1 comentario en ““I Hear America Singing” “Amerika entzuten dut kantatzea” “Oigo cantar a América” Walt Whitman”
Marisa
Acabada la tertulia de Aiete, 18 de diciembre, “Uno de los nuestros”, Willa Cather, nos fuimos a Gros, nuestro barrio. La Bodega Donostiarra estaba de bote en bote. En la barra las guindillas, las anchoas y el bonito reinaban. Picamos chorizo a la brasa y tortilla. También ensaladilla, que te obliga a pensar de alguna manera que solo se puede comer ensaladilla y rodaballo en Gros. No es medianoche y planeamos aventuras.
Mi amiga y yo, miramos al cielo y estaba nuestra estrella. No nos lo pensamos. Nos dirigimos a bordear el Paseo Nuevo, pasamos el Kursaal. Es como si lo hubieran abierto para nosotros. Hay nuevas definiciones del color azul, del blanco de la espuma que se recorta sobre cada ola.
El ruido era atronador, paraliza pero subyuga cuando rompe sobre el muro. La escollera de piedras inauditas. El viento en la calma. La Bajamar que te proporciona una extraña sensación de pereza, de plenitud. Algo tiene la mar que da miedo. La mar eterna que te espera siempre cuando vas a visitarla.
Mi amiga y yo no nos hablamos. Solo nos abandonamos al cálido viento lunar que nos va sanando por dentro. Lleno de sal, permitía cicatrizar las heridas, que en un último intento, abrasan con la mayor intensidad posible, dentro de ti, donde las has dejado entrar.
Pero el viento lunar, el ruido atronador de las olas, la luz de las estrellas, el poder de la mar, conjuran el mal. Nos pusimos frente a la barandilla, tenuemente iluminada por la luz mustia de la farola.
Sabíamos que el Cantábrico está debajo. Entonces, saltamos y nos vamos nadando. Buceamos y empezamos a sonreír. A la sonrisa le acompaña una carcajada. Al principio se contiene, al final es sonora, agradable, cálida.
No hace frío. Y decidimos volar. Pensamos que la escultura de Oteiza, el vasco lisérgico que nos guía, merece ser disfrutada desde arriba. Es también una antena que conecta en el otro extremo con la de Chillida.
Se percibe bien cuando vuelas en el viento, cuando nadas entre las olas, cuando caminas por la arena fina y mojada. La noche insiste y te envuelve en sus azules, turquesas, cobaltos, marinos. Fuimos felices.
¿El jueves podremos repetir la aventura? Mi amiga y yo hacemos planes.
Acabada la tertulia de Aiete, 18 de diciembre, “Uno de los nuestros”, Willa Cather, nos fuimos a Gros, nuestro barrio. La Bodega Donostiarra estaba de bote en bote. En la barra las guindillas, las anchoas y el bonito reinaban. Picamos chorizo a la brasa y tortilla. También ensaladilla, que te obliga a pensar de alguna manera que solo se puede comer ensaladilla y rodaballo en Gros. No es medianoche y planeamos aventuras.
Mi amiga y yo, miramos al cielo y estaba nuestra estrella. No nos lo pensamos. Nos dirigimos a bordear el Paseo Nuevo, pasamos el Kursaal. Es como si lo hubieran abierto para nosotros. Hay nuevas definiciones del color azul, del blanco de la espuma que se recorta sobre cada ola.
El ruido era atronador, paraliza pero subyuga cuando rompe sobre el muro. La escollera de piedras inauditas. El viento en la calma. La Bajamar que te proporciona una extraña sensación de pereza, de plenitud. Algo tiene la mar que da miedo. La mar eterna que te espera siempre cuando vas a visitarla.
Mi amiga y yo no nos hablamos. Solo nos abandonamos al cálido viento lunar que nos va sanando por dentro. Lleno de sal, permitía cicatrizar las heridas, que en un último intento, abrasan con la mayor intensidad posible, dentro de ti, donde las has dejado entrar.
Pero el viento lunar, el ruido atronador de las olas, la luz de las estrellas, el poder de la mar, conjuran el mal. Nos pusimos frente a la barandilla, tenuemente iluminada por la luz mustia de la farola.
Sabíamos que el Cantábrico está debajo. Entonces, saltamos y nos vamos nadando. Buceamos y empezamos a sonreír. A la sonrisa le acompaña una carcajada. Al principio se contiene, al final es sonora, agradable, cálida.
No hace frío. Y decidimos volar. Pensamos que la escultura de Oteiza, el vasco lisérgico que nos guía, merece ser disfrutada desde arriba. Es también una antena que conecta en el otro extremo con la de Chillida.
Se percibe bien cuando vuelas en el viento, cuando nadas entre las olas, cuando caminas por la arena fina y mojada. La noche insiste y te envuelve en sus azules, turquesas, cobaltos, marinos. Fuimos felices.
¿El jueves podremos repetir la aventura? Mi amiga y yo hacemos planes.