Cuando llegamos a Mostar, el pasado 11 de julio, sabíamos que nos acercábamos a unos de los centros más simbólicos de la península de los Balcanes. Teníamos la conciencia también de que el puente de Mostar nos recordaría nuestra lectura de “El puente sobre el río Drina” de Ivo Andric.
Los puentes siempre tienen una carga simbólica.
Estábamos sobre el mismo eje vertical del puente, a la una del mediodía, cuando desde uno de los varios minaretes de Mostar, se recitaba, cantando, el rezo musulmán del mediodía. Fue un momento de gran emoción. Nuestra cabeza se llenó de las imágenes de la resistencia, la paz, la convivencia, la inutilidad de la guerra cruel, de la esperanza y del amor.
Stari Most, el «Viejo Puente», durante siglos no sólo ha conectado dos distritos de la ciudad, sino también a cristianos y musulmanes, occidente y oriente. El puente sobre el Drina también ha sido crisol de culturas, de religiones, de pueblos. Y los dos son un ejemplo arquitectónico, como leeremos al final de este comentario.
El de Mostar no se hizo famoso por su anchura de cuatro metros y su longitud de 28 metros, sino más bien por su atrevido arco de altura vertiginosa -tan evidente en las estampas que lo reflejan- y por su especial método de construcción progresivo. Cuando se construyó en 1.556 bajo la dirección del maestro turco Mimar Hajrudin, se le colocó el que hasta ese momento fue el mayor arco auto-soporte de piedra natural.
Mostar y Visegrad fueron oficialmente parte del Imperio Otomano hasta el tercer trimestre del siglo XIX, estas dos ciudades más tarde se convertirían en Bosnia y Herzegovina.
Cuando llegamos a Mostar pudimos ver, como en ninguna otra ciudad de Croacia, las heridas aún abiertas de la guerra. Se ve, se siente, que Bosnia no tiene la protección de occidente.
Nos enseñaron una bella casa otomana, superviviente del periodo otomano tardío, que muestra las características de los componentes de este tipo de arquitectura doméstica, con el piso superior dedicado para uso residencial, sala, habitaciones, terraza y el patio pavimentado. Después visitamos una mezquita y nos explicaron su función y sus usos.
En Mostar, aún existen algunos edificios de comercio y artesanía, sobre todo algunas tiendas en madera o piedra y bodegas de piedra. Los edificios comerciales del siglo XIX son predominantemente neoclásicos. Una serie de elementos de las fortificaciones de los primeros son visibles, como la Torre Hercegusa, que data de la época medieval, mientras que los edificios otomanos de defensa están representados por las torres Halebinovka y Tara, torres de vigilancia en los extremos del puente viejo y un tramo de las murallas.
Tanto alrededor de la construcción de Stari Most como el puente sobre el Drina han surgido muchas leyendas. Una de ellas, la más popular, es muy similar para ambas construcciones sobre los dos caudalosos ríos. Los asistentes a las tertulias de Aiete, recordaron la que describe Ivo Andric, cuando nuestra guía de Mostar nos relató la del puente de Mostar. No en vano ambos puentes se construyeron en las mismas fechas; el Stari Most fue terminado en 1566 y ese mismo año se inicia la construcción del puente de Visegrad.
La leyenda del puente de Mostar dice que el primer intento de construir un puente en los bordes de piedra sobre el profundo cañón terminó con la caída del puente a las aguas del Neretva; se dice que el sultán de Estambul amenazó con decapitar a Hajrudin si también fallaba la próxima vez.
Por este motivo, esta vez Hajrudin observó la retirada del andamiaje desde una distancia segura, bien preparado para echar a correr.
El puente no se cayó. En el transcurso del tiempo y con el caos de muchas guerras se dañó varias veces, pero sobrevivió a todas las hostilidades. Mimar Hajrudin había construido su puente para la eternidad.
Si el puente de Mostar unía las dos orillas de creyentes católicos y musulmanes, el puente sobre el Drina, recordarán los lectores de Ivo Andric, está colocado entre Serbia y Bosnia, entre el Imperio Turco y el Imperio Austro-Húngaro, allí donde se mezclan gentes de todos los dioses, uno cruza no sólo un río, cruza un tiempo en busca de los orígenes que desencadenaron guerras sucesivas a lo largo de muchos siglos en ese rincón de Europa, hasta no hace muchos años. Pero cuando uno cruza el puente sobre el Drina se encuentra también con gentes que viven su vida alejados de los grandes acontecimientos históricos, que conviven en paz, pero que inevitablemente tienen que adaptarse a los cambios sociales y políticos de los tiempos. Por ejemplo cuando Ali Hodja, un viejo, notable y sabio musulmán le responde a su contertulio, admirado éste por el nuevo ferrocarril:
“-Si vas al infierno, vale más que vayas despacio -decía, con amargura, a un joven comerciante-. Eres un imbécil, si crees que el alemán ha gastado dinero y ha introducido máquinas solamente para que puedas viajar y resolver tus asuntos más deprisa. Tú ves únicamente que te desplazas, pero no te preguntas lo que la máquina arrastra consigo, aparte de ti y de tus semejantes. Eso no puede entrarte en la cabeza. Viaja, viaja por donde quieras, pero me temo que ese viaje te proporcione uno de estos días alguna amarga decepción. Llegará el momento en que los alemanes te transportarán allá donde tú no querías ir y donde nunca habrías podido imaginar que podrías ir.”
La historia le daría la razón, desgraciadamente, unos años después a Alí Hodja.
En el puente sobre el Drina, Andric escribe con una prosa que declara su amor por la naturaleza del país, añadiendo constantemente reflexiones sobre las actitudes y el comportamiento humano. Describe las actividades de las gentes que van viendo pasar los años con una naturalidad que en la mayoría de las veces no rompe ese discurrir. Nos cuenta detalles de las culturas que conviven en esa ciudad, la diferente forma de ver la vida que tienen sus pobladores. Hay pasajes narrativos de una extrema violencia, acorde con los tiempos y los personajes que los realizan, pero pronto son olvidados por otros que relatan la vida corriente de las gentes que ven en el puente un elemento esencial en sus vidas. Y dentro del puente ese lugar llamado kapia donde las gentes se reúnen, cual si fuese un ágora griega o una galleria milanesa.
Las gentes de la tertulia nos trasportamos a esa ficción ubicada en Visegrad cuando atravesamos el singular puente sobre el caudaloso río Neretva (de muchos viajeros fue una visión frontal mientras degustaban un frugal almuerzo en las orillas del río, mientras veían a algunos jóvenes en el ejercicio atlético y turístico de tirarse al río desde lo alto del puente)
Pero la última guerra de los Balcanes truncó la leyenda y la convivencia
Durante mucho tiempo pareció que el puente sobreviviría a la guerra y a las bombas: las casas del centro de la ciudad vieja fueron destruidas, las estrechas calles quedaron en ruinas, sólo el puente seguía existiendo, como si quisiera desafiar a todo.
Los habitantes trataron de protegerlo con neumáticos construyeron un techo provisional con hojas de metal y alfombras, y a cambio el puente protegía a todos los que se atrevían a atravesarlo para ir a la única fuente que había con agua potable. El Puente de Mostar no tenía importancia estratégica en absoluto, pero era un símbolo, y por eso tenía que ser destruido. El puente resistió dos días y dos noches a un bombardeo permanente hasta que un traidor (la gente dice que fue un ingeniero que una vez había trabajado en el puente) dio la clave decisiva al enemigo: reveló el secreto del puente, su interior hueco. Los disparos certeros dirigidos a esta cámara hueca hicieron colapsar el puente. Las piedras cayeron al río Neretva y volvieron sus aguas de color rojo sangre. Es fácil adivinar el poder simbólico de este fenómeno: «La guerra hace sangrar incluso al puente».
Al final de la guerra, Mostar quedó en ruinas. No había dudas de que el puente debía ser reconstruido. Probablemente debido al carácter simbólico del puente, no hubo lugar a ambigüedades: todo debería volver a ser igual que antes de la guerra.
En primer lugar tenían que descubrir qué material se había utilizado para construir el cuerpo del puente. Los arcos, parapetos y las partes frontales del bloque rectangular estaban hechos con una piedra ligera y porosa con una superficie suave y de color marfil brillante. Al microscopio, el material tenía una estructura comparable a las huevas de pescado, que le daba el nombre: Caliza Ooid, hecha de pequeñas e individuales bolas de caliza. Estaba formada por granos marinos de arena endurecidos con el transcurso de millones de años. Esta caliza, llamada Tenelija, es una especialidad única de la región de Mostar.
Para el suelo habían empleado una caliza dolomita mucho más dura, colocada en forma de escaleras. El reforzado de los bancos se hizo con la piedra aglomerada porosa (Breca) de las orillas del Neretva.
Buceadores húngaros recuperaron muchas de las piedras que habían caído al río. Primero tenían que catalogarlas. Esto no siempre era fácil debido a que estaban seriamente dañadas en algunas partes. Después había que decidir si esas piedras podían ser reutilizadas o había que obtener de la cantera bloques nuevos de esta piedra única, si eso era posible.
Con la ayuda de un método de «eco de impacto», se revisaban los daños y roturas de las piedras recuperadas. También hubo que analizar y catalogar los nuevos bloques de la cantera de Tenelija.
Por supuesto, los investigadores querían saber por qué el puente había «sangrado» y lo descubrieron. Cuando se selló el suelo original, se empleó un mortero rosa que contenía bauxita y alumina de color marrón rojizo. Cuando cayó el puente, este material se disolvió y coloreó el agua. Hasta ahora no se ha encontrado en ninguna parte del mundo un mortero rojo comparable a éste.
Pero no sólo el material de construcción del Puente de Mostar resulta interesante, también lo es su arquitectura, como ya se sabía. La característica más sorprendente del viejo monumento era su diseño, que iba muy por delante de su tiempo y ha sido la causa de su increíble resistencia frente a los misiles, pero también fue sorprendente su caída. En contraste con otros monumentos comparables de la misma época, el Puente de Mostar es hueco por dentro, como lo es también el puente sobre el Drina, que también sufrió ataque semejante aunque no cayó la totalidad del puente, sino alguna de sus pilares huecos que llenaron de carga explosiva.
Los cuerpos huecos reducen el peso más de un 40%. Hoy en día este es el procedimiento más común para el reforzado de construcciones de cemento.
También es de destacar la conexión entre las piedras: cuatro franjas paralelas forjadas a mano hechas con abrazaderas alineadas una tras otra se colocaron sobre el caballete del arco, cada una de ellas se insertó laboriosamente dentro de la superficie de piedra: los extremos de las abrazaderas fueron dobladas en un ángulo de 90º y ensanchadas en forma de trapecio como una cola de golondrina. Como habían sido insertadas en unas bolsas esculpidas exactamente y fijadas con plomo líquido, estas conexiones sobrevivieron incluso a las increíbles fuerzas de los bombardeos y de la caída. Se pusieron más abrazaderas en las juntas verticales para darle incluso más seguridad. Para las juntas, que estaban en forma de semi-círculo, Hajrudin empleó puntas de acero forjadas a mano como un tercer refuerzo. Siguiendo la curva del arco, cada punta tenía una posición diferente, lo que supuso un gran reto para la tecnología del moldeado del plomo.
«Las detalladas pruebas metalúrgicas y metalográficas del acero histórico que realizamos para las puntas y las abrazaderas, muestran una enorme capacidad de carga, durabilidad y la función de esta conexión abrazadera-punta», afirma Stolarski.
Este es el motivo por el que se utilizó esta misma tecnología para la reconstrucción. Siguiendo los indicios que los artesanos de la piedra medievales dejaron en las superficies de la piedra, se reconstruyeron hasta las herramientas de trabajo. Gracias a los conocimientos que los artesanos tenían sobre reconstrucción de piedra antigua, se pudo reinsertar muchos de los bloques empleados originalmente.
A los análisis y estado del material y cargas, la cantidad de trabajo y técnicas manuales, se añadieron análisis sobre los efectos térmicos del plomo caliente al contacto con la superficie de la piedra Tenelija y la influencia de la saturación de las piedras con agua, para que la reconstrucción pudiera llevar a cabo con éxito, tal y como lo habían hecho antes Mimar Hajrudin y sus trabajadores.
Reconstrucción como un símbolo de paz
Un capítulo de la historia emerge de sus cenizas con el Puente de Mostar, que ahora tiene un significado especial además de su valor como herencia cultural del mundo: es un monumento y un símbolo de una terrible guerra en el mismo centro de Europa y expresa la esperanza de un futuro (más) en paz.
La casa turca que visitasteis es “La Casa Muslibegovica”. Construida en el siflo XVII, está considerada como la más hermosa casa del periodo otomano en los Balcanes. Es todo un testimonio histórico del modo de vida de una familia otomana adinerada en la época.
El viejo mercado de Mostar conserva las características del periodo otomano y se llama Kujundziluk
La mezquita que se visita es la de Koski Mehmed-pachá