Cuando la tertulia, de la mano de Lola Arrieta, retornó al Topaleku, otoño del 2009, con “El nombre de la rosa” de Umberto Eco, como novela, nos encontramos con que el quid de la cuestión de este relato histórico-policial, tenía como protagonista “el pecado de la risa”, y a aquel enfurecido Jorge de Burgos, que advertía del cataclismo que supondría la propagación de la Comedia de Aristóteles: La risa como “acto de sabiduría” acabaría con el miedo.
La séptima noche que pasa en la Abadía benedictina Guillermo de Baskerville, Jorge le da la segunda parte de la Poética de Aristóteles, para que la lea y muera por hacerlo.
Aquellos tertulianos comprobaron, estupefactos y asombrados, que era -en la narrativa de Eco- el único ejemplar de la Comedia de Aristóteles, que se conservaba en el mundo, el libro prohibido, y por tanto envenenado, por Jorge; una mezcla de admiración y pasmo recorrió el sentimiento de estos lectores, como antes lo hizo con otros tantos millones que han quedado prendados de esta sin par novela, cuando descubrieron el origen de las horrendas muertes – ocasionadas por querer conocer, curiosear o saber del libro prohibido- en la Abadía.
La risa es algo esencialmente humano, y los fundamentalistas, como Jorge de Burgos, en la novela de Umberto Eco, o los autores de la matanza del Charlie Hebdo, no la pueden tolerar.
Aristóteles afirmaba, supuestamente en esa Comedia (porque el último ejemplar imaginativamente ardió con la abadía), que el hombre es el único animal que ríe. Lo que es seguro es que el filósofo griego recoge esta idea en Sobre las partes de los animales. (Luego añadirá Bergson que además es el único que hace reír). Parece por tanto que la risa es algo esencialmente humano, y, sin embargo, aunque hay algunos trabajos sobre este aspecto, sorprende que no haya merecido más atención por parte de los filósofos, psicólogos, antropólogos o etólogos. Es curioso también que el gremio que más se ha acercado al estudio de la risa sea el de los clérigos, obispos, sacerdotes, padres de la Iglesia… evidentemente por sus intereses particularmente semejantes a los de Jorge de Burgos.
Interesa destacar aquí más el efecto de la risa que sus causas, pero es importante no olvidar que la risa es esencialmente humana, observar como en El nombre de la rosa, se ponen de manifiesto las posiciones que encarnan los personajes principales: Guillermo y Jorge, defensores cada uno de una posición distinta en cuanto a la risa: la aristotélica que defiende el de Baskerville y la de los doctores de la Iglesia (la fundamentalista podríamos decir) que defiende Jorge de Burgos.
De las últimas voluntades de Voltaire, sabemos que quiso morir como activista en el partido de la risa. Es el que más odian los fanáticos porque también es el más liberador. Y el que mejor resiste. En los espacios de prohibición, en la triste arquitectura totalitaria, el partido de la risa supo adoptar la inteligente estrategia del subrisus: la sonrisa secreta. Podría ser un buen epigrama funerario en tiempos oscuros: “Aquí yace Subrisus, el de la sonrisa hacia dentro”. Parece increíble, pero todavía se mantiene inconcluso el gran debate medieval sobre “la licitud de la risa”. Todavía hay que luchar por el más humano de los derechos, el derecho a reír. El miedo al diablo. El temor de Dios. Pero equivocaba la sospecha, como hacen los obtusos de hoy. Si Dios se sostiene en el miedo, el verdadero dios sería el miedo. Resuena el implorar a Dios en procesión: “¡No estés eternamente enojado!”. Entre las cosas que Dios no puede hacer, Tomás de Aquino destacaba que no podía “encolerizarse ni entristecerse”. Y también: “No puede hacer que un hombre no tenga alma”. El horror viene cuando un Kaláshnikov ocupa el lugar del alma.
No te olvides de la Parabellum