La música de cine más triste del mundo

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Con permiso de Delerue y El desprecio, la de Antoine Duhamel para Pierrot le fou es, posiblemente, una de las músicas de cine más tristes y desgarradoras de todos los tiempos, un arrebatador fogonazo lírico con apuntes expresionistas cargado de tensión y emoción románticas para acompañar la huída de Belmondo y Karina por las carreteras de una Francia filmada en los tres colores de su bandera.

La música de Pierrot le fou será ya para siempre el hito en la carrera de Duhamel, a pesar del desencuentro con Godard, que volvería a repetirse en Weekend, a pesar de que el director recompuso, editó, cortó y recolocó sus piezas con total desapego a la forma original concebida por el compositor. La Historia y la memoria, sin embargo, la mantendrán viva para siempre.

Con aspecto de científico loco, tan cercano al lenguaje musical del siglo XX (fue alumno de Messiaen) como a la música popular, Duhamel (Valmondois, 1925) se cruzó con el cine en plena nouvelle vague, plataforma desde la experimentó nuevas vías músico-visuales junto a Truffaut (Besos robados, Domicilio conyugal, La sirena del Mississippi), Maurice Ronet (Le voleur du Tibidabo) o Jean-Daniel Pollet (Mediterranée), y se hizo un nombre en el cine francés que le reportaría nuevas colaboraciones, espaciadas entre trabajos para la sala de conciertos (entre ellos óperas y sinfonías), el teatro, la televisión o la enseñanza musical, con Betrand Tavernier (La muerte en directo, Daddy nostalgie, Salvoconducto) o Patrice Leconte (Ridicule).

Pero también encontró Duhamel una afectuosa acogida en el cine español de los 90 de la mano de Fernando Trueba, para quien compuso la inquietante música de El sueño del mono loco y las de Belle époque, La niña de tus ojos y El embrujo de Shanghai, su hermano David (La buena vida) o José Luis García Sánchez, que se benefició de su vertiente más luminosa y mediterránea en Tranvía a la malvarrosa.

1 comentario en “La música de cine más triste del mundo”

  1. Se acusa a la música, llamada clásica, de música elitista, cuando no de burguesa. Algunos, muy ideologizados, se sirven de ello para suprimir o eliminar ayudas y subvenciones (¡Y no digamos si también subvenciona el gobierno español!). La acusación proviene de que el término “elite” está mal visto hoy en día -no digamos el término burgués, que ya se ha convertido en un insulto-, como cosa de privilegiados, residuos aristocráticos -otro término insultante-, y se le opone el término “popular”, al que se añade la connotación de democrático. Claro que la ignorancia es muy osada. ¿Se puede llamar burgués, por ejemplo, a Beethoven, a Mozart, a Bruckner o a Bach quién, en muchos momentos de su vida, tuvo que escribir una cantata por semana para dar de comer a su numerosa prole? Hoy, los sindicatos pondrían el grito en el cielo por sus condiciones de trabajo.

    Pero no se puede negar que hay relación entre la clase socio-cultural y la práctica o asiduidad a los eventos culturales, llamados de “élite” o “cultos”. En el Ministerio de Cultura francés, desde 1973 (el último en 2008) están estudiando el porcentaje de franceses que practican esta o aquella actividad: ver televisión, leer, ir al cine, al teatro, a los museos… y asistir a conciertos u operas. Lo analizan segmentando los resultados por sexo, edad, medio social y lugar de residencia. Me limito a trasladar aquí dos notas. Por un lado, se constata un aumento de la feminización de los asiduos a las actividades culturales, compuesta ya, en su mayoría, por mujeres. Por otra parte, las diferencias según medios sociales siguen manteniéndose. Por ejemplo el 39% de los cuadros superiores y las profesiones liberarles iban al teatro el año 1973, frente al 6% de los obreros. El año 2008 esas cifras eran del 44% y el 10%, respectivamente. Cifras similares podemos leer si nos referimos a la danza y a la música clásica, produciéndose la mayor evolución en los conciertos de rock y de jazz. Pero en un sentido que desconcertará a no pocos. El año 1973, asistía a conciertos de rock y jazz el 17% de los cuadros superiores y las profesiones liberales, y el 6% de los obreros. El año 2008 estas cifran eran respectivamente del 34% y el 12%. Esto es, la distancia social entre las clases sociales se ha mantenido en la asistencia al teatro, danza y música clásica pero se ha hecho aún mayor en el rock y en el jazz.

    El miércoles pasado, día 14, se pudo escuchar el primer concierto en la nueva sala de la Philharmonie de París, que puede acoger a 2.400 espectadores. El concierto fue un éxito, particularmente importante porque mostró la excelente acústica de la sala. Se pueden visionar durante seis meses, gratuitamente, los primeros conciertos, llamados conciertos inaugurales, en la web de la Philarmonie de París, para hacerse una cabal idea de la sala. Por cierto, en uno de esos conciertos inaugurales, el del 6 de febrero, interviene el Orfeón Donostiarra en la Grande Messe des Morts de Berlioz con la Orquesta del Capitolio de Toulouse, bajo la dirección de su titular, Tugan Sokhiev. En la web de Philharmonie anuncian que el concierto está prácticamente completo…

    Pero el proyecto Philharmonie de París es mucho más que una sala de música. Por un lado se pretende hacer del Parque de La Villete, donde se sitúa, un polo multi – cultural, pues ya se encuentra allí la Ciudad de la Música con el Conservatorio Nacional, la Ciudad de las Ciencias y de la Industria con la Geode, una imponente biblioteca, etc., etc. Además, la Philharmonie quiere acoger no solamente música clásica, sino también otras músicas con formulas, por ejemplo, de week-end: de flamenco, de India, de comedia musical, de danza, consagrado a David Bowie, a Bach (las dos Pasiones, la Misa en si, unas cantatas, el clave bien temperado, las Goldberg…) de viernes a domingo, a precios francamente asequibles. Consulten la web. Y será un centro pedagógico a donde irán alumnos para escuchar música, conversar con músicos… Quieren llevar a jóvenes y a las “clases populares” al mundo de la música, también a la clásica.

    La ópera es más cara. En Bilbao (en la más que encomiable ABAO), en París, en Londres, en Munich o donde quieran. Este año, en ABAO los precios, por entradas sueltas (siempre más caras que para los socios abonados) varían, según la ópera y los días de su representación, desde 214 euros hasta 77 euros, pero media hora antes de la función, si quedan entradas en determinadas localidades, los precios bajan a 27 euros para las personas de menos de 30 años y de 50 euros para las de más de 65 años. Conozco a personas que se sirven de estos precios, en el bus -gratuito- de los martes de Donostia en el que acudo a las representaciones. Y no hay que olvidar la Opera Berri, en la que las localidades para jóvenes de menos de 30 años varían entre los 47 y los 20 euros. Además, organizan Opera Txiki (16 euros para los adultos y 11 euros para los más pequeños) y conferencias en el Ciclo Verdi, en colaboración Deusto Forum. Y más cosas.

    En la pasada Quincena Musical de Donostia, media hora antes de cada concierto (si quedaban entradas) el precio era de tres euros para los jóvenes de menos de 30 años y para las personas desempleadas. Y las entradas eran más baratas que determinados conciertos de rock y que las localidades de un partido medio en Anoeta.

    El director general de la Orquesta de Euskadi, Oriol Roch, a quien agradezco la información que me suministró para escribir estas líneas, terminaba las suyas con estas palabras “hoy ya no veo oportuno hablar de elitismo, ni de clases sociales. Creo más en destacar que el usuario de música clásica (“culta” la llaman algunos) tiene más que ver con las necesidades culturales que los padres transmiten a sus hijos”. Cierto. Lo que muestra que la cuestión estriba, en realidad, en el nivel cultural de esos padres y ahí, me temo, a tenor de las encuestas francesas, que no debemos enterrar demasiado pronto a las clases socio-culturales. Razón de más para subvencionarlas y fomentar esas actividades entre las clases llamadas “populares”.

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