Reunidos alrededor de una mesa, cinco miembros de algunas de las 27 asociaciones vecinales de Donostia reivindican su trabajo: sufrido y duro, pero también necesario para presionar y para “hacer barrio”
El movimiento de las asociaciones de vecinos no es nuevo en Donostia: algunas llevan bastantes décadas trabajando, aunque gran parte de ese trabajo pase desapercibido para muchos ciudadanos. Sin embargo, es necesario para poder hacer presión y hacer frente a problemas locales concretos y, también, para cohesionar los barrios. Prueba de ello es que prácticamente todos cuentan con agrupaciones (en algunos casos con varias) y que apenas unos meses después de surgir nuevas áreas habitadas como Riberas de Loiola o la zona nueva de Morlans los nuevos vecinos han decidido implicarse y crear una asociación.
“Cuando la gente se junta es porque hay un problema”, cree Juan Luis Apalategi, miembro de la asociación Osteguna de Larratxo, en Altza. También es el caso de plataformas ciudadanas como la que se creó para exigir la eliminación de Carlos I, que ayer volvió a salir a la calle, o Urumea Ibaia, de Loiola, reactivada los últimos meses para reclamar que se completen las obras del Topo. Antxon Amutxastegi es miembro de las comunidades de Bera Bera, con otro tipo de problemas, más concretos, “como la falta de autobuses, la dejadez de la jardinería o, recientemente, el problema con los árboles que se han cortado”.
“Nosotros creamos Lantxabe para hacer barrio: había muchas necesidades no cubiertas”, expone Juan Carlos Berzosa, de la agrupación de Aiete. Lo mismo pasó en Morlans: “Ni yo ni los demás vecinos que llegamos a la zona nueva éramos de Morlans, pero mi hijo sí lo es”, explica Alex Berganzos, de Morlanstarrak, que cuenta que empezaron a crear ese sentimiento de pertenencia a un barrio organizando una tamborrada. “Es un proceso natural: empiezas organizando las fiestas, que aunque parezca fácil es lo más complicado, empiezas a enfrentarte al Ayuntamiento y continúas en la asociación de vecinos”, añade Harkaitz Aranburu, de Amara Bai.
“No habría fiestas en los barrios”
“El participacionismo parece que es la palabra de moda para todos los políticos, pero el Ayuntamiento no ha fomentado las asociaciones, no les ha ayudado. Y sin ellas no habría fiestas en los barrios ni muchas otras cosas”, apunta Berzosa. Conseguir un local, por ejemplo, es costoso para las agrupaciones, coinciden todos. Amara Bai ha sido la última en inaugurar unas instalaciones cedidas por el Consistorio, después de 15 años.
Pero su trabajo tiene también pequeñas victorias, en algunos casos grandes, que animan a los ciudadanos a seguir trabajando. “Conseguimos una casa de cultura a base de darnos muchas tortas, la plaza de Munto y ahora están construyendo la escuela. El ambulatorio también caerá”, explica Berzosa, optimista, en referencia a Aiete. Lantxabe nació hace doce años en un barrio que había pasado de tener 5.000 a 17.000 habitantes, “con solo diez bares y siete tiendas, sin plaza, sin casa de cultura, sin escuela…”. Berzosa cuenta que cuando se fueron abriendo Katxola o la casa de cultura aparecieron un montón de niños. “¡No sabíamos que había niños en el barrio!”, bromea.
Además de organizar fiestas y hacer llegar al Ayuntamiento reivindicaciones de sus vecinos, las asociaciones también actúan en otros ámbitos. “Somos los primeros en ver el problema”, afirma Berganzos. Por ejemplo, el de algunos niños en Altza que el pasado verano, sin comedor escolar, no podían alimentarse adecuadamente. Apalategi recuerda que Osteguna intervino para, en colaboración con otros organismos como la residencia de Berra, darles una comida adecuada a diario. “En el día a día hay mil problemas”, apunta el altzatarra.
Osteguna nació en Larratxo en los años 70, aunque se reactivó en 1993 a raíz de los graves problemas de tráfico que tenía la zona. “Había que buscar una solución”, cuenta Apalategi, que recuerda que después siguieron surgiendo problemas concretos a los que no llegaban los políticos. También surgieron reivindicaciones, como la de la creación de un distrito para Altza, que reclaman los vecinos desde hace años. “Nosotros reclamamos el distrito para Altza, no hablamos del resto de Donostia. Si en otros lugares no hay una demanda social en ese sentido, no funcionará”, comenta.
“Parece que se han redescubierto las asociaciones”
Recientemente representantes de casi todas las asociaciones de vecinos comparecieron juntas para protestar por el reglamento para dividir la ciudad en cuatro distritos aprobado la semana pasada por el Ayuntamiento. No comparten la propuesta porque no creen que vaya a facilitar la participación real de los vecinos ni de las asociaciones, ni la solución a problemas locales que son por los que ellos trabajan.
Aunque el tema de los distritos ha acelerado el proceso, las agrupaciones llevan tiempo en contacto para intentar mejorar la colaboración y comunicación entre ellas, aunque saben que no es fácil. “Cada una tiene su propio ritmo”, declara Aranburu. Apalategi recuerda que ya ha habido uniones antes, normalmente en torno a un problema común. En este caso, Aranburu hace una lectura positiva por haber logrado “contestar en bloque”.
“Parece que con la polémica de los distritos se han redescubierto las asociaciones de vecinos”, apunta el amaratarra. Aunque en realidad siempre han estado ahí, Aranburu cree que las asociaciones viven un momento ilusionante y bonito porque hay gente joven que se está moviendo, con ganas de aportar en positivo y que garantizará el relevo generacional en muchos casos. El contexto de crisis general, iniciativas como el 15-M, los casos de corrupción en partidos políticos y otras mil cuestiones “algo tendrán que ver” a la hora de activar a la ciudadanía para trabajar en su propio barrio. En Larratxo también hay un grupo de jóvenes que han decidido entrar en Osteguna.
“Ahora las asociaciones tienen que reinventarse para adecuarse a los nuevos tiempos”, considera el amaratarra. De todos modos, al margen del número de personas que participen en una agrupación, está convencido de que hay mucha más gente detrás: “Cuando hay un problema es fácil reunir 700 firmas”.
En su caso, la asociación de Amara Zaharra nació para reivindicar que el barrio “existe”, de ahí el nombre, frente a las divisiones administrativas que lo integraban o en el Centro o en Amara Berri. Aranburu recuerda que desde hace 30 años la excusa para no actuar en la zona de Easo era la regeneración de San Bartolomé. “Decían que no se iba a arreglar algo si iban a pasar camiones de obra que lo iban a destrozar. Y en 30 años no ha pasado ni un camión por la plaza Easo”, apunta a modo de anécdota.
El caso de Amara Zaharra no es el único, ya que la delimitación actual de los barrios de Donostia (oficialmente son 17) no está muy clara. La Parte Vieja, por ejemplo, no es un barrio, sino que forma parte del Centro. “En ese sentido San Sebastián es una ciudad sin acabar de hacerse. Hay barrios sin definir, como Morlans, que hasta hace unos años se debatía entre ser Aiete o Amara Berri. No hace tanto que se segregó Astigarraga, está el caso de Igeldo, Zubieta está lejos, Altza es un pueblo…”, apunta el aietearra Berzosa. Por eso, considera que en esa realidad es indispensable la labor de las asociaciones para crear relaciones entre los vecinos y responder a esos sentimientos de pertenencia a un barrio.
“Crees en ello”
Las nuevas tecnologías han facilitado las comunicaciones, pero participar en una asociación vecinal requiere tiempo y esfuerzo, que en estos tiempos no sobran a casi nadie. “Muchas veces somos el confesionario de los vecinos; acabas sufriendo un montón, pero te has comprometido”, resume Juan Carlos Berzosa. “Si hay un problema, te busca”, matiza Aranburu. “Pero al final sientes que si no lo haces tú, no lo hace nadie”, resume Amutxastegi. “Lo haces porque quieres, porque crees en ello”, concluye Berganzos.
Un reportaje de Arantzazu Zabaleta. Fotografía Gorka Estrada – Domingo, 9 de Noviembre de 2014