En un fenómeno inverso aunque paralelo al acontecido tras la muerte del dictador, momento en el que florecieron por doquier los antifranquistas, la difuminación de ETA coincide con una auténtica explosión de proetarrismo. Con ETA en activo, la línea que separaba a los demócratas de los violentos era nítida, quién sabe si por limpieza en el corazón o por motivos puramente políticos, dicho sea sin menoscabo de extraños proetarras esporádicos, un día Ibarretxe, otro Julio Medem, casi siempre Arzalluz. Ahora las cosas han cambiado y la mancha proterrorista no conoce más límites que la ausencia de límites.
El axioma «todo es ETA» no se ajusta del todo a la realidad. Más exacto resultaría en su formulación «todo puede ser ETA y de ser necesario, acabará siéndolo». Así, hemos visto proetarras en la abogacía, en el periodismo, en periódicos enteros, entre los grupos musicales y entre algunos escritores, por no hablar de varios cineastas, editoriales, productoras y promotoras. Hasta aquí, lo normal, Pero también los ha habido al frente de juzgados de la Audiencia Nacional –el magistrado Pedraz, quizás también el ex magistrado Garzón–, en el seno de las Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado –los policías de la Operación Faisán–. Quién más, quién menos, ha sido ‘entorno’ alguna vez en su vida. Prosigo: Podemos, la jueza Carmena, el diputado socialista y víctima del terrorismo Eduardo Madina, en la misma medida el periodista Gorka Landaburu, la Plataforma Antidesahucios, los movimientos antimilitaristas, los ‘okupas’ –estos últimos más bien de los inexistentes Grapo–, consejeros del Gobierno Vasco, sectores de la Ertzaintza y los diferentes canales del ente público vasco, tanto en uno como en otro idioma. En este enloquecido periplo, nos hemos encontrado forenses que eran ETA, al igual que oncólogos del Hospital Donostia, en boca del ministro del Interior el aborto fue ETA –no recuerdo si también la homosexualidad–, amén de un par de países más, uno de los cuales siempre suele ser Venezuela, el otro queda a elección del fiscal de turno. Tampoco algún departamento de la ONU se ha librado de la mancha escarlata, qué decir del Tribunal de Estrasburgo, infiltrado hasta el tuétano. El presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero, fue ETA, a Rajoy le ha faltado el canto de un duro, los yihadistas han sido ETA, la Orquesta Mondragón también, especialmente, en aquellos discos cuyas letras compuso el ex secretario de Estado de Cultura del Gobierno Aznar, Luis Alberto de Cuenca. Fugazmente, de la condición de proetarra no se ha librado ni siquiera algún joven dirigente del PP vasco, bien es cierto que de forma puntual, fugaz, un desliz.
Esto, que en principio parece un inconveniente, supone en realidad un gran alivio porque certifica el carácter absolutamente innecesario de la antaño tan invocada «unidad de los demócratas» y da vía libre a las puntualizaciones, los matices e incluso las abiertas disidencias, desde la certeza de que es imposible saciar a lo que, por naturaleza –o peor aún por inconfesable interés mundano–, es insaciable.
que vergüenza, lo de la intertextualidad me refiero
En un fenómeno inverso aunque paralelo al acontecido tras la muerte del dictador, momento en el que florecieron por doquier los antifranquistas, la difuminación de ETA coincide con una auténtica explosión de proetarrismo. Con ETA en activo, la línea que separaba a los demócratas de los violentos era nítida, quién sabe si por limpieza en el corazón o por motivos puramente políticos, dicho sea sin menoscabo de extraños proetarras esporádicos, un día Ibarretxe, otro Julio Medem, casi siempre Arzalluz. Ahora las cosas han cambiado y la mancha proterrorista no conoce más límites que la ausencia de límites.
El axioma «todo es ETA» no se ajusta del todo a la realidad. Más exacto resultaría en su formulación «todo puede ser ETA y de ser necesario, acabará siéndolo». Así, hemos visto proetarras en la abogacía, en el periodismo, en periódicos enteros, entre los grupos musicales y entre algunos escritores, por no hablar de varios cineastas, editoriales, productoras y promotoras. Hasta aquí, lo normal, Pero también los ha habido al frente de juzgados de la Audiencia Nacional –el magistrado Pedraz, quizás también el ex magistrado Garzón–, en el seno de las Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado –los policías de la Operación Faisán–. Quién más, quién menos, ha sido ‘entorno’ alguna vez en su vida. Prosigo: Podemos, la jueza Carmena, el diputado socialista y víctima del terrorismo Eduardo Madina, en la misma medida el periodista Gorka Landaburu, la Plataforma Antidesahucios, los movimientos antimilitaristas, los ‘okupas’ –estos últimos más bien de los inexistentes Grapo–, consejeros del Gobierno Vasco, sectores de la Ertzaintza y los diferentes canales del ente público vasco, tanto en uno como en otro idioma. En este enloquecido periplo, nos hemos encontrado forenses que eran ETA, al igual que oncólogos del Hospital Donostia, en boca del ministro del Interior el aborto fue ETA –no recuerdo si también la homosexualidad–, amén de un par de países más, uno de los cuales siempre suele ser Venezuela, el otro queda a elección del fiscal de turno. Tampoco algún departamento de la ONU se ha librado de la mancha escarlata, qué decir del Tribunal de Estrasburgo, infiltrado hasta el tuétano. El presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero, fue ETA, a Rajoy le ha faltado el canto de un duro, los yihadistas han sido ETA, la Orquesta Mondragón también, especialmente, en aquellos discos cuyas letras compuso el ex secretario de Estado de Cultura del Gobierno Aznar, Luis Alberto de Cuenca. Fugazmente, de la condición de proetarra no se ha librado ni siquiera algún joven dirigente del PP vasco, bien es cierto que de forma puntual, fugaz, un desliz.
Esto, que en principio parece un inconveniente, supone en realidad un gran alivio porque certifica el carácter absolutamente innecesario de la antaño tan invocada «unidad de los demócratas» y da vía libre a las puntualizaciones, los matices e incluso las abiertas disidencias, desde la certeza de que es imposible saciar a lo que, por naturaleza –o peor aún por inconfesable interés mundano–, es insaciable.