La magia de Olentzero y Mari Domingi se repartió por todo el barrio
Pero el punto más alto tuvo lugar en el Centro Cultural. Allí decenas de pequeñas altezas esperaban a estos personajes mitológicos. Y en el salón de actos, Olentzero (begi txuri y aurpegi gorri) y una xamargarri Mari Domingi, embaucaron a las criaturas -y a los mayores-. Es el prodigio de la vida de barrio. La organización, el protagonismo, la actividad está en su gente.
Parecía que, como Mari Domingi venía de los territorios oficiales, que instituyen las fiestas de Navidad, y, el Carbonero, procedía de la otra punta del barrio, y creado por personas infantiles. aitas y educadoras; ambas celebridades irían por caminos separados, como había sucedido otros años; pero este año no ha sido así y la explosión de fiesta, dicha, complicidad, satisfacción, gusto y bienestar de la gente era notorio y manifiesto; se hacía palpable, ostensible, bien visible; en todas y todos los asistentes al acto, hijos, padres, organizadores. La alegría de los niños es muy contagiosa
La magia del Olentzero y Mari Domigi habían obrado el milagro. Orillando las opciones grises, en la Casa de Cultura predominaban dos colores: el blanco de Mari Domingi, el más puro de todos, el más protector, el que aporta, el que limpia y aclara las emociones, como las que sentimos los presentes, y el color rojo del Olentzero, el que simboliza el poder de la gente corriente organizada, color de su vitalidad, de su confianza y coraje y de una actitud optimista ante la vida. Mari Domingi y Olentzero, las criaturas de del barrio, son la esperanza y el regalo de Navidad, en Ayete
Éste es el segundo año que Mari Domingi visita Ayete. Amiga, novia o cónyuge del Olentzero -el cuento no lo aclara-, esta guapa y bien vestida baserritarra ya solía acudir a la Aiete Ikastetxea. Desde el 2011 juega un papel protagonista en el desfile principal de Nochebuena, en el centro.
Según explicó en su momento el gobierno municipal, el objetivo de este personaje, aparte de colaborar con Olentzero en las tareas de recogida de cartas y reparto de caramelos y regalos, -como hizo en Aiete- es dotar a esta tradición de una imagen de «paridad» y ofrecer «otra referencia» a los niños.
Como dice Tomás Hernández, “Aquí mando yo y a callar”
Por Manuel Rivas
He podido visitar la República de los Cirujas. Desde entonces, y cuando escribo, me siento un ciruja. No es un país reconocido ni tampoco un lugar de la imaginación. Existe, pero va más allá de la realidad imaginable. En el centro de la República Ciruja se alza La Montaña. Es un imponente accidente geográfico que tampoco figura en los mapas. El mayor basurero de las afueras de Buenos Aires. El trabajo de ciruja consiste, precisamente, en extraer recursos de lo que la ciudad expulsa o vomita. Operar con las manos en las entrañas de esa geología del desecho. La República, que hoy habitan más de 100.000 personas, empezó a formarse en 1982, cuando se levantó el primer barrio, el 8 de Mayo. Un espacio ganado palmo a palmo, con esa histórica materia prima de sangre, sudor y lágrimas. Hubo un tiempo, no tan lejano, en que no se permitía ni el derecho a rebuscar comida. La República tiene sus mártires, como Diego Duarte, un joven de 16 años, tiroteado mientras cirujeaba y hecho desaparecer. Hoy, un centro cultural lleva su nombre. Impresiona la red social tejida en este territorio invisible desde las grandes autopistas. Con autoorganización, se han levantado comedores, escuelas infantiles, talleres o cooperativas de reciclaje. También bibliotecas. Muchos de los libros proceden de la rebusca, abandonados como harapos de la civilización. La Montaña tiene su propia mitología, como el Bebé o el Perro Transparente. La ciruja Lorena Pastoriza lo describe en el relato Llora la Pacha acá: “Pero posta posta que había un bebé llorando. Y no era un gato…, viste que los gatos cuando garchan parece medio. No, era un bebé”. Dicen que el libro va a desaparecer y que la literatura se ha aburrido de sí misma. No mientras exista la República de los Cirujas.