Cada vez que un político invoca a la percepción ciudadana para avalar sus diagnósticos xenófobos incurre en un error de bulto. Al fin y al cabo, el sobeteado ‘ciudadano de la calle’ percibe cada día con enorme nitidez cómo el sol gira alrededor de la Tierra, por más que la realidad sea justo la contraria. Que Maroto no es racista lo demuestra la presteza con la que acudió a fotografiarse con el efímero Lamar Odom, probablemente el inmigrante de Vitoria que menos ha trabajado durante su estancia en territorio alavés. De confirmarse las acusaciones del alcalde vitoriano contra los magrebíes por vivir de las ayudas públicas sin deseo alguno de trabajar, el dato tan sólo certificaría que en todos los colectivos se cuela un porcentaje de individuos con vocación emprendedora. En cuanto a los latinoamericanos, en boca de Maroto se convierten los amigos homosexuales que todo homófobo tiene, ni siquiera tan ejemplar comportamiento les libra de ocupar el peldaño más bajo en la escala laboral, bajo la denominación genérica de ‘machupichus’. Que no se preocupen estos últimos: solventado el ‘problema magrebí’, serán los próximos de la lista, bajo la acusación de disparar la inseguridad ciudadana con tantas ‘maras’.
Toda prestación social conlleva su correspondiente bolsa de fraude. Para que ésta sea lo más reducida posible, los políticos cuentan con una amplia batería de técnicos. La otra opción sería suprimirlas una a una. Todo lo demás, no pasa de ser un intento de echar balones fuera y votos dentro. Mucho más sangrantes que las zapatillas de marca de cualquier inmigrante magrebí resultan los abultados vehículos que ocupan plaza en tantos y tantos pisos de protección oficial, esa modalidad de engordamiento artificial de patrimonios privados mediante el recurso a los fondos públicos que, para colmo, sus beneficiarios atribuyen más a la fortuna en el sorteo que al esfuerzo conjunto de la sociedad. Del destino final de ayudas al I+D+i, desgravaciones fiscales e incentivos varios al emprendizaje, mejor ni hablamos. Al final va a resultar que cuando uno cree estar votando a un candidato a alcalde, en realidad está eligiendo una modalidad de concertina. Por lo demás, Maroto sabe perfectamente que el Santo Oficio hubiera derrotado a Galileo en cuantas contiendas electorales hubieran disputado.
Tomado de Alberto Moyano