La I Guerra Mundial en el cine
Final de ciclo. Próximo viernes en la casa de cultura de Aiete
La sinopsis vendría a ser ésta: atormentado por el sentimiento de culpa, un joven ex-combatiente francés (Phillips Holmes) acude a la casa del soldado alemán al que ha asesinado en el frente para pedir perdón a la familia (Lionel Barrymore y Louise Carter) y buscar la redención. Incapaz de confesar la verdad, se enamora de la prometida del muerto (Nancy Carroll) y lucha contra la hostilidad de la comunidad y contra sí mismo para salir del engaño.
Hay dos películas peleándose en el interior de Remordimiento (el único drama propiamente dicho que Lubitsch rodó en Hollywood). Una abraza los albores del cine sonoro, sus primeros hallazgos significativos más allá de la palabrería habitual, sin abandonar ni un ápice todo el potencial de la expresión visual pura y la elocuencia del montaje. La otra inclina su balanza hacia las maneras algo altisonantes del melodrama talkie con mensaje (antibelicista, redentor, compasivo), hacia las interpretaciones enfáticas y los diálogos explicativos.
Deslumbrante arranque del filme, toda una sinfonía de precisión cinematográfica capaz de condensar en apenas unos minutos y con un ritmo frenético y musical un arco de tiempo que nos lleva de las trincheras, del vínculo entre dos soldados enemigos, al sufrimiento y el dolor del superviviente acabada la contienda.
Un desfile militar en las calles de París celebra el año del armisticio (es el 11 de noviembre de 1919, nos anuncia el rótulo); un travelling recorre una hilera de sables en el pasillo central de una iglesia; el montaje muestra varios primeros planos de las condecoraciones, las botas relucientes y las pistolas de los generales y altos mandos mientras escuchamos palabras de paz y libertad desde el altar; sobre un cartel en el que se puede leer “Silencio, Hospital” oímos el estruendo de las calles; el sonido de sirenas y salvas despierta sobresaltado a un soldado que cree seguir en plena batalla bajo el fuego de los tanques; acabada la misa, un espectacular movimiento de cámara desciende vertiginosamente hacia las manos de un hombre que reza arrodillado tras el banco; los ojos aterrados en primer plano de nuestro protagonista se funden con los ojos del soldado alemán, ya muerto…
Son apenas tres minutos que condensan al mejor Lubitsch de todas su etapas, tres minutos que no pueden escribirse en guión alguno, sino que nacen de ese inconfundible toque que se traduce en una manera de mostrar/no mostrar, de una forma particular, simbólica y elíptica de encabalgar figuras visuales con sentido: y es que pocos planos en la historia del cine pueden ser más elocuentes sobre una toma de postura crítica ante la guerra (y sus responsables) que ése, de apenas unos segundos, en el que un desfile militar es filmado desde el punto de vista del hueco que deja la pierna mutilada y la muleta de un soldado que lo contempla.
Se trata de la historia de una búsqueda desesperada del perdón y, por tanto, de un deseo idealista de reconciliación: los dos soldados son músicos, uno de ellos se apellida Holderlin, como el poeta, los dos proclaman su rechazo a la guerra, los dos se acaban fundiendo en uno a los brazos engañados del padre y bajo la mirada de la madre.
Remordimiento es el cine con mayúsculas, de la mano de un Lubitsch capaz de sortear todos los escollos con su habitual elegancia, y no sólo en ese portentoso arranque. Valga el plano trasero del marco con la fotografía del hijo muerto, o también esa secuencia en la que, al son de los timbres de las puertas que se abren, una comunidad puede convertirse en un clan de vigilantes y cotillas o incluso en una pequeña pandilla de usureros. La guerra, tal vez, no había terminado en todos los hogares alemanes. 1933 estaba a la vuelta de una hoja de calendario.