Cuando llueve con fuerza, cuando se desborda el río, entran en ebullición las cloacas. Estallan los sumideros y empieza a salir mierda al exterior, toda esa mierda que habitualmente circula bajo tierra, canalizada, pero que una repentina subida de las aguas empuja al exterior.
También en el sistema político español revientan las cloacas cuando llueve de más, cuando hay inundación. La mejor señal hoy de que puede haber un cambio político no son las encuestas, sino el borboteo de las cloacas políticas, periodísticas y policiales. Por ahora hierven, se agitan, lanzan de vez en cuando una lengua de mierda, pero puede ir a más.
Echemos la vista atrás. En la corta democracia española, todos los cambios de ciclo político han sido traumáticos, han llegado entre fuertes sacudidas y acompañados de ese burbujeo de las cloacas del Estado. Sabemos cómo fue la Transición en la superficie, pero conocemos poco del fuerte oleaje que hubo en las alcantarillas. La victoria del PSOE en el 82 llegó tras un golpe de Estado que era pura cloaca. El relevo del PP en 1996 vino precedido de varios años irrespirables. El regreso socialista en 2004 se produjo tras unos días terribles de marzo que dejaron una larga marejada en las cloacas. Solo en el último cambio, 2011, no hubo cloaca (que sepamos), pero fue también convulso, con un presidente acorralado por “los mercados”.
Así llegamos a este 2015. ¿Habrá cambio político? No lo sabemos, pero lo cierto es que la cloaca lleva meses en ebullición. Cada pocas semanas salta un grumo de mierda que salpica a alguien. Informaciones que buscan desacreditar, y que a veces vienen de “fuentes de la seguridad del Estado”. Esa sensación brumosa de que en este momento hay mucha gente rastreando papeles, cuentas bancarias, pinchazos telefónicos, preparando dossieres para colocar en alguna portada.
El último golpe de cloaca lo estamos viendo estos días, con el presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González. Su caso tiene algo de alguacil alguacilado: un alcantarillero que se cae a la alcantarilla, pues González de cloacas sabe mucho, acostumbrado a bucear en las aguas residuales madrileñas. Por algo fue presidente del Canal, entidad responsable del alcantarillado, si se permite la broma.
Lo de González y su ático apesta desde hace años, pero de repente estos días la cloaca ha lanzado al aire un gran chorro de mierda y le ha dado de lleno. Un caso muy viscoso, donde aparecen políticos sospechosos y empresarios amigos, pero también policías oscuros, ajustes de cuentas internos y periodistas que prestan la portada. Todos chapoteando en una ciénaga de la que nadie saldrá limpio.
Nos queda mucha cloaca por ver, porque en el posible cambio político está en juego mucho más que un cambio de gobierno. Demasiados intereses en juego, y mucho que tapar.
Pero el verdadero problema de la cloaca es otro: que cuando pasa la crecida del río, cuando las aguas vuelven a su cauce, la mierda sigue circulando bajo tierra y nos olvidamos de ella hasta la próxima sacudida. El hedor de la cloaca debería ser un aviso para quienes se plantean ganar elecciones: qué harás con esos ríos de porquería incontrolables, con ese país subterráneo que nadie ha querido desactivar hasta hoy.
Isaac Rosa