mismo hoy son independentistas por convicción cívica. Una cosa parecida puede ocurrir con el republicanismo como ideología y con la República como institución.

    Hay muchas las personas a quienes les parece natural poder decidir sobre la jefatura del Estado en referéndum, aunque luego muchas de esas personas votarían a favor de conservar una monarquía parlamentaria, pero viendo que se les niega explícitamente y ante esta vergonzosa imposición están basculando hacia la opinión de que sería más democrático y conveniente una república.

    En todo caso, someter a la ciudadanía a algo así es degradarla y envilecerla. Ésta es la democracia española, y es lo que debe cambiar.
    Juan Pozuelo

  3. Pensábamos que la abdicación era inoportuna y precipitada, y que dañaría la institución. Pero la sensación tras solo cinco días es que la onda expansiva se está llevando por delante a otros, no a la corona, que más bien se ha venido arriba.

    No sé si son daños colaterales, o buena puntería, pero quizás el rey Felipe VI tenga que ampliar el pabellón de caza nada más llegar a palacio, para que le quepan los trofeos y cabezas que ya está cobrándose casi sin mover un dedo. Y si no, veamos algunos efectos inmediatos de la operación sucesoria.

    Para empezar, la maniobra ha desbaratado la agenda política: nos ha cambiado el paso, pues ya no estamos debatiendo en el mismo punto que estábamos el pasado domingo, tras las europeas. El régimen ha recuperado la iniciativa, pues ahora es dueño del calendario, marca los tiempos y los próximos pasos, y nosotros vamos a remolque. Estábamos pidiendo un proceso constituyente desde abajo, y veremos si al final no nos acaban dando proceso constituyente, pero desde arriba.

    La abdicación ha supuesto también un cierre de filas mediático y político. En cuanto a lo primero, los grandes medios rivalizan en quién dobla más el espinazo. Desaparecen de la cobertura informativa las muchas sombras del reinado de Juan Carlos, se esconde el debate sobre la forma de Estado, se cargan las tintas más ridículas en la promoción del nuevo rey y señora, y se genera un estado de ánimo colectivo de fuerte carga emotiva, que prepara el terreno para que volvamos a gritarle “¡guapo!” al nuevo rey cuando lo veamos pasar.

    Mal empezamos el nuevo reinado. No aprendemos la lección: después de que décadas de blindaje, censura y adulación hacia el rey dejasen como resultado un rey (y familia) que se sentía impune porque se sabía a salvo del ojo público, los primeros pasos del nuevo rey van acompañados del mismo blindaje, censura y adulación.

    Por no hablar de otro trofeo muy codiciado, y que no sabemos si anotar al rey saliente o al entrante, o a algún cortesano más papista que el papa: la revista El Jueves, sacudida ayer por una censura empresarial que deja malherida una de las publicaciones más críticas con la monarquía y que más se ha resistido durante años a su blindaje mediático.

    La onda expansiva de la abdicación se siente también en el paisaje político, que estaba muy revuelto tras las europeas, y de pronto se reordena.

    Por un lado el PSOE, que se enfrentaba a la incertidumbre del relevo en la secretaría general y las posteriores primarias, hasta que el cambio en el trono ha impuesto la lealtad monárquica y el consenso, manejando el proceso de relevo para que ningún candidato saque los pies del tiesto, y controlando el grupo parlamentario para evitar que a algún diputado se le escape algo de ese “alma republicana” que dicen que tienen.

    En cuanto a la izquierda, la reaparición del debate república-monarquía puede parecer un regalo, pero en realidad es un regalo envenenado.

    Puede servir para que la derecha recupere votantes que todavía se espantan al oír “república”, despues de décadas construyendo un imaginario tramposo (caos, enfrentamiento, guerra civil). Soy el primero que estos días he colgado una bandera tricolor en mi balcón, pero no soy ajeno al efecto que su ondear provoca en algunos vecinos.

    En cuanto a la izquierda, la misma que un día antes estaba hablando de frente amplio y alianzas, de pronto se distancia en cuanto a los pasos a seguir. Y hasta deja de hablar el mismo lenguaje. Mientras Izquierda Unida y otras fuerzas levantan con ganas la bandera republicana, la estrategia de Podemos parece pasar una vez más por desplazar el eje del debate: si antes de las europeas se trataba de no hablar de izquierda y derecha, sino de democracia frente a saqueo; ahora se evita hablar de república contra monarquía, para situar el foco sobre la democracia y la capacidad de decisión de la ciudadanía. Puede que tengan razón, pero por ahora el efecto visible es un distanciamiento entre fuerzas que un día antes de la abdicación parecían próximas a converger, y que ahora no hablan el mismo idioma.

    Si creíamos que Felipe VI tendría dificultades para subir al trono, visto el legado de descomposición de su padre, por ahora se le ve sonreír. A él y a los monárquicos. Y tienen motivos.

  4. Debo confesar que soy republicano por tradición familiar, sentimientos y valores y que han sido los comportamientos de la monarquía los que han revivido mi republicanismo. Quizás tengan razón mis jefes al acusarme de carecer de sentido de responsabilidad de Estado y ser un peligroso enemigo de la estabilidad. Pero tengo conciencia de lo que soy y de que por ello entré en 1975 en el PSOE. Aunque no sé si hoy sobro; pero sí que… molesto.

    Para mí, la ley orgánica sobre la sucesión que vamos a discutir es más que una ley procedimental; es el eslabón necesario para dar continuidad durante el siglo a la monarquía y a los juegos de intereses que en torno a ella se producen. Por eso no comprendo que algunos hablen de nuestra identidad republicana de salón aunque luego ejerzamos de monárquicos en las grandes decisiones. ¿Así tranquilizamos la conciencia de nuestra memoria histórica?

    Me gustaría que hubiera votos de diputados del PSOE que se interpretaran como un gesto de rebeldía ante quienes aducen caprichos-amente el pacto constitucional sólo para garantizar la continuidad de la monarquía y la unidad de España. Como un gesto de protesta frente a quienes no se han molestado en salvaguardar o garantizar los derechos sociales que se han visto atacados sin una toma de posición del rey, sin influir ante otros poderes para cumplir las funciones que le encomienda el artículo 61.1 de la Constitución. Ellos, la gran derecha, han convertido la Constitución en un papel mojado y devaluado.

    ¿Nos hemos preguntado los socialistas qué ha dicho o hecho el rey, en cumplimiento de sus funciones, para hacer guardar los derechos constitucionales de la ciudadanía frente a los acuerdos ministeriales de recortes y el sufrimiento de millones de familias? Por eso confiaba que el PSOE aprovechara esta abdicación para salir ese mismo día no con el botafumeiro sino con fuerza y decisión para decir a la sociedad, al nuevo jefe de Estado y a todos los partidos que es el momento de sentarse a hablar de un nuevo pacto para la reforma seria de la Constitución. Y de hacer su revisión en el marco de un proceso de participación que culminaría en un referéndum.

    Por otra parte, mi conciencia me dice que este automatismo en la sucesión real planteada a la ciudadanía en términos continuistas y como un trágala, «porque eso ya se votó hace 36 años», no casa con el clamor de la sociedad que pide ser tenida en cuenta, más participación en las decisiones y más calidad de la democracia.

    Las declaraciones tajantes de mi compañera Soraya adelantando que no habrá libertad de voto por razones de conciencia, algo que corresponde decidir al plenario del Grupo según el articulo 33 de nuestro reglamento, entran en contradicción con la exigencia pública que hicimos al PP, hace bien poco, para que permitiera a sus diputad@s votar con libertad y en conciencia la proposición socialista de rechazo al anteproyecto de Gallardón sobre los supuestos del aborto. Es más, al final se votó en secreto en urna, una torpeza contraria a la transparencia. Sin embargo, en una votación tan importante como la que tendremos el día 18, la negación de la libertad de voto por razón de conciencia supondría una asfixia de nuestra débil democracia.

    Leyendo a los grandes dirigentes y ex del PSOE hablar del rey, me pregunto si nuestra defensa acrítica de la monarquía, nuestro olvido del papel de convidada de piedra que tiene la ciudadanía en este proceso sucesorio, como espectadora de una democracia espectáculo, no estará suponiendo un paso más en la desideologización del PSOE.

    Somos muchos los que no vamos a abdicar a la reforma constitucional ni a renunciar al debate sobre la forma de Estado. Eso sí, sin estridencias, sin demagogias –que también se están dando en búsqueda del aplauso fácil y la aventura–, con cultura y madurez democráticas. Porque es un signo de vitalidad para un país que quiere sacudirse los tabúes; aunque somos conscientes de que ni la república tiene propiedades milagrosas contra la crisis ni la monarquía es la única garantía de estabilidad y concordia entre los españoles.

    Sabemos que la democracia no es patrimonio de ninguna de las formas de Estado y que la discusión entre república o monarquía se resolverá desde el ejercicio pleno de la democracia. Pero hoy sólo me angustia saber si acertaremos a la hora de votar. De ello, seguro, algunos rendiremos cuentas.

  5. El referéndum sobre Monarquía o República es un regalo que el rey Felipe VI debería hacerse a sí mismo, puesto que con toda probabilidad lo iba a ganar. Hay riesgos que se deben tomar con grandeza. Después de todo queda una cuestión capital en el aire: ¿La Monarquía sirve o no sirve? Solo el surrealismo puede explicar que este país descalabrado, con las instituciones políticas a los pies de los caballos, necesite fiar a una institución sometida a los caprichos del guisante de Mendel, al azar ovárico-seminal, a los pleitos del corazón y líos de familia la solución del propio destino. En cierta ocasión el presidente de Suecia, Olof Palme, formuló algunas preguntas a los periodistas sobre la unidad de España. Por mi parte le dije que este país era como una salsa mayonesa, que mientras la mano del mortero, agitada por un dictador, actúa sobre ella parece ligada y uniforme, pero en cuanto la mano se detiene la salsa se corta y cada grumo se va por su lado. Olof Palme contestó: “¿Y por qué no cambian ustedes de salsa?”. La abdicación de Juan Carlos vuelve a poner en cuestión la utilidad de la Monarquía como la forma simbólica más práctica y funcional de cohesionar la dispersión soberanista a la que está sometida la mayonesa española. ¿Puede lo irracional acabar siendo pragmático? Ante la imposibilidad de cambiar de salsa, la pulsión de la República en la calle no podrá ser controlada si el nuevo Rey no se gana el puesto cada día y no legitima su cargo por sí mismo mediante actos inapelables que demuestren que está de parte de la España moderna, compuesta felizmente por distintos pueblos, lenguas y culturas, una salsa que tendrá que ligar con coraje e inteligencia. ¿Legitimarse? Para Felipe VI su 23-F se llama Cataluña.

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