Los asesinatos de Atocha y de Vitoria señalaron el punto más alto de la estrategia de la tensión en el momento de mayor agitación de la Transición
A diferencia del caso de Vitoria que fue tratado desde el cine décadas después ( Llach: La revuelta permanente, de Lluís Danés, 2006 ), Siete días de enero, que evoca los hechos de los abogados laboristas de Atocha, resultó un film a pie de cañón. Pudo haber sido en su momento lo que llegó a ser “Z” durante el 68 francés, pero la situación era muy distinta.
No existe ningún debate sobre la veracidad de los hechos narrados en el film que, en sus trazos generales, se pueden consultar en el Wikipedia. Tampoco los ha habido sobre las “tramas negras”, otra cosa es el contexto de la matanza…Tal como decíamos, esta se inserta en una estrategia de la tensión alimentada por la represión policial (Vitoria), los atentados de la extrema derecha (Atocha), los ruidos de sables.
La película de Bardem es de visión obligatoria para cualquiera que no viva en el país de la indiferencia. Se ajusta minuto a minuto a los hechos siguiendo una investigación exhaustiva del periodista Gregorio Morán, responsable del guión junto con Bardem. Ambos ofrecen un thriller duro y compacto sin concesiones. A pesar de su larga duración, la película mantiene el ritmo siguiendo las pautas del mejor cine político o mejor dicho, de denuncia. Su revisión no permite comprobar que Siete días de enero (España, 1978) no envejece. Al contrario, que ha ganado. Se nota que Bardem, conocía bien su oficio. Sobresale tanto la sencillez a la que le obligaron la parquedad de medios como la estética documental colaboran a crear un ambiente de plena autenticidad, los escenarios son los escenarios de los hechos, ninguna imagen es decorativa y ningún plano está de más. Todo encaja en una planificación en el que la indignación y la contención se equilibran, hay un buen equipo técnico, los actores se ajustan a los personajes –inolvidable José Manuel Cervino-, si bien se nota la falta de presupuesto. Igualmente hay que destacar el uso de la luz natural, que excluye cualquier atisbo de juego retórico.
La película era sin duda un acto militante, lo declaró sin tapujo su propio autor cuando declaró en el Mundo Obrero, de enero 2002: “Hice la película porque consideré –y considero– que era mi deber como ciudadano, como cineasta y como comunista.”
Bardem redondea la tremenda evocación con las imágenes finales del entierro de los abogados – anegadas en música de funerales – donde se produjeron grandes concentraciones. Supone un momento humano y emocionante, el recuerdo para unas personas que fueron victimas de un acto de terror digno de “la noche de San Valentín”. La película deja constancia del tipo de sicarios que frecuentaba una extrema derecha que se sabía protegida, de ahí que en ocasiones que encañonaba con sus pistolas a la gente, no tuvieran empacho en declarar: “Sí os mato, a mí no me pasará nada”.
Algunos de los cines en los que se estrenó fueron asediados por bandas ultraderechistas. Desde la prensa conservadora en la que no faltaron comentarios del tipo “a ver cuando Bardem hace una película sobre Paracuellos”.
Las víctimas estaban comprometidos con la lucha de los trabajadores por sus mejores y su dignidad, algo que se suele ignorar cuando se ignora lo que era la condición obrera; lo hacían al tiempo que luchaban por las libertades, convencidos de que la democracia permitiría avanzar “por las buenas” en un avance social que, en teoría, nadie cuestionaba; lo hacía voluntariamente a pesar de los riesgos que –como se pudo ver-, corrían. Del otro lado se podría haber trabajado más como se forjan tipos así en un régimen que era delincuente y perverso desde el principio al final.
No faltaron los que ponderaron altamente el film. El novelista Jesús Fernández Santos por ejemplo, llegó a decir que era la mejor de su autor, aunque personalmente pienso que no llega a los niveles de Calle mayor (1956) o de Nunca pasa nada (1963), la mejor, una joya. Lo que está claro es que el tema fue tratado con rigor y eficacia cuando los hechos estaban todavía calientes y que el film cumplió plenamente sus objetivos. Para matizar más se tendría que haber rodado una serie de pequeñas películas…De haber sido así, podría haber habido un episodio sobre el “gran miedo” que causó la noticia de la masacre, entonces, como sucedió cuando el atentado contra Carrero o en la noche del 23-F, muchos militantes se buscaron otros domicilios.
PD. En un artículo en El País (Atocha, 22-01-15) Jorge Martínez Reverte, evoca el aniversario de la masacre como un referente muy pertinente de lo que Charlie Hebdo ha sido para Francia. Evoca un barrio en “olía entonces a trabajador del metal y de la construcción. Y olía a comunista. En aquel piso del número 55, los fascistas dieron sin quererlo la gran oportunidad para que la hoy denostada Transición se pudiera acometer con éxito.” Un lugar “ sigue oliendo a calamares y todavía huele algo a una cosa que parece del pasado: a clase obrera, a trabajadores organizados, a gente que les defienda de una reforma laboral que tiene solo una cara: el abaratamiento de la mano de obra. ”
Reverte concluye diciendo que desde Atocha proclama Je suis CCOO…