Republicanizar el populismo (“Ciudadanos” vs “Podemos” vs «15M»)

eeeeCarlos Fernández Liria (eldiario.es)

De la noche a la mañana, y tras las elecciones andaluzas, la situación de Podemos se ha complicado. Íbamos a ganar en una guerra relámpago, y, de pronto, nos vamos a ver envueltos en una interminable guerra de trincheras, en una especie de doble bipartidismo. Es de temer, además, que en este tipo de contienda, el tiempo nos va a desgastar más que a nuestros adversarios, puesto que tenemos más enemigos y menos recursos. El motivo de que nos encontremos de pronto en esta situación no se debe (fundamentalmente) a que Podemos haya hecho nada mal, sino a que los demás han hecho algo bien. Era de esperar que no permanecerían eternamente de brazos cruzados, viendo cómo Podemos crecía y crecía en las encuestas. Han movido ficha. Y han hecho una jugada muy buena, un jaque en toda regla. El Ibex 35 ha logrado colocar a Ciudadanos en la «centralidad del tablero». Qué injusto y qué paradójico es todo. Ciudadanos se ha colado precisamente en un lugar que a Podemos le había costado un esfuerzo sobrehumano construir. Y les ha salido gratis. Más que gratis, han hecho un negocio bárbaro. Podemos ha construido una casa contra viento y marea y ellos la han ocupado tuneándola con los medios de comunicación a su favor y el dinero de los empresarios.

En un reciente artículo –y en un debate que tuvimos en la UCM–, Alberto Garzón venía a decir –con inteligencia y amistad, como siempre– que nos estaba bien empleado. Podemos se habría concentrado en ser una mera «maquinaria electoral» que «reflejaría» el «deseo de cambio» de la población. Ese mismo papel lo puede hacer igual Ciudadanos y de manera más presentable en sociedad. Podemos se habría esforzado en un discurso «controladamente ambiguo» para no perder la transversalidad. Al final, sus portavoces se han visto tan atados de pies y manos por esta indefinición, que cada vez más se limitan a repetir como loros argumentarios predefinidos, sin atreverse a dar un paso en falso. Están paralizados. Antes, la presencia de un tertuliano de Podemos en la televisión disparaba las audiencias; ahora, cada vez hay más gente que cambia de canal: se les nota demasiado que no se atreven a decir nada definido, salvo el sempiterno monotema de la lucha contra la corrupción. Lo malo es que este tema también se vuelve contra Podemos, desde que un puñado de periodistas muy bien pagados logró convertir el no caso Monedero en un estrambótico escándalo moral. En cambio, Ciudadanos, financiado con el dinero de la mafia empresarial, aparece impoluto. Las frases vacías y la ambigüedad se les van a dar a ellos mucho mejor que a los de Podemos. Lo del «deseo de cambio», también, porque pueden proponer un «cambio sensato». Lo de la lucha contra la corrupción, no digamos, puesto que no van a tener periodistas en contra.

15 comentarios en “Republicanizar el populismo (“Ciudadanos” vs “Podemos” vs «15M»)”

  1. Como todo programa de televisión, el periplo vital de Podemos es nacer, crecer y morir. No digo evaporarse, simplemente, equiparo morir a renunciar por la fuerza de los hechos a convertirse en el motor de una transformación política de fondo. Equiparar el interés por Pablo Iglesias al ansia social de revolución es confundir las audiencias del primer Operación Triunfo con el interés por la música. Como acertadamente se ha apuntado, la mayor virtualidad de Podemos ha sido acercar la política a las masas desencantadas. Otro sí podría decirse de Bisbal y Bustamante respecto de la industria del disco. Podemos no es la consecuencia del 15-M, sino su refutación, El primero jamás hubiera nacido si previamente no se hubiera extinguido el segundo. El auge de Podemos coincide con el declive de las movilizaciones. Lo que en un principio era una horizontalidad difusa sin líderes sustituida se ha convertido en una verticalidad férrea dirigida por carismáticos Se trata de una coexistencia imposible en formato simultáneo, por cuanto el 15-M es incompatible con una formación política al uso, por vaga que sea la formulación de sus principios. Que a estas alturas, el ‘triunfito’ que es Monedero culpe de sus tribulaciones a “la ponzoña de los medios” suena broma cuando su reacción a “estamos en el aire” ha sido durante meses tan adrenalítica como la de, pongamos por caso, Amedo al grito de “¡bingo!”. Lo siento, pero no voy a hacer autocrítica por el hecho de que unos hayan prometido el impago de la deuda, la jubilación a los 60 y una renta básica universal, otros se lo hayan creído y juntos hayan terminado por descubrir que nada de eso es posible. Por cierto, más vale que alguien empiece a pensar qué pasará con las expectativas de cambio una vez que en las elecciones generales Podemos haya gastado su única bala.

    1. Que Podemos es, antes que nada, un programa de televisión es algo que está costando encajar, en primer lugar, a sus propios presentadores. Sentado todas las semanas, cuando no a diario, ante una cualificada representación de los culpables de todos los males que afligen al país, más Eduardo Inda y Francisco Marhuenda, los mirlos blancos han puesto palabras a las sensaciones. Hasta la cabra de la Legión hubiera cosechado entusiastas adhesiones de haber conseguido que Inda le insultara con vehemencia en prime time. Durante meses, Iglesias y compañía han diagnosticado con tesón de curandero las dolencias que padece la sociedad española y han propuesto los más disparatados remedios, comprados con entusiasmo y fe de carbonero por una parte de la sociedad. A la caza de la otra parte, la propuesta ha mutado del esplendor que encierra “hacer las cosas de otra manera” al más ramplón “hacer otras cosas”.

      1. Juan Carlos Monedero ha venido a reivindicar el regreso a los orígenes, a la pureza y la castidad, en sus declaraciones de despedida de la dirección de Podemos. Aunque él haya contribuido a mancillar ambas, probablemente más que nadie, con sus polémicos, millonarios y nunca bien explicados ingresos por sus trabajos para la Latinoamérica bolivariana. Es cierto que el alcance de esa elusión fiscal palidece ante la ristra de corruptelas que lleva soportando la ciudadanía toda la legislatura. Pero es lo que tiene atrincherarse en la castidad y en la pureza, que cuando ambas se quiebran, o se sospecha que se han vulnerado, ya no cabe marcha atrás, no es fácil borrar esa mancha del expediente. Y menos cuando los tuyos parecen dispuestos a flirtear con los mismos que tanto se han mofado de tu desliz. El adagio dice que la política hace extraños compañeros de cama. Un lugar donde, ya se sabe, difícilmente disfrutan los castos y puros.

  2. Propongo que Albert Rivera y Pablo Iglesias -tanto monta, monta tanto- compartan precampaña, campaña, y si procede, después de votar, se casen por lo civil. O por lo militar, que tanto les gusta a ambos. Al modo de las giras de Serrat y Sabina, dije yo. Mejor en plan Pimpinela, me corrigió con mucho tino un tuitero de colmillo retorcido.

    Aunque ni de lejos soy el fan número uno de Jordi Évole, me quito el cráneo ante su hallazgo del pasado domingo. No ya por el audiención que se cascó -mejorando lo presente en estas tierras de por aquí arriba, siempre lo subrayaré-, sino por su repercusión posterior, que todavía no ha cesado, como prueban estas mismas líneas. Pero más incluso que por eso, por haber conseguido el retrato más fiel de la cacareada nueva política, y sobre todo, de sus creyentes y practicantes, cuyo sentido crítico es tan profundo que les dicen a la cara que el invento consiste en una charla de barra de bar, y ni se huelen que les están llamando imbéciles.

    Anoten la secuencia desde que todo esto explotó. Surge un fenómeno morado, luego uno naranja creado por ingeniería inversa, y cuando parecía que ambos entraban en horas bajas, el productor -La Sexta, o sea, Atresmedia, o sea, Planeta- les hace coprotagonizar la secuela. Una idea brillante, porque estando frente a frente, en lugar de las diferencias, lo que se aprecian son las mil coincidencias, y como resumen, que son tal para cual y cual para tal. Eso sí, para jugarse el tercer y cuarto puesto, no jodamos.

  3. Podemos, primera opción no nacionalista

    Nos fascinan las encuestas. Hasta las electorales les ojean quienes pasan de la política. Ya tenemos aquí la primera: el sociómetro vasco, que da como más votado en Euskadi al PNV, seguido de EH Bildu, Podemos, PSE y PP.
    Podemos es una de las sorpresas. Si en España flojea, aquí sería la primera opción de los no nacionalistas y eso todavía sin conocerse el fichaje de ayer: el donostiarra de Equo Juantxo López de Uralde, que encabezará la lista morada por Álava.
    El damnificado por el alza de Podemos sería el PSE alavés, que podrían quedarse sin diputado en el Congreso por primera vez en su historia. También aparece fuera del Congreso, en Gipuzkoa Borja Semper, presidente de un PP muy débil. Por último, tenemos a Ciudadanos, también en alza, pero que no logra escaño; su discurso contra el Concierto les lastra.
    No me extiendo más: dejo para los expertos la cocina de los datos y a su criterio no tomarse esto demasiado en serio. Recuerdan que las encuentas no sólo informan: influyen en el voto.
    Jon y Laura

  4. Santiago Alba Rico

    Podemos se encuentra por fin frente a la hora decisiva que tanto y tan poco ha tardado en llegar y que, de alguna manera, debe justificar su nacimiento y su existencia. Hagamos un rápido resumen de los dos años más cortos y más largos de la historia reciente de España.
    En enero de 2014, un buen análisis y un gesto audaz convirtieron una modesta iniciativa en un ariete o, mejor dicho, en una palanca. Podemos penetró por una pequeña grieta e iluminó las ruinas que previamente había fotografiado el 15M: las de un régimen que, al hilo de la crisis y las políticas de austeridad, en medio de un creciente desasosiego social, exponía al desnudo su entraña antidemocrática: esa conjunción entre economía y política que del modo más preciso ciñe la palabra “casta”. Esa “casta”, además, en el caso de España, crecía y se mantenía a rebufo de un marco de legitimidad, el de la llamada “transición”, articulado en torno a tres ejes -monarquía, unidad nacional, bipartidismo- que, por primera vez en cuarenta años, aparecía dañado o, al menos, muy vulnerable. El eje derecha/izquierda, función periférica de esa legitimidad, estaba incluido en el paquete.

    Podemos podía haberse llamado de otro modo y haber reunido a otras personas, pues su existencia era reclamada por las circunstancias, pero podía también no haber existido. En la historia lo normal es que “las circunstancias reclamen” y nadie responda. Es imposible, en todo caso, disminuir la importancia de lo sucedido en estos mil años transcurridos desde ese remoto día de enero de 2014. Podemos fue hasta tal punto disruptivo que, con dos frases ocurrentes, un liderazgo brillante y un poco de levadura social, destruyó de un plumazo el marco hegemónico del 78 y cambió las reglas del juego. Aún antes de contar con representación institucional -pues sus cinco eurodiputados eran apenas un síntoma- se había convertido en el pivote simbólico de la política española, acontecimiento que probablemente tiene muy pocos precedentes en la historia de Europa. Durante unos meses, de hecho, Podemos gobernó España o, al menos, las prácticas y discursos de sus oponentes.

    ¿Qué significa “cambiar las reglas del juego”? Significa alterar todos los ejes sobre los que se articulaba la legitimidad o hegemonía política del régimen del 78. Podemos impuso, como digo, nuevas prácticas y nuevos significantes, desacralizó la monarquía, la unidad de España y la Constitución del 78 y abrió así una fisura entrópica en la correlación de fuerzas interna al bipartidismo. La escenografía pugilística entre PSOE/PP -y con ella el eje izquierda/derecha- se vino abajo, lo que obligó a recomponer las filas a través -ahora- de un conflicto real. El bipartidismo es sin duda funcional a esa “casta” sin patria ni partido que gestiona nuestra economía, pero implica también a dos “aparatos” provistos de vida propia que, de pronto, han visto amenazadas sus cuotas de pastel y que, si se enfrentan juntos a Podemos, también se enfrentan ahora entre sí, abriendo de esta manera -entrópicamente- nuevos espacios a la lucha política.

    Este trabajo -el del desplazamiento hegemónico- Podemos lo hizo tan bien que forzó a sus rivales a copiar sus maneras. Por esa puerta -la del “cambio” y “lo nuevo”- se coló Ciudadanos, un “Podemos de derechas” apañado para contener a Podemos que, en cualquier caso, revela y confirma las geológicas transformaciones políticas ya introducidas en nuestro país. Ahora bien, el parasitismo y secuestro del marco hegemónico podemita por parte de sus rivales desdibujó y frenó al partido encabezado por Pablo Iglesias. A esto ayudaron sin duda varios factores: un electorado volátil y despolitizado (ése que tan acertadamente supo reconocer e interpelar la formación morada), una campaña mediática de una bajeza deontológica sin precedentes, una izquierda tradicional que desde el principio vio en Podemos más un enemigo que una oportunidad y una izquierda movimentista que, cargada sin duda de razones y admirablemente coherente, sólo en parte comprendió que no se trataba “ahora” de cambiar lentamente el marco antropológico sino de voltear de un solo golpe el tablero político.

    Hubo otros dos factores decisivos. En la tarea de construir a la velocidad de la luz un partido funcional -mitad maquinaria de guerra, mitad colectivo asambleario- Podemos fracasó en parte en ambos terrenos y, frente a todas las dificultades y presiones señaladas más arriba, cometió errores de discurso y de liderazgo que parecieron dar la razón tanto a sus rivales como a sus acompañantes críticos. Al mismo tiempo, hubo que afrontar cuatro citas electorales que desde el principio se asumieron justamente como obstáculos y no como oportunidades. No había ninguna fórmula buena para sacar rendimiento de esos comicios, los cuales, si frenaron como se temía el ascenso virtual de Podemos, introdujeron además un efecto paradójico. Allí donde la fórmula improvisada resultó inesperadamente victoriosa (las “ciudades del cambio”), ese éxito, imposible sin Podemos, contribuyó igualmente a restar protagonismo a su marca y a dar centralidad a otras propuestas y otros liderazgos. Hoy es evidente que cualquier confluencia con la gente -con el electorado volátil y con la nueva izquierda desanimada- pasa por formatos territoriales que unan a Podemos con estas nuevas fuerzas municipales de las que Podemos forma ya parte.

    En estas condiciones y tras este largo e intenso recorrido llegamos a la hora crucial, las elecciones del próximo 20D, las primeras elecciones reales, decisivas, de verdad, desde al menos 1982. A veces tengo la impresión de que sólo la derecha -los partidos del régimen y su “casta”- han comprendido lo que está en juego en esta cita; mientras que una parte de la izquierda sigue coqueteando con la Historia, menospreciando “lo político” y trabajando fuera del tiempo. ¿Qué es lo que tan bien ha comprendido la derecha, hasta el punto de movilizar todos sus recursos “de guerra”, mediáticos e ingenieriles, contra Podemos? Lo que la derecha ha comprendido, y por ello se siente amenazada, es que lo que se juega el 20D no es ni poco ni mucho. Es todo. Los que aspiramos a mucho podemos sentirnos tentados a no votar o a tirar a la basura nuestro voto entregándoselo a la izquierda tradicional derrotada, pues es verdad que, incluso en el mejor de los casos, tras el 20D no se va a obtener mucho: ni nacionalizaciones de bancos ni salida de la OTAN ni ruptura con Europa. En cuanto a los que quieren poco, son aquéllos a los que, desde el nuevo marco hegemónico postpodemita, trata de atraerse el bipartidismo (ahora trinitario) para poder conservarlo todo. Ni con “mucho” ni con “poco” podemos medir la apuesta. Hay que medirla desde este “todo” por el que puja sin escrúpulos la oligarquía “restauradora”.

    Seamos radicalmente realistas. Lo que nos jugamos el 20D no es la diferencia poco/mucho o derecha/izquierda ni, desde luego, revolución/continuidad: es la alternativa reforma/restauración. No se trata, pues, de conseguir el cambio -que ya se ha producido- sino de evitar la restauración. Como he indicado en las primeras líneas de este artículo y es de general aceptación, la disrupción podemita derrocó simbólicamente el régimen del 78, imponiendo nuevas reglas de juego y abriendo una fisura entrópica entre las propias fuerzas del bipartidismo. La única manera de mantener abierto el campo político y de confirmar materialmente la ruptura simbólica del régimen, es impedir ahora su restauración material, una restauración que pretende apoyarse precisamente en la nueva legitimidad de esa ruptura simbólica. ¿Nos damos cuenta de lo que nos jugamos? Un bipartidismo trinitario (un dios único y tres personas distintas), aupado en el aura y la legitimidad podemitas pero sin Podemos, sería la restauración áurea, blindada, perfecta, y tardaríamos años en cuestionarla social y electoralmente desde la izquierda.

    El régimen del 78 ha comprendido muy bien de dónde procede la amenaza. Como prueba el uso de las encuestas y el ninguneo creciente de Podemos por parte de la trinidad restauradora (PP, PSOE y Ciudadanos), en esa restauración no caben cuatro. No caben los cuatro. ¿Por qué? Sus rivales saben muy bien (incluido el Ibex y los bancos) lo que a veces la izquierda olvida: que Podemos es la única fuerza estatal con apoyo social y opciones electorales -la primera en décadas- decididamente no-restauradora. Por eso no cabe ahí. Es cierto que incluso si ganara Podemos las elecciones, no habría de inmediato mucho cambio, pero sólo una fuerza real de cambio -percibida así por los que tienen el interés y los medios para evitarlo- puede dificultar la restauración concreta que se avecina. Podemos impuso un nuevo marco de legitimidad que las viejas fuerzas quieren utilizar ahora para dejar fuera a Podemos y con Podemos las condiciones mismas de cualquier cambio futuro. O bien Podemos (+ las ciudades del cambio) tiene una presencia fuerte, muy fuerte, en el futuro Parlamento central o la fisura entrópica se cerrará por mucho tiempo, pues el propio contexto europeo, muy desfavorable, convierte a España en una excepción. Si no conservamos esa excepción, que es también vacuna y palanca, será imposible revertir la derechización amenazadora del continente.

    Podemos tiene un poco menos de dos meses -una eternidad en el nuevo e impredecible tiempo podemita de España- para retomar la iniciativa y hacer converger todas las variadas fuerzas de cambio con ese 19% de indecisos que está esperando. En cuanto a los que aspiramos a mucho, tenemos que ser conscientes de que esta vez habrá que conformarse con disputarlo todo. Con más o menos entusiasmo, sin perder el espíritu crítico, para poder seguir dialogando con la historia y trabajando despacio fuera del tiempo, lo prioritario, lo urgente, lo sensato, es impedir la restauración el próximo 20 de diciembre. La otra alternativa es el llanto.

  5. Cuánto mas leo sobre el lío en Podemos Euskadi, más llego a la conclusión de que sus males se resumen en uno: haberse convertido en un partido. Ver en el reflejo que les devuelve el espejo aquello que nacieron para combatir.
    Lo que le está pasando es de primero de partido político. La dirección vasca elige sus listas, sus candidatos. Llega Madrid y se las cambia para colocar a los suyos en los puestos con escaño garantizado. Tienes un discurso, más o menos contestado por tus críticos, en torno a EH Bildu o el derecho de autodeterminación. Madrid tiene el suyo y te lo impone. Si te consulta, no lo parece, y ni siquiera tiene ni el detalles de visitarte. Pablo Iglesias no ha venido a Euskadi desde que Podemos se constituyó como partido. Desplazan a militantes por fichajes de impacto. ¡Qué detalle el del exJEMAD para sus bases antimilitaristas!
    «Podemos no es un partido. Es un sentir generalizado de ciudadanos, una ilusión, un movimiento ciudadano abierto a la sociedad, es el grito de la gente». Eso siguen pensando o vendiendo algunos. Ya bajarán de la nube.

  6. Un Jemad no es el que reparte las cocacolas. Es exactamente lo que indica el acrónimo: un Jefe del Estado Mayor de la Defensa. Es decir, un tipo que, para empezar, eligió como ganapán y por pura vocación uno que se basa en la búsqueda de las formas más efectivas de eliminar al personal y su consiguiente puesta en práctica. Sí, como último recurso, para evitar un mal mayor, y todo lo que quieran, pero nos conocemos lo suficiente como para saber de qué va la cosa. Ya es difícil tragarse la vaina con uniformados de estados de cierto pedigrí medio democrático, pero con un ejército como el español, que es un fósil franquista jamás despiojado, definitivamente no cuela.
    O eso creía yo, que no colaría, que cualquier persona con una sensibilidad medianamente progresista -no digo ya alguien de izquierdas- que pudiera haber en el entorno de Podemos levantaría la mano para protestar por el fichaje en plan galáctico de un individuo con esas credenciales. Ni modo, oigan. El milico elegido a dedazo armado por el generalísimo de las fuerzas castrenses moradas ha sido recibido con marcial disciplina. A sus órdenes, don Pablo.
    ¿Y los antimilitaristas? ¿Y los ecopacifistas? ¿Y los sermoneadores de la no violencia y el buen rollito? Pues también ellos y ellas en perfecto estado de revista y posición de saludo, y a lo que les manden, como sumisa tropa resignada a su papel de bulto o carne de cañón que se deja pastorear por los que entienden.
    A excepción de Roberto Uriarte, con perdón
    Empieza a sonarme a OTAN, de entrada no.

  7. El sociómetro vasco ha previsto un escenario tan complicado, que las negociaciones para la investidura en Madrid nos van a parecer en meses Juego de niños.

    En Euskadi elegimos 75 parlamentarios. Mayoría absoluta en 38. Nadie la consigue solo. La combinación actual, PNV con PSE, no llega. El PNV sólo gobernaría tranquilo con el segundo, Podemos. No hay antecedentes. O con EH Bildu. Aquí sí los hay: el acuerdo de legislatura de Ibarretxe con la Euskal Herritarrok de Otegi.

    Combinaciones a tres hay varias. Parecen complicadas, pero es un panorama inédito y, sobre todo, nos faltan muchas e importantes incógnitas para resolver la ecuación.

    No conocemos los candidatos, salvo Mendia que está ya en primarias. ¿Será Otegi el de EH Bildu? No conocemos el desenlace en España. Si gobierna Sánchez, seguro que aúpa al PSOE. Los electores estamos aprendiendo mucho de la voluntad de pacto o el tacticismo de los partidos y premiaremos o castigaremos en función del resultado. El margen de error de una predicción ahora es enorme. Al nivel de los augures romanos leyendo el vuelo de las aves en el cielo.

  8. Objetivo: demoler a Pablo Iglesias y romper Podemos

    La orden fue dada. Ahora o nunca, hay que liquidar a Podemos, cueste lo que cueste. El debate Sánchez–Pablo Iglesias marcó un antes y un después; lo de la “cal viva” fue una señal, un dato especialmente significativo: ¿de qué? De que Podemos va en serio, que no votará o se abstendrá ante un previsible gobierno de coalición Ciudadanos-PSOE. Ahora se trata de tirar del manual, un grueso libro, siempre renovado y puesto al día, trabajosamente elaborado por expertas manos de las cloacas periodísticas del Estado y demás aparatos paralelos de los que mandan. En el centro del manual se recoge cómo destrozamos IU y cómo conseguimos poner fin a la carrera política de Julio Anguita.

    Para que el asunto funcione tiene que haber una perfecta coordinación entre periodistas, hombres de negocios, políticos y servicios paralelos o simplemente bien relacionados con los que mandan. No hace falta que sean muchos, tienen que ser, por así decirlo, los cabales, los significativos, los determinantes en este tipo de operaciones. Hay que encontrar el medio que haga de vanguardia, dado el signo de la operación —salvar al PSOE— el honor le toca al El País y el mundo mercenario de Prisa. Su “manual de estilo” es excelente y de probada eficacia.

    El guión del operativo es previsible y apenas ha sufrido modificaciones con los años. Se ha hecho más sofisticado, más complejo y –esto tiene su importancia– más centralizado. Las tecnologías ayudan más que antes, pero la sociedad ha cambiado, las pautas comunicacionales también, y las viejas consignas ya no tienen la eficacia de antaño. Reeditar sin más la “operación pinza” no parece ya adecuado; hay que ir más lejos, mucho más, hasta excluirlos del sistema político. La pieza maestra es demoler a Pablo Iglesias. Hay que hacerlo sistemáticamente, poniendo en juego su vida privada y pública; su discurso debe ser reconfigurado, desintegrado hasta hacerlo irreconocible. Hay que demonizarlo, convertirlo en desagradable, prepotente, rígido, mesiánico, impolítico y fanático, profeta del pasado y anacrónico. El objetivo final: un hombre así no nos puede gobernar.

    Para que esto pueda funcionar hace falta algo más: construir una “oposición interna” al secretario. Toda organización, por definición, es una estructura de poder, con líneas de demarcación singulares, con contradicciones más o menos explicitas y con diferencias políticas de mayor o menor calado. En el caso de Podemos la cuestión es más fácil. Es más grande e influyente que IU, pero orgánicamente más débil, con una identidad más difusa y con liderazgos menos consolidados. En Podemos todo está en proceso de formación y, mientras tanto, se han convertido en una fuerza política determinante y con posibilidades reales de ser alternativa y no mera alternancia. Lo dicho: ahora o nunca.

    Construir una “oposición interna” a Pablo Iglesias. El acento hay que ponerlo en el verbo construir. Se trata de convertir las legítimas diferencias, los modos y formas de concebir problemas, la pluralidad de culturas –esenciales para una organización democrática y de masas–, hasta los distintos talantes, en oposición organizada al secretario y, esta es la clave, con complicidades con los poderes establecidos, especialmente con los estrategas de los medios. La vía maestra siempre ha sido la respetabilidad, ser respetados y respetables, ser responsables y marcar diferencias con la línea mayoritaria en la organización.

    Se podría decir que el operativo se alcanza cuando se construye un liderazgo alternativo al secretario general. Atención, toda organización –incluida Podemos– tiene liderazgos diversos y su riqueza reside ahí, en que los mismos se organizan en una dirección colectiva plural capaz de reflejar la complejidad de lo social y de la propia base electoral y militante. No, no se trata de esto, sino de encontrar líderes que construyan complicidades con los poderes fácticos con el objetivo de plantarle cara a la dirección legítima de la organización y de construir una oposición sistemática en el tiempo, en el espacio y, sobre todo, en los medios de comunicación siempre disponibles para ello.

    En estos días estamos ya en un salto de cualidad. Basta mirar, leer y oír al complejo mediático Prisa para saber que la guerra es total, sin miramientos, definitoria. Acorralar a la dirección de Podemos, generar desconfianza y temor, desagregar votos y arruinar la imagen pública de una fuerza política que hay que eliminar, cueste lo que cueste. Quien no se dé cuenta de esto está ciego o, lo que es peor, no entiende lo que nos estamos jugando en este país.

    Ahora la clave está en la madurez de su equipo dirigente, de su coherencia política y de su coraje moral e intelectual. Sin unidad del equipo dirigente, el futuro es problemático y no está en peligro solo Podemos, sino la posibilidad de construir un nuevo proyecto de país frente a una oligarquía dura y terrible y unas fuerzas políticas sumisas a los poderosos y en proceso de reconstrucción. Restauración y más restauración.

    Al final, esta ofensiva puede tener un significado positivo si se encara de frente y con lucidez. Una fuerza se construye en las victorias y en las derrotas, en la defensa y en la maniobra, en los momentos duros y en los momentos menos duros. Lo que no hay que hacer es replegarse identitariamente sino defender el proyecto con audacia, con fuerza, con alegría, con innovación. No convertirse en “trinchera petrificada” sino reconstruir espacios, conseguir aliados y recomponer relaciones con los movimientos, con los círculos, con las personas comprometidas con un cambio verdadero. Se puede ganar si queremos y nos organizamos, si somos capaces de imaginar y soñar.
    Manolo Monereo
    Cuarto Poder

  9. Los reyes de España arroparon a López Madrid cuando estalló el escándalo de las tarjetas ‘black’
    «Nos conocemos, nos queremos, nos respetamos. Lo demás, merde», escribe la reina Letizia al empresario poco después de conocerse sus gastos con la tarjeta ‘black’
    El yerno de Villar Mir, hoy investigado por financiar ilegalmente al PP, se lamenta de que España sea «un país muy difícil» y Felipe VI contesta: «¡Y tanto!»
    La Guardia Civil recuperó estos y otros mensajes vinculados al presunto acoso a la doctora Pinto que López Madrid intentó borrar con ayuda de comisarios de Policía
    SEGUNDA PARTE: Los mensajes de López Madrid con la cúpula del PP madrileño en pleno estallido de la Púnica
    http://www.eldiario.es/politica/Espana-arroparon-Lopez-Madrid-tarjetas_0_492401900.html

  10. Nagua Alba y Eduardo Maura

    En bici, con rastas y bebé en el escaño…la gente de la calle ha entrado en el Congreso. Entre esos nuevos diputados había, hay, dos vascos: Eduardo Maura y Nagua Alba. Además de diputados en el Congreso y miembros de la Ejecutiva de Pablo Iglesias, hay un detalle que les une: son descendientes de dos de los líderes políticos más influyentes del siglo pasado Antonio Maura y Santiago Alba.
    Antonio Maura, 30 años en el gobierno de España, fue presidente de 5 diferentes con Alfonso XIII. Santiago Alba fue ministro de instrucción pública en uno de ellos, ocupó media docena de carteras y acabó 30 años después de presidente de las Cortes.
    Nagua Alba y Eduardo Maura se suelen reir mucho con las vueltas del destino. Progresista su bisabuelo, conservador el tatarabuelo de Eduardo, no se llevaban precisamente bien. Ahora sus descendientes se unen en un partido que ha hecho bandera de la lucha contra la profesionalización y los privilegios de los políticos.

Deja un comentario

WP Twitter Auto Publish Powered By : XYZScripts.com
Scroll al inicio