El próximo veinticinco de enero es la fecha que según dicen los politólogos marcará un nuevo hito en la atribulada historia de este frankensteiniano engendro político que es la Unión Europea. Ese día los griegos podrán votar para elegir a sus representantes en el parlamento. Es la democracia; la inventaron ellos hace unos dos mil quinientos años en Atenas, Tuve la oportunidad de visitar esta ciudad hace como una década, cuando todos los europeos éramos ricos y parecía sonreírnos la historia. Recuerdo que me pareció una ciudad fea, salvo -claro está- la Acrópolis y el barrio de Plaka, escenario pintoresco plagado de restaurantes típicos, ideal para satisfacer las necesidades de los turistas deseosos siempre de experiencias estéticas con las que deleitar los sentidos y decorar la memoria y -de un tiempo a esta parte- nutrir instagram con imágenes. Si no recuerdo mal, en sus proximidades y a los pies de la colina ennoblecida con las ruinas del Partenón se hallaban los vestigios del ágora, el lugar donde, en la antigüedad, los ciudadanos se reunían a debatir sobre todo aquello referente al gobierno de la polis, o sea, del Estado. Un espacio vacío, público, de nadie y de todos, abierto siempre a la libre expresión de la ciudadanía; una excentricidad para quienes, como los sátrapas de la por entonces enemiga Persia, no concebían una comunidad política que no tuviera por centro un templo o un trono. Entonces, hace veinticinco siglos, como ahora, los griegos se enfrentaron a un momento decisivo de su historia, y que a un tiempo fue determinante para el destino de toda Europa. Mediante su victoria sobre el imperio persa en las denominadas guerras médicas (principios del siglo V a. C.) marcaron la frontera oriental de la civilización europea; ahora, como entonces, lo que ocurra en sus próximas elecciones se entiende trascendental para el devenir inmediato de la unión monetaria (que no plenamente económica) de la así llamada zona euro. La historia tiene estas desconcertantes reiteraciones, como si se empeñara en querer decirnos algo que nosotros, por nuestra fatal torpeza, no terminamos de entender. ¿O acaso sí?
Indaguemos en el inconsciente colectivo plasmado en los símbolos y permítame el lector que le recuerde el mito de Europa (sí, claro, de los antiguos griegos). Así se llamaba una joven hija de un rey fenicio, de cuya extraordinaria belleza se prendó el dios Zeus, tan promiscuo como largo en recursos para satisfacer sus caprichos sexuales. Cuando la princesa se hallaba con su séquito recogiendo flores cerca de la playa el susodicho dios se le aproximó en forma de manso toro, atrayendo a la chica que acabó subiéndose a su lomo. Al instante el animal arrancó en veloz carrera llevándola consigo allende el mar hasta Creta. Allí el dios consumó su deseo lo suficiente como para que Europa le diera tres vástagos. Hasta aquí el mito griego.
¿Qué significa? ¿Por qué el continente tiene el mismo nombre que la protagonista de la historia?
¿Por qué se transformó su poderoso raptor en un toro? Que conste que tratándose de símbolos su exégesis nunca es una ciencia exacta; por eso mismo, tenemos vía libre para la especulación, para la libre asociación de ideas. Decía Carl Gustav Jung (otro europeo, como los griegos fabricantes de mitos, sólo que más rico que ellos, pues nació suizo) que los símbolos forman parte de un abigarrado universo fuera de los límites de la comprensión racional, cuyas raíces se hunden en el suelo nutricio de las experiencias humanas, que son siempre la génesis de todas las expresiones culturales alumbradas por las sociedades que en el mundo han sido, son y serán. Ésta, pues, sería la pasta de la que están hechos los mitos, como también los sueños, cuyas semillas simbólicas viajarían a través del tiempo y del espacio germinando en los espíritus aparentemente más distantes y más distintos. ¿Es posible que el mito del rapto de Europa tenga sentido actualmente más de dos mil quinientos años después, en la situación actual de la Europa del euro, iluminando a los griegos del siglo XXI a dirimir su porvenir?
Le contaré ahora, paciente lector, una historia real del siglo XX que dotó de renovado vigor
connotativo al animal divino que raptó a nuestra Europa, el toro. Nos trasladamos al Nueva York de 1987. El mundo financiero se halla en crisis (lo dicho: la historia gusta de repetirse); otro “lunes negro”, el diecinueve de octubre, los mercados tiemblan, particularmente Wall Street, y la ciudad de los rascacielos parece sumirse en un estado depresivo. Entonces, un artista, un tal Arturo di Modica, crea una escultura de bronce de 3200 kg. de peso. Se trata de un toro inmenso en actitud agresiva, de embestida, con sus atributos de macho notablemente muy bien puestos (quienquiera puedeconstatarlo buscando su imagen en internet). El autor declara que es un regalo a la comunidad para levantar su alicaído ánimo, una representación de su pujanza emprendedora y su fe en el futuro.
Toro embistiendo, que así fue bautizada la obra, tuvo su emplazamiento inicial por voluntad del artista frente a la bolsa de Nueva York el 15 de diciembre de 1989. Hoy se encuentra ubicada dos manzanas más abajo y ya es desde hace tiempo el icono del distrito financiero de la ciudad, símbolo -según se lee en distintas reseñas- del éxito, la realización, las ganancias, la agresividad, el optimismo y la prosperidad financiera, valores todos que cimientan la ideología neoliberal que arrasa en la economía global y, particularmente, en nuestra (des)Unión Europea, en cuyo piélago de infortunio naufragan los griegos.
De este modo el mito se torna profecía, el rapto de Europa trasciende su significación originaria -cualquiera que fuese- para proyectar sobre nuestra situación actual la potencia semántica de sus símbolos. Sí, nuestra Europa fue raptada hace ya demasiado tiempo por el toro, que la ha hecho suya para satisfacer su avaricia insondable; ¿podrán los griegos empezar la lucha democrática para liberarla el próximo día veinticinco?
José María Agüera Lorente
Al día siguiente de la victoria
http://www.eldiario.es/zonacritica/grecia_syriza_elecciones_6_348625161.html
Antxon se sienta delante de mí y bebe cerveza y me habla de tebeos y de las películas de Edward Furlong después de Terminator y yo le digo que vea “El Arpa de Hierba”, que sale Furlong y que vimos C y yo hace años en uno de esos cines de Madrid que ahora han cerrado. Al día siguiente mi madre me recibe para cenar y me dice que está muy contenta porque es la primera vez en meses que le he mandado un chiste por Telegram y yo me doy cuenta de que tiene razón y me siento tan bien que no puedo dormirme y esa noche C está cuidando de su hijo y nos escribimos por twitter y compartimos una canción de Los Waterboys.
Y esto también es política
Un billón de euros es una cantidad extraña para nosotros, pues no pertenece al ámbito de lo cotidiano. Pero desde mañana el Banco Central Europeo inyectará esa cantidad en el sistema financiero de la zona euro. A esa operación se le llama Quantitative Easing y se trata, en esencia, de comprar muchos títulos financieros de largo plazo para abaratarlos en el mercado.
El efecto será que bajarán las primas de riesgo de los países, subirán las cotizaciones bursátiles y se incrementará el valor de los activos financieros (fondos de inversión, bonos, obligaciones…). Quien tenga mucho dinero invertido en los mercados financieros estará de enhorabuena. Para el resto, las ventajas no están tan claras. Puede funcionar para animar la inversión y crear empleo, pero hay serias dudas. Ahora bien, lo que desde luego sí hará será animar nuevas burbujas financieras y crear otro espejismo económico
Reabrir la cuestión revolucionaria (lectura del Comité Invisible)
http://www.eldiario.es/interferencias/comite_invisible-revolucion_6_348975119.html
¿Recuerdan los ejercicios de estilo racista que se hicieron cuando Evo Morales visitó España, vestido con su “chompa”? Nunca antes se había dado semejante maltrato a un presidente de otro país. “Indígena con dos co…caínas”, escribía un fenómeno habitual. “Un jersey así lo dan las catequistas en sus caridades y se lo tiran a la cara”, apuntaba otro sobresaliente. Fueron días de florido vejamen en la excelsa caverna. ¡Qué somanta de risas se llevó el indio! En otros tiempos le habrían aplicado un corte de orejas, como hizo con los nativos aquel predicador: “Ya que no eran dóciles al imperio de mi voz”. La jarana mediática se repitió cuando el avión presidencial del Evo fue vetado en el cielo de cuatro países europeos, con un muy feo papel de la diplomacia española, y tuvo que aterrizar de urgencia en Austria, todo por la patraña de que en la nave viajaba el exagente de la NSA Edward Snowden. Ahora, Evo Morales acaba de tomar posesión para su tercer y último mandato. Reelegido en octubre por más del 60% del electorado, es el presidente que ha propiciado el periodo de mayor estabilidad, independencia y prosperidad en la historia de Bolivia. El crecimiento económico en el pasado año ha sido del 6,8%, con una tasa de paro del 3,2%, la más baja de Latinoamérica. En los años de Gobierno del aymara Morales, la extrema pobreza se ha reducido a la mitad, y se ha multiplicado la construcción de escuelas y hospitales. Tiene toda la razón para bromear que en su país no mandan los “Chicago boys” sino los “Chuquiago Boys”, también apodo popular del club de fútbol La Paz. Parece inminente su reconciliación con Obama. Ojalá consiga otro sueño para Bolivia: un acceso al Pacífico. Ver el mar sin pedir permiso
Manuel Rivas