Ojalá tengan ustedes mucha salud

wwwMe gustaría desearles que, a estas horas, fueran todos millonarios, pero supongo que ni siquiera les habrá tocado la pedrea.

Me gustaría desearles que pasado mañana se empachen ustedes de percebes, de ostras, de angulas, lo que más les guste, pero sé que eso sólo estará al alcance de la nueva aristocracia de los grandes defraudadores fiscales, esos a quienes les va a tocar la lotería enseguida, en cuanto se enteren de dónde ha caído y calculen la cantidad de dinero que van a poder lavar comprando décimos premiados.

Me gustaría desearles que, al menos, pasen la Navidad con los suyos, aunque muchos de ustedes tendrán hijos en el extranjero, fregando platos, reponiendo estantes, limpiando casas por un sueldo miserable después de haber sacado adelante una licenciatura y dos másteres.

Cada año resulta más difícil desear feliz Navidad, así que he escogido un deseo más modesto, un viejo deseo laico y republicano. Ojalá tengan ustedes mucha salud para disfrutar de lo que conservan. Para ayudar a quienes están peor que nosotros. Y para aguantar lo que nos queda por soportar.

Almudena

9 comentarios en “Ojalá tengan ustedes mucha salud”

  1. Estoy de acuerdo en todo lo dices y por eso y para no flagenarnos mas, como desgraciadamente hacemos ante la situacion que estamos viviendo, solo me resta decir: Salud y adelante Compañera !!

  2. En esas dos o tres semanas de consumismo frenético, la economía de la industria y el comercio mundial vende cerca del 30% de todo lo que mueven en todo el año. Pero, de este porcentaje de compras, pasada las fiestas, se tira a la basura cerca del 70% de los productos. Recargando a la herida Madre Tierra con más contaminación y destrucción. La FAO dice que, en el mundo, cada año se tira a la basura el 30% del total de la comida existente, mientras millones de seres humanos mueren de hambre. ¿No es esto una enfermedad o un síndrome del hombre desarrollado?

  3. Sabe alguien explicar de dónde salen los míticos símbolos navideños ¿Mari Domingi? ¿Y el carbonero? ¿Qué significa el árbol de pino, Papá Noel? ¿Desde cuándo se monta el portal de belén?

  4. En el siglo XI, San Francisco de Asís, para motivar a la feligresía católica, armó el primer performance del nacimiento sagrado en el pórtico del templo de Asís, intentando reproducir la narración bíblica del nacimiento divino. Desde entonces, las familias católicas hacen los nacimientos con imágenes que se asemejan físicamente a los europeos y no a los hebreos de color trigueño/cobrizo

  5. ¿Qué pasaría si dejásemos de consumir y/o celebrar la Navidad y Año Nuevo? ¿Se enfadaría el Niño Dios navideño, insensible ante tanta opulencia y derroche de unos pocos (en su nombre) y la inanición de millones?

  6. Ahora se ha impuesto el imperio del euro. Siguiendo con la nota de Xabier Arratede sobre Francisco de Asís, para el consumo capitalizan la imaginación navideña del Santo. Activan y configuran en cada uno/a de nosotros la nostalgia del consumo familiar, creando nuevos y múltiples deseos como necesidades.

  7. La irritación y el espanto que la Navidad produce en el adulto promedio parece la mejor garantía de que el susodicho ha dejado atrás —al fin— las torpes ilusiones de la infancia. Por estos días, la gente que me escribe se despide deseándome “que te sea leve con las fiestas” o “que pase rápido”. Yo agradezco, pero tengo un problema: la Navidad me encanta. Siento un placer infantil, completamente frívolo y del todo pagano ante la Navidad. Me gusta dar regalos, arreglar la casa, cocinar durante horas, sacar el mantel de las abuelas. De los ritos que en Occidente ya no tenemos, o que hemos decidido aniquilar, este se ha quedado conmigo y lo cultivo con esmero. Lo paso mejor, mal y peor, como todo el mundo, pero persisto, como quien ha decidido ser leal a sus héroes de infancia. Sospecho que lo que irrita y perturba de la Navidad —de las fiestas de fin de año en su conjunto— es que su reestreno serial, cada diciembre, nos recuerda que el tiempo pasa: que nos hacemos viejos, que los sueños se nos quedan en espuma. Habría que pensar, entonces, qué hicimos —o qué vamos a hacer— con el tiempo. Por ahora, y hasta tanto, feliz Navidad.

  8. Lo escrito hasta aquí es la vida misma, obviamente las tradiciones se repiten y es de desear no se pierdan por la cohesión social y local que conlleva pero desde mi modesta opinión he observado que el consumismo no ha aumentado lo he visto a nivel familiar como se han reducido las cosas inservibles y se han eliminado los obsequios ya no son tan compulsivos se ajustan mas a la utilidad y desde el aspecto gastronómico también nos ajustamos a un consumo de artículos localistas que es interesante sin perder sabores ni exquisiteces, todo se traduce en una moderación ventajosa que va en una línea reductora para el medio ambiente, que será interesante en el futuro

  9. A estas alturas de la vida cada año que pasa me parece un cocotero. Es una de las imágenes que guardo de aquellas lecturas de hamaca en los veranos de la adolescencia. Recuerdo haber leído que en una isla del sur poblada por unas tribus muy primitivas en cada solsticio de invierno se celebraba una fiesta muy singular para conmemorar el nacimiento de la luz. Al son de los tambores sincopados los jóvenes elegían a los más viejos de la aldea y de grado o a la fuerza los encaramaban en lo alto de los cocoteros y los dejaban allá arriba con la advertencia de que se agarraran bien a las palmas reales. Era su última oportunidad de merecer aún la vida. Entre cánticos rituales al ritmo de los tambores la ceremonia consistía en que los jóvenes comenzaban a agitar los troncos con ímpetu descomunal propio de la edad. Como cocos de agua ya demasiado maduros algunos viejos caían al suelo y la tribu los daba por muertos. De hecho, si no morían por el golpe, los ultimaba con la máxima dulzura mediante pócimas con otra ceremonia de benevolencia para que dejaran paso a la vida que venía detrás; pero había algunos viejos que conseguían superar la prueba agarrándose muy fuerte a sí mismos y entonces bajaban del cocotero en medio de aplausos y lograban vivir hasta la próxima prueba del solsticio siendo muy respetados. No hay viejo que no pueda vivir un año más ni joven que no pueda morir al día siguiente. Basta con que le caiga un coco en la cabeza mientras está en bermudas y gafas de espejo, por ejemplo, en Punta Cana, tomándose un cóctel floral, como a Pitágoras lo mató una calabaza que soltó un águila desde el cielo. Para vivir la primera condición es amar la vida y, seas joven o viejo, tener como principal proyecto no morirte. Pero a una edad conviene agarrarse bien al cocotero, que se levanta ante el futuro cada año nuevo.

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