¿Vivimos una especie de obsesión patológica por la comida?

pandemiaEmpezamos fomentando la cocina tradicional de nuestras amonas, luego a estar orgullosos de nuestra modernidad culinaria, y hemos terminado convirtiendo la gastronomía, en el centro de todas nuestras culturas y quehaceres.

Lo normal es comer cuando tienes hambre, confiar en las señales del cuerpo para saciar la gazuza y, entonces, ser capaz de elegir los alimentos que te gustan y tomar placer en ello. Y dejar de comer cuando te sientes satisfecho.

Manifestar una preocupación exagerada por el mundo de la cocina, como hacen las autoridades y algunos medios de comunicación, es un peligro para la salud pública.

Además si la importancia del comer aumenta hasta hacer de los oficios del yantar una obsesión, esta se convierte en una especie de plaga mortífera, que arranca de raíz otras formas de expresión de vida y de sabiduría.

El paisano organiza las fiestas pensando en comer. El más pudiente en restaurantes de estrellas Michelín, el más modesto a base de pintxos; o de txuletones en las sidrería; pero su fijación es aparentar comer, no importa si grasas, conservantes, colorantes artificiales, o qué tipo de alimentación.

No hay un trabajo de campo que nos permita saber qué tanto por ciento de la población que nos rodea vive así. Pero es evidente que su representación institucional ocupa todas o casi todas las plazas. Es suficiente observar cómo, una candidatura al Tambor de Oro, que funde en su seno, coros de hombres, coros de mujeres, coros de chicas y coros de chicos, coros mixtos de mujeres y hombres y de chicas y chicos, que han dado su vida, literal, toda su vida, 75 años de vida y ejemplo, recorriendo el mundo con San Sebastián pegado en su frente, y avalada por un sin fin de agentes sociales, principalmente del ámbito de la cultura, o de grupos de barrio, tan de moda ahora, una candidatura como la del Coro Easo, ha sido desplazada por dos expertos chef, cocinera y cocinero, para ser exactos.

Alguna gente, quizás un poco aburrida, está empezando a pensar que nos estamos cociendo en nuestra propia salsa, carnes rojas, pescado de roca, huevos, azúcares, lácteos y grasas, y que el que no participa de este festín, agrava su aislamiento social. En sentido contrario el miembro este gran buffet, autosatisfecho, tiende a sentirse superior a los demás; pero no debemos olvidar que los niveles altos de dopamina mezclados con niveles bajos de serotonina, producen un exceso de euforia… y de ansiedad, nada aconsejable para un pueblo que, además de comer, debe trabajar y disfrutar de otros deleites, como los que asientan sus raíces en las actividades culturales (música, cine, literatura, pintura, etc).

Nos dedicamos al comercio y al bebercio, los chef nos organizan las dieta y planifican nuestra vida social en torno a ellos, son los grandes gurús de nuestro tiempo y de nuestro país, dedican su existencia a hacernos felices, se desplazan a grandes distancias para conseguir recetas especiales, analizan sus componentes y los trasforman -en los laboratorios en que han convertido sus cocinas-, en exquisitos alimentos para poder cebar este patológico modo de vida.

Para el poder institucional llenar la andorga con clase, es una actividad que se debe condecorar, y con actos, como el de ayer, la sigue alentando; tenemos un gran nivel gastronómico, dicen, el mejor del mundo, que nos trae turistas y riqueza (sobre todo a la hostelería que se autopremia).

La obsesión institucional por el mundo de la cocina se ha vuelto compulsivo. Ocupa casi el 100 % de su actividad.

Algunos medios de comunicación se vuelcan constantemente en ese mundo

Mientras la obesidad se ha convertido en una pandemia, la gente está bombardeada con información sobre el mundo de la cocina vasca. Esta se mueve en congresos, centros especializados, escuelas pseudounivertarias, creando lobbys de gran poder, como el que ha impuesto una pasarela -que no sirve para nada- en el Bosque de Miramón, a costa de la renovación de su flora y de su fauna.

Y todo esto, para terminar, y sin ánimo de hacer demagogia, en un mundo donde la pobreza se extiende de forma epidémica, y el déficit alimenticio que sufren cientos de niños de nuestro entorno es preocupante.

4 comentarios en “¿Vivimos una especie de obsesión patológica por la comida?”

  1. No parece que exista otra cosa en este país. Cocineros de 200,00€ el menú. ¿No se puede elevar un poquito el nivel cultural de los que dicen representar la ciudad?.

  2. Por la mañana ya avanzaban “el olor a fogones” Elena Arzak y Pedro Subijana. (Lo decidían los consejeros de la sociedad de Turismo, que engloba a los sectores privados de Donostia y los cuatro grupos políticos que conforman la Corporación municipal). Los cocineros son los reyes del mambo y del Tambor de Oro de Donostia. El cocinero Luis Irizar ya logró esta misma distinción hace 22 años, Martín Berasategi en 2005, Arzak (padre) en 1993.
    ¿Por qué no pensar en un tambor de hojalata para los no cocineros?

  3. Comer pintxos requiere de técnica: que no se te caiga todo al primer mordisco, no coronarte la camisa, quedarte satisfecho. Tienes que elegir bien, variado, mezclando los de un punto de acidez con los más dulces, y que te sepa la variedad rica. Hasta aquí disfrutamos del arte de la gastronomía. Luego viene «la parte», que en este caso es la peor, en la que nos limpiamos las manos en seco con tres servilletas de celulosa recias y, al no tener dónde echarlas, las tiramos al suelo con ansia por agarrar el siguiente pintxo, que aún nos quedan. «Va, es tradición» pensamos. Y cogemos el siguiente como si no hubiese mañana. Papear pintxos.

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