“Esta crisis no se superará sin la iniciativa ciudadana”

qqqPor Ulrich Beck sociólogo, creador del concepto «sociedad del riesgo», profesor

Nada hace pensar que tras la anodina fachada de este edificio de Múnich trabaje uno de los sociólogos más destacados de la actualidad. Ulrich Beck lleva más de 30 años analizando los riesgos a los que se enfrenta la sociedad moderna. Profesor en la Universidad Ludwig-Maximilian de Múnich, en la London School of Economics y en la parisiense FMSH, Beck se esfuerza por tender puentes en una Europa en la que la crisis ha ensanchado las diferencias. Crítico con la política de la canciller Angela Merkel —a la que bautizó como Merkiavelo por su capacidad de maniobra para imponer sus recetas—, este sociólogo alemán nacido en 1944 en territorio hoy polaco aboga por los movimientos ciudadanos para responder a retos como impulsar el proyecto europeo. “Vivimos un momento decisivo para construir coaliciones de las que surjan un nuevo humanismo”, dirá durante la conversación.

Pregunta. Usted alerta contra una Europa cada vez más desigual. ¿Estamos condenados a ese modelo?

Respuesta. Aún no se ha dicho la última palabra. La desigualdad que vivimos no ha sido diseñada por un plan maestro. Es resultado de la crisis, que ha cambiado radicalmente el reparto de poderes. Gracias a su potencia económica, Alemania lleva cada vez más la batuta, algo que considero lamentable. Sin embargo, las elecciones europeas de mayo depararon una sorpresa. La batalla por la presidencia de la Comisión sirvió para introducir más democracia por la puerta de atrás.

P. Contra la voluntad de Merkel.

R. Exacto. Y más aún contra la de Cameron. Temí que la elección del presidente de la Comisión por el Parlamento no fuera posible, porque esta cesión de poder iba a chocar con la resistencia de Merkel. Pero los ciudadanos votaron a Juncker como candidato y su bloqueo por parte de los jefes de Gobierno habría supuesto un desastre para la democracia. Nadie habría vuelto a tomarse en serio unas elecciones europeas. El presidente elegido ha ganado peso político. Hasta ahora, esa posición la tenía la presidenta no elegida, Merkel. Europa se ha vuelto un poco menos alemana.

P. ¿Hasta qué punto supone un cambio real en la política europea la entrada de los socialdemócratas en el Gobierno alemán?

R. En la retórica no hay cambio. Merkel no se lo puede permitir. Pero bajo la retórica, hay una nueva interpretación de los acuerdos ya firmados. Ahora los países deudores tendrán un cierto margen de maniobra.

Los riesgos digitales hacen peligrar logros de la civilización como la libertad personal, la democracia y la justicia”

P. Hace dos años, en su libro Una Europa alemana usted vislumbraba dos posibilidades: o bien Europa supera el Estado-nación a través de la colaboración económica o bien triunfan los Gobiernos tecnocráticos en algo muy parecido al fin de la democracia. ¿De qué modelo estamos más cerca?

R. Este problema de fondo sigue sin resolverse. La Comisión Europea lleva a cabo una política tecnocrática-elitista, en abierta contradicción con los ciudadanos. Incluso los sectores que valoran Europa positivamente —los jóvenes que estudian en otro país, por ejemplo— perciben ese enemigo del monstruo burocrático de Bruselas. Y en países euroescépticos como Dinamarca o Reino Unido, la gente aprecia y usa los beneficios de la UE, pero al llegar las elecciones se convierten en enemigos de Europa. Hay que superar esa esquizofrenia.

P. Países como España, tradicionalmente muy europeístas, muestran un hartazgo creciente. ¿Cómo recuperar la confianza perdida?

R. En todos los países, especialmente en el sur, vemos esta distancia cada vez mayor con el sistema y las élites políticas, tanto nacionales como europeas. Esta desconfianza, que deslegitima las instituciones y la democracia, es la verdadera amenaza. La superación de ese vacío no provendrá de los partidos, sino de un movimiento desde abajo. ¿Por qué no surge una alianza europea de todos los afectados como daños colaterales por la política de austeridad? ¿Dónde está esa revuelta? Puede parecer utópico, pero acontecimientos recientes muestran que lo impensable sucede de repente. Sin la iniciativa de los ciudadanos y sin la visión de una Europa diferente, esta crisis no puede superarse.

P. Pero sí han surgido movimientos políticos de protesta, como Syriza en Grecia o Podemos en España, que se oponen al modelo europeo que conocemos. ¿Qué le parecen?

R. Son respuestas nacionales a la crisis, no un movimiento europeo.

P. ¿Cómo superar esa división de Europa entre norte y sur; acreedores y deudores; ricos y pobres…?

R. Hace falta un giro cosmopolita con el que mirar con los ojos de los otros, en lugar de una idea homogénea e imperialista de la política económica, como ha sido la austeridad. Me parece increíble que en los medios de comunicación alemanes casi no haya alternativas al dogmatismo de la austeridad. O en Francia. Nunca habría pensado que no hubiera una rebelión intelectual contra los postulados de la señora Le Pen. Tras lo sucedido en Francia o en Reino Unido, Alemania es ahora el poder que mantiene Europa unida. Sí, Alemania es la última esperanza de Europa. Pero eso no quiere decir que necesitemos una Europa alemana, sino lo que Thomas Mann llamó una Alemania europea.

P. Los populistas antieuropeos describen la UE como una Unión Soviética a punto de derrumbarse.

R. Los hechos contradicen esa visión. A Europa no nos mantiene unidos un demos o pueblo ni un Gobierno. La legislación es el centro de la UE. La descripción de Bruselas como una burocracia gigantesca es una leyenda errónea. La burocracia es mayor en París o Londres. Romper la estructura europea supondría un coste enorme, no solo económico sino también político y moral. Los que hablan así no han entendido Europa.

P. Hace 30 años que usted alertó por primera vez de “la sociedad del riesgo”. ¿Son hoy aún más reales esos peligros de los que habló?

R. Entonces quise llamar la atención sobre los riesgos globales surgidos del éxito de la modernidad. El accidente de Chernóbil ocurrió nada más terminar mi libro. Me conmovió ver cómo la lógica de los riesgos que yo había esbozado se veía confirmada de repente por la evolución histórica. Lo que no preví es la expansión de los riesgos, como el terrorismo o la crisis financiera. Preparo un libro en el que doy un paso más allá. Ahora argumento que hay males que generan como efecto secundario bienes comunes.

P. ¿Por qué?

R. (Risas). Esa es la pregunta crucial. Por lo que denomino “catastrofismo emancipatorio”. No hay que confundir los riesgos globales con los desastres reales, que son los que anticipan futuros desastres. Y esta anticipación tiene un enorme poder de movilización. Piense en las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. No solo originaron la exigencia ética del “nunca más Hiroshima”, sino también un cambio en la política militar. Otro ejemplo es el cambio climático. La mera percepción del desastre climático ya ha provocado un cambio enorme en la sociedad y la política en todo el mundo.

P. Pero la crisis ha hecho que los Gobiernos releguen al cambio climático a un segundo plano.

R. Es cierto, pero no es tan simple. Le voy a dar un ejemplo. Las inundaciones en Reino Unido del año pasado afectaron también a los ricos. Muchos votantes conservadores irán a las próximas elecciones con una preocupación que antes no tenían.

P. Ahora tenemos un nuevo riesgo: el digital. ¿Peligra nuestra libertad?

R. Este debate no ha sido causado por un desastre, como el de Chernóbil o Fukushima. Cuanto más global sea el control de la información, más desaparecerá la conciencia del problema. Esa es la paradoja del riesgo digital: que cuanto más cerca estemos del desastre, menos lo percibimos. Se trata de una amenaza intangible que no afecta a la vida (como el terrorismo), la supervivencia de la humanidad (el cambio climático) ni la propiedad (la crisis financiera). La violación de nuestra libertad no nos daña físicamente. Sin embargo, están en riesgo logros de la civilización como la libertad personal y la privacidad e instituciones como la democracia y la justicia. Al mismo tiempo, vemos algo inaudito. Conocemos este riesgo solo por el valor de una persona: Edward Snowden. Esto no ha ocurrido en ningún imperio.

P. El Gobierno alemán expulsó de Berlín al jefe de la CIA en respuesta al escándalo de las escuchas estadounidenses. ¿Cómo valora esta respuesta?

R. Al principio de esta conversación hemos hablado de la Europa alemana. Ahora podríamos hacerlo de una Alemania americana. De alguna forma, los estadounidenses creen que aún poseen una soberanía compartida sobre Alemania, como en la Guerra Fría. La opinión pública alemana, pero también el Gobierno, les han llevado la contraria. La Alemania europea ya no quiere ser tratada como si fuera una Alemania americana.

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