En apoyo a la vecindad de Martutene, Loyola, Txomin, Astigarraga, Hernani
Donostiako Eguski
Hemos preferido esperar a que las aguas, también emocionales, volviesen a su cauce, antes de hacer públicas estas reflexiones en torno a las inundaciones que han vuelto a padecer los vecinos del Urumea. Vaya por delante que nuestra intención no es meter el dedo en el ojo de nadie y mucho menos, echar sal sobre las heridas de los más directamente afectados, sino contribuir a que el problema sea analizado con realismo, lejos del «calentón» del momento.
La primera afirmación que vamos a hacer es que no existe solución definitiva para las inundaciones. No, salvo que vaciemos absolutamente las vegas inundables de edificios y actividades, algo que no va a suceder. Parece obvio y, sin embargo, bajo los efectos del shock, los afectados reclaman, soluciones definitivas. Que los afectados pidan soluciones es normal. Que las autoridades prometan soluciones definitivas, no, porque no las hay, y los afectados se sentirán doblemente frustrados la próxima vez que llueva más de lo habitual.
En noviembre del 2011 decíamos: porque las inundaciones volverán inexorablemente, sólo es cuestión de tiempo. Y, además-esta es la segunda afirmación que queremos hacer- existen factores que contribuyen a que cada vez lo hagan con mayor frecuencia. El creciente asfaltado-hormigonado del valle impermeabiliza el suelo, con lo que no sólo le quita su capacidad de retener el agua, sino que conduce esta a toda velocidad al cauce central del río. Que a nadie le quepa duda de que la autovía del Urumea y el Segundo Cinturón, son auténticas autopistas para el agua en su camino hacia ese cauce, un cauce en cuyas márgenes, por otra parte, cada vez se acumulan más edificios y actividades, es decir, más personas y bienes susceptibles de sufrir daños. A estos factores básicos, impermeabilización del suelo y ocupación de las vegas hasta límites temerarios, hay que sumarle el aumento del nivel del mar. Tres años después, estas reflexiones siguen plenamente vigentes, como se ha vuelto a demostrar.
Bien, no sólo no existe solución definitiva para las inundaciones, sino que determinados factores hacen prever que su frecuencia irá en aumento. ¿Quiere esto decir que tengamos que resignarnos?, ¿que no haya que hacer nada? En absoluto, quiere decir que, puesto que hemos de asumir que no nos queda más remedio que «convivir» con ellas, hay que tomar medidas para que sus daños sean los menores posibles. En los bienes y, sobre todo, en las personas.
En ese sentido las medidas previas de aviso, parece que están funcionando correctamente y con la antelación suficiente como para evitar desgracias personales y con tiempo para poner a salvo algunos bienes materiales.
¿Medidas de que tipo? Muchas, pero nos vamos a referir a dos: de gestión en torno a la crisis y estructurales.
En la gestión en torno a la crisis se podrá mejorar mucho, sin duda, pero hay algo en lo que está claro que hay que afinar más: la caracterización adecuada de la que se avecina.
Tanto en el anterior episodio del 2011, como en el último, las previsiones de lluvia no alertaban sobre la gran cantidad de precipitaciones a acumular. Dado que las precipitaciones que causan el desbordamiento del Urumea se producen , por lo general, en la cuenca alta, consideramos que se debería contemplar esta zona (el Añarbe) específicamente en las previsiones metereológicas.
En cuanto a la gestión del embalse, se está ganando en transparencia, se ha aumentado también la capacidad de retención, y siendo conscientes de que el embalse no puede ser la solución única y mágica a las inundaciones, sí creemos que en esta ocasión se ha actuado tarde, y nos referimos al vaciado preventivo.
Pero es el problema estructural el que hace que las crecidas del Urumea sean tan periódicas como dañinas. La urbanización casi total del valle, por dejadez de las instituciones que tienen competencias (Ura; Costas; Confederación) , así como la inacción durante años en la puesta en marcha del Plan contra las Inundaciones -aprobado en 2008- y que no se ha comenzado a ejecutar hasta hace bien poco.
De las 18 actuaciones previstas, apenas se han ejecutado dos, la última, la sustitución del puente de Karabel. Al parecer el problema económico (60 millones de presupuesto) era el mayor obstáculo para su ejecución. Una racanería inaceptable, máxime teniendo en cuenta dos cosas: que los daños suelen superar esa cantidad a invertir , y lo más sangrante, que dinero» haberlo haylo», por lo menos para gastarlo en unas obras del tren de alta velocidad, que en ningún caso puede tener prioridad presupuestaria ni social, con respecto a las inundaciones.
Pero que nadie piense que una vez ejecutadas las actuaciones previstas, la salida del agua en el cauce del Urumea no se va a volver a repetir. Eso es impensable e imposible, por lo menos en cuanto se produzcan precipitaciones tan intensas como las últimas.
La única solución es respetar las zonas de inundabilidad y aumentarlas, en la medida de lo posible, hasta acercarse a la situación natural anterior a su ocupación. Estas zonas son las que permiten almacenar el agua durante las crecidas y que estas no arrollen a su paso. El cauce del río, por muchos obstáculos que se eliminen, nunca podrá transportar todo el agua que se recoge en la cuenca cuando llueve extraordinariamente.
Que nadie se llame a engaño, las falsas expectativas o promesas, solo generarán frustración cada vez que el Urumea necesite buscar su espacio.