Ahora que muchos disfrutan de vacaciones es un momento perfecto para dedicarse a la lectura. Javier Morales propone descubrir o redescubrir a uno de los grandes escritores de todos los tiempos, el ruso Antón Chéjov, a través, sobre todo, de sus cuentos, con una capacidad imperecedera para penetrar el alma humana.
Pasa el tiempo pero seguimos anclados a nuestras inercias infantiles. Aunque las vacaciones se estrechan cada vez más, aún pensamos en el verano como esa época de tiempo ilimitado donde todo es posible. “En verano, viajad y leed, formaos, no hagáis prácticas en los medios”, nos recomendaba a los estudiantes Pedro Sorela, uno de nuestros grandes escritores, a quien tuve la suerte de tener como profesor en primero de Periodismo de la Complutense. Le hice caso. Por circunstancias de la vida leí más que viajé, aunque al fin y al cabo la lectura no deja de ser otra forma de viajar.
Entre esos viajes literarios de mis veranos juveniles recuerdo la fascinación que sentí cuando descubrí a Faulkner. “Uno no puede escribir una novela hasta pasados los treinta”, aseguraba el autor de Palmeras salvajes, que quizás no sea su mejor novela pero sí una de mis preferidas. A los 20 año,s uno no puede entender la dimensión de esa frase y sólo lo descubre más tarde, cuando ha vivido lo suficiente. La vida, el fracaso, la sensación de que los años se nos escapan entre los dedos, nos acercan también a la lectura de algunos autores que a una edad temprana sólo nos inspiran un sano respeto por encontrarnos ante un clásico. Algo de esto cuenta Richard Ford en el prólogo a los Cuentos Imprescindibles (DeBolsillo) de Chéjov, a quien estudió en la universidad pero a quien sólo pudo comprender de verdad más tarde, en la cuarentena.
Ha pasado más de un siglo desde la muerte de Antón Chéjov (1860-1904), con apenas 44 años, cuando se encontraba en la cumbre de su carrera como narrador y autor teatral, y su figura como maestro del cuento no sólo no se ha apagado con la entrada en el nuevo siglo sino que se ha agrandado aún más si cabe. Su capacidad para penetrar en el alma humana –“No imagines sufrimientos que no hayas experimentado y no dibujes cuadros que no hayas visto, pues la mentira en un cuento es mucho más aburrida que en una conversación”, le escribió a su hermano Alexander–, y su técnica, despojada, dispuesta a exprimir lo más importante de la vida, lo han convertido en un clásico muy actual. Uno lee algunos de sus relatos como si se hubieran escrito ayer.
Hasta ahora, contábamos en castellano con buenas ediciones de sus cuentos (muy destacable la del chejoviano Richard Ford que citábamos antes), pero nos faltaba una visión general de su obra. Este empeño titánico es el que ha emprendido con Antón P. Chéjov. Cuentos completos la editorial Páginas de Espuma, un sello independiente que ha revolucionado el panorama literario español en los últimos años con su apuesta por el relato corto.
Con una excelente edición de Paul Viejo, acaba de salir el primero de los cuatro volúmenes, que reunirán la narrativa breve del escritor ruso, la que va desde 1880 a 1885, año que supone un punto de inflexión en la obra de Chéjov. Con una familia que hoy llamaríamos desestructurada, un padre alcohólico y tirano y varios hermanos, Antón, el mayor de ellos, tuvo que sacar adelante a la prole. Abandonaron su ciudad natal, Taganrog, y se trasladaron a Moscú. En la capital, mientras estudiaba medicina y para obtener dinero, el joven Antón comenzó a publicar relatos de corte humorístico en distintas publicaciones bajo el seudónimo, entre otros, de Antón Chejonté. Reúne este volumen las piezas ligeras de su primera etapa, aunque nos encontramos ya con joyas como Flores tardías, donde la melancolía y la profundidad del relato anticipan los rasgos que han convertido a Chéjov en un autor inmortal.
Los chejovianos nos encontramos ante un milagro editorial. Como señala Paul Viejo en el prólogo, ahora podremos, por fin, leer todos los cuentos de Chéjov en español, en las traducciones más destacadas. Comprobaremos cómo el medio en el que fueron publicados sus relatos, al menos los iniciales, llegó a condicionar de algún modo la técnica empleada por el autor de La dama y el perrito, algo parecido a lo que le ocurriría años después a uno de sus grandes discípulos y maestro del cuento actual, John Cheever, con sus colaboraciones en The New Yorker. La voz de Chéjov nos sigue hablando tantos años después y su mirada, nutrida de un hondo humanismo, aún nos señala los claroscuros de la vida en este mundo vertiginoso y cambiante.