Escombros de cine en Bhaktapur

ASDFBERNARDO BERTOLUCCI

27 ABR 2015

Entre las imágenes de los escombros retransmitidas por la televisión intenté, en vano, reconocer los lugares de mi memoria; entrever la gran estupa que se erige no muy lejos de Bhaktapur. Y tuve ganas de llorar. Katmandú, Patan y Bhaktapur son los lugares simbólicos de la cultura de Nepal, país al que estoy profundamente vinculado. Y es grande el dolor que siento por las miles de víctimas.

Descubrí esos lugares en 1973, cuando por primera vez puse rumbo a Oriente con mi mujer, Clare. La idea fue suya: ella era una viajera, yo no. Fue un viaje en el que nos conocimos y nos reconocimos. Un viaje de iniciación que derrumbó todos mis estereotipos sobre esos países. Un descubrimiento total. Fuimos a Tailandia, luego a Bali, y después a Benarés, y a Katmandú, donde vivimos durante un mes. Recuerdo el estupor y el asombro ante los edificios de Patan, donde luego filmaría Pequeño Buda. Aquello era el triunfo del horror vacui, del miedo al vacío: todo estaba decorado, cada centímetro. Arquitecturas y esculturas admirables donde el arte budista se funde con el hinduista, y encontramos a Buda junto a Visnú, Kali y Ganesh.

Me acuerdo de la primera vez que llegué a ese valle aislado, casi inaccesible. Nos quedamos sin aliento ante la belleza de Bhaktapur y Patan, a la que llamábamos Patan City. Emocionados ante esos tejados sobre los que crecía la hierba, algo extraordinariamente poético que me recordaba a un pueblecito de los Apeninos de Parma. El encuentro humano fue emocionante. Ese pueblo tenía una enorme cultura de la acogida. Esa gente parecía sacada de los sueños de Pier Paolo Pasolini, cuando hablaba de la inocencia arcaica en los países más pobres y espirituales. Frente a un río a las afueras de Katmandú presencié por primera vez una cremación. Había algo limpio, puro, en aquella carne que se convertía en fuego y humo.

En 1973, Katmandú, Bhaktapur y Patan eran destinos hippies, meta de un turismo pobre y respetuoso con aquellos lugares. Cuando regresé 20 años después para estudiar la zona y, más tarde, grabar Pequeño Buda, a principios de 1990, había un aeropuerto capaz de recibir los enormes vuelos chárter llenos de ese turismo que lo arruina todo. Nosotros también llegamos como una especie de ejército de ocupación: montones de camiones y grupos electrógenos que sin duda contribuirían a aumentar la contaminación. La pequeña posada donde nos hospedamos en 1973, que se llamaba Yak & Yeti, se había convertido 20 años después en un lujoso hotel de cinco plantas que sirvió de cuartel general durante el rodaje. Tiemblo con solo pensar que haya podido derrumbarse. Allí hacíamos las proyecciones con los materiales que nos enviaba la Technicolor desde Roma; eran tiempos de un cine que ya no existe.

En Bhaktapur grabamos todas las escenas ambientadas en el palacio de Siddharta antes de convertirse en Buda. A aquella estructura añadimos una parte que hicimos nosotros y que los nepalíes quisieron conservar. Ahora, los escombros de una ciudad tan antigua se han mezclado con los escombros del cine que nosotros llevamos allí. Cerca de Bhaktapur hay una enorme y preciosa estupa, con los ojos de Buda, donde el niño americano pregunta qué significa la palabra “impermanencia”.

Los budistas tibetanos crean maravillosos mandalas de arena repletos de color, que luego serán destruidos por una ráfaga de viento. Eso es la impermanencia. ¿Somos capaces de imaginar la tragedia que supondría para nosotros la pérdida en unos segundos de alguna de nuestras extraordinarias ciudades toscanas? Es difícil.

Ante la tragedia de Nepal ya se ha producido una respuesta del mundo. Espero que sea potente, que haya una gran solidaridad hacia esos pueblos remotos. Son lugares y personas muy lejanos, montañeses testigos de algo que hay que salvar a toda costa.

3 comentarios en “Escombros de cine en Bhaktapur”

  1. No dejo de pensar en las miles de víctimas mortales, unas que ya han aparecido, otras por aparecer todavía, enterradas bajo los escombros. No dejo de pensar en las miles de personas que han perdido a sus seres queridos y se han quedado además sin hogar. No dejo de pensar en cómo se estarán bandeando los supervivientes para eso, para seguir sobreviviendo a la tragedia. No dejo de pensar en esos supervivientes que a golpe de mano quitan ladrillo a ladrillo los escombros para tratar de encontrar más supervivientes. Ahora se trata de ayudar a toda esta gente.

  2. Estaba echado en la cama. Mi pareja nepalí y mis amigos lo organizaban todo en la azotea para preparar una barbacoa. Me acompañaba Prashant Shrestha, que en ese momento asomaba por la puerta de mi habitación y que a la postre se convertiría en mi héroe, en mi salvador. Charlábamos amistosamente cuando, de repente, el suelo comenzó a crujir, los cristales reventaban con fuerza… todo comenzó a moverse y rápidamente deduje que se trataba de un terremoto. Grité a Prashant para que se pusiera a salvo. Corrió hacia mi cama y no dudó en echarse encima para protegerme. Nos agarramos con fuerza atemorizados. El momento fue terrorífico, el minuto más largo de nuestras vidas. El seísmo irrumpió como un huracán. Se oían gritos, ladridos de perros… Los cimientos de la casa se resquebrajaban. La violencia del seísmo nos lanzaba de izquierda a derecha. En ese momento, solo podía pensar en mi pareja y amigos. En el momento de mayor magnitud del terremoto tuve que arrastrar a Prashant a uno de los lados de la cama para evitar que un armario cayera sobre él y resultara herido. Entonces, todo se detuvo. El silencio era casi total, sólo quebrantado por los ladridos desesperados de los perros. Aguardamos varios minutos antes de salir al patio de casa ante el temor de nuevas réplicas. Todos estábamos a salvo

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