Las tensiones financieras que sufre la Seguridad Social desde 2012 fueron utilizadas por el Gobierno de Rajoy, primero, para devaluar las pensiones ese año (una pérdida de poder adquisitivo de casi dos puntos, que se sumaba a la congelación de 2011 del Gobierno Zapatero) y, a continuación, para plantear ante la opinión pública la necesidad de introducir urgentemente más cambios. Esos desequilibrios presupuestarios nada tenían que ver con problemas estructurales, sino que eran consecuencia de una coyuntura adversa agravada por una política económica centrada en la reducción del déficit y no en el empleo. Pero el Ejecutivo de Rajoy lo ignoró e impulsó nuevas modificaciones como falsa prolongación de la reforma ‘socialista’. De hecho, encontró el parapeto de ésta para regular un novedoso factor de sostenibilidad, ya previsto en 2011 aunque en términos bien distintos.
En efecto, la reforma del PP adelanta trece años el calendario de aplicación y configura un sistema de pensiones ‘menguantes’ en el que la cuantía de la nueva pensión se reduce automáticamente conforme se eleva la esperanza de vida. Pero, además, modifica el mecanismo de revalorización abocando a todos los pensionistas a la pérdida segura de poder adquisitivo –así lo diagnostica la OIT– como consecuencia de dos circunstancias: en el corto plazo, la adversa situación económica y el altísimo desempleo, y, en el largo plazo, el lastre que supondrá en la nueva fórmula el cuantioso incremento del número de pensionistas.
El cambio de modelo que se persigue –el paso a un sistema de pensiones mixto– es una opción político-ideológica, no algo inevitable. En este sentido, importa insistir en que las dificultades que hoy atraviesa la Seguridad Social son de naturaleza coyuntural, pues derivan de la pérdida de tres millones de empleos durante la crisis. Con la particularidad de que disponemos de instrumentos para hacer frente a esas tensiones –54.000 millones de euros en el fondo de reserva–, así como de orientaciones de política económica que resultarían eficaces para estabilizar la situación financiera –priorizar la creación de empleo–. Por su parte, los problemas estructurales del sistema de pensiones fueron razonablemente abordados por la reforma de 2011 que, a cambio de sacrificios, garantizaba la sostenibilidad de un modelo de reparto reconocible como tal. Los retos estructurales persisten, sí, pero tienen más que ver con aspectos relacionados con la insuficiencia de las pensiones de determinados colectivos –las mujeres, señaladamente–.
Es posible que a mitad de siglo el gasto total (público y privado) en pensiones no implique una reducción importante sobre el 14% del PIB previsto antes de la reforma (‘ruptura’) de 2013. Pero sí supondrá, en todo caso, un cambio muy relevante en su composición, con una sensiblemente menor aportación del sistema público y un peso mucho mayor de las pensiones privadas. Y no debe desconocerse que ese nuevo sistema, más individualista, ha de traer consigo enormes desigualdades en función de la capacidad de ahorro y un debilitamiento del Estado de Bienestar con el consiguiente incremento de la pobreza.
El presidente de Adegi, Pello Guibelalde, ha analizado la situación económica en Gipuzkoa, afirmando que «Después de seis años de larga y dura crisis económica, somos todavía un 6% más pobres que en 2008, la producción industrial ha caído unos 30 puntos, hay 35.000 personas menos trabajando y casi 2.000 empresas han tenido que cerrar sus puertas», quien no obstante ha recalcado que, «desde este suelo, la economía guipuzcoana avanza».
Saben ustedes aquel que diu “Españoles hace treinta años estábamos al borde del abismo y, hoy, hemos dado un paso al frente”
Si los representado por Pello Guibelalde son un 20 % más ricos, echando por lo bajo, y 35.000 personas han dejado de trabajar y de ingresar, son un 100 % más pobres, y, Pello Guibelalde dice que en total hemos empobrecido un 6 %, haciendo números aproximados saler que la tercera parte de las familias guipuzcoanas se han quedado pobres de solemnidad, la otra tercera parte llega justo a fin de mes, aunque con muchos menos recursos que antes, y una minoría va todos los días a misa y rezan, como aquel que fue a Lourdes, “virgencita que me que como estoy”