La gente que fuimos a la Casa de Cultura de Aiete, para ver el film de Josef von Sternberg que lanzó a la fama a Marlene Dietrich, ya desde su arranque, éramos conscientes de que estábamos ante un acontecimiento en la historia del séptimo arte. Pasado el breve plano inicial de los tejados de la ciudad, que despierta al nuevo día, se escuchan los cacareos de unas gallinas que comen arremolinadas en torno a su dueña. Dicho cacareo, como se puede comprobar más tarde, constituye uno de los leit motiv sonoros de la película, precisamente el que marcará dramáticamente la secuencia de clímax de la cinta: en ella, el profesor Rath es humillado en la escena del cabaret, condenado a cacarear ante el público de su ciudad.
Permítase un comentario sobre el profesor «Unrat», basura en castellano, que es el apodo que le han dado en la escuela.
El profesor Unrat (1905), es una extraordinaria novela de Heinrich Mann, en la que se inspira la película. De la mano del profesor, Heinrich nos lleva a una ciudad de provincias en la Alemania anterior a la guerra. Esa década ha pasado a la historia como una etapa oscura, sórdida, caótica, un hervidero que tuvo como consecuencia la explosión que todos conocemos. Los Mann tuvieron una visión casi profética sobre lo que ocurriría luego. La época ha dado lugar a tantas buenas novelas y a tantos personajes memorables. Y Unrat es uno de ellos. Luego los nazis arrasaron la libertad, y con ella la cultura.
Uno de los tertulianos destacó esta parte del film “El profesor Unrat es la historia de un cobarde, un hombre que somete a sus alumnos a todas las vejaciones que puede ante la incapacidad para hacer lo que quiere con su vida” dijo. Y una tertuliana citó a Albert Eisntein cuando denunció el rígido sistema de educación alemán de la época. Se añadió que ni Thomas, ni Heinrich Mann, habían terminado el bachillerato de aquel sistema escolar
La película la prohibieron los nazis-y quemaron sus libros, junto a otros miles- porque no podían soportar semejante belleza -la del film y la de una libre Marlene Dietrich- ni que estuviera basado en esta novela de su odiado Heinrich Mann
El inicio de esta obra (que como todas las consagradas del arte, el tiempo las va haciendo cada vez más grandes y admiradas, como dijo uno de los participantes) es una de las mejores muestras de cómo El ángel azul es una película decididamente innovadora en cuanto al uso del sonido, pero conservando la teatralidad del cine mudo. Si hasta ese momento la gran mayoría de las películas sonoras se habían limitado a usar el sonido en paralelo a la imagen, redundando sobre ella, El ángel azul incorpora elementos expresivos que el cine no abandonaría ya nunca.
En la tertulia que se forma después de ver la película -el DVD hubo que reiniciarse para escucharla en un magnífico alemán original subtitulado- se destacaron algunos de estos elementos significativos, que incorpora el mundo sonoro:
Cuando el profesor huye del cabaret a refugiarse en la escuela, puede oírse un traqueteo de tren, que no aparece en imagen. Naturalmente, el cine mudo hubiese tenido que hacer uso de al menos un plano para mostrarlo, aquí se usa, por primera vez, el fuera de campo.
La creación de espacios sonoros. En esta película se encuentran numerosas escenas en las que el espacio cobra volumen gracias al sonido. Casi todas se desarrollan en el camerino de Lola Lola, nombre de la Dietrich en el film. Cada vez que se abre o cierra la puerta, se percibe o se deja de percibir respectivamente el espacio exterior, en este caso el escenario del cabaret. Lo mismo ocurre en el aula del Liceo, cuando el profesor se ve obligado a cerrar una ventana que deja pasar los cánticos de algún coro cercano. Al cerrar la ventana, los cánticos desaparecen. Son juegos sonoros que denotan la devoción por el hallazgo del cine sonoro, que nos hizo, a nosotros también, ayer como espectadores, asistir al nacimiento, en un viaje en el tiempo de casi cien años, a la irrupción de una herramienta, el sonido, esencial en la consagración de la esencia del arte, la síntesis de todos, el séptimo arte.
La creación de leit-motiv sonoros. Es curioso el empleo que se hace de ciertos elementos que serán una constante en toda la película. Las campanadas del reloj, que anuncian el inicio de una nueva jornada de trabajo, nos hacen recordar los relojes con autómatas que hemos visto en otros viajes por Francia, Suiza, Inglaterra. Los autómatas son figuras de personas de época, que se ponen en movimiento cuando en el reloj da las horas, saliendo por una puertecita y entrando por la otra. En la película parecen ocho divertidas figurillas, porque las ocho es la hora del inicio de las clases en el exclusivo Gymnasium, la escuela de educación secundaria, dónde da clases el malogrado profesor. El estornudo del profesor al llegar cada mañana al aula. El timbre del cabaret que anuncia la entrada de un nuevo número musical. Y en la cúspide de todos ellos, el cacareo: emitido por las gallinas al inicio de la película, y por el profesor en dos momentos más, en el de su boda primero, como motivo alegre de celebración, y en el escenario después, como síntoma externo de una degradación implacable. Es interesante vivir colectivamente, como un cuerpo único, con 200 ojos y orejas, la suma del numeroso grupo de espectadores, más de cien que casi agotan las sillas de la sala, el estado anímico de la película, de la dicha, la felicidad, la risa, la sonrisa, a la tristeza que produce la degradación del profesor basura.
Uno de los momentos divertidos, pero charlotianos, está en los flirteos seductores de Lola Lola con el profesor, éste termina con el rostro cubierto de polvo de maquillaje. La cantante ríe y exclama: «¡si le viesen sus alumnos!». Todos reímos en el salón de actos. Este parlamento concluye sobre la imagen de los alumnos, que, semiocultos por la puerta de la trampilla del sótano, observan con sorna la escena. Otro momento hilarante, es la escena en la que el profesor le pide la mano a Lola Lola, y tras las sonoras risas de la chica, el beso con que ambos sellan el compromiso es cubierto con el sonido impertinente de un organillo de feria. Inmediatamente se descubre que alguien ha abierto la puerta del camerino, y que dicho sonido proviene del escenario. En este caso el sonido (la melodía circense) viene a entrar en conflicto con la imagen (el beso de amor), en un guiño narrativo que anticipa el infeliz desenlace y que los espectadores empezamos a vivir ya apesadumbrados.
El director y guionista explotan el sonido como fuente de comicidad, ya que hasta ahora el cine se había visto privado de tan fértil herramienta. Los estornudos anteriormente citados son un claro ejemplo de ello, al igual que la escena en la que el profesor trata de que su alumno pronuncie correctamente el artículo inglés «the». El propio Emil Jannings, que representaba al profesor en el film, tuvo dificultades insalvables para aprender inglés. En otros casos, no tan humorísticos, el sonido subraya inteligentemente los sentimientos de los personajes: así ocurre con la melodía emitida por el peluche y por los cánticos de los pájaros cuando el profesor despierta junto a Lola Lola, tras su primer encuentro amoroso.
Son escenas que encantaron al público asistente ayer a la proyección de la película en el centro cultural.
Pero, junto a todos estos recursos destaca a nivel global la carga dramática con que está utilizado el sonido. El ángel azul, el cabaret donde transcurren los hechos, constituye un auténtico universo cerrado, en el que el sonido cobra una vital importancia y se convierte casi en un personaje más. Junto a los sensuales cantos de Lola Lola, una amalgama de risas, aplausos, gritos de júbilo y abucheos del público se encarga de crear una atmósfera penetrante durante toda la película, que sólo lograrán acallar los desesperados cacareos de angustia del profesor en el momento más bajo de su degradación moral.
El ángel azul es una película que mantiene una medida muy ajustada del elemento sonoro. Esta sobriedad es de hecho otra de las características que la alejan del resto de películas de la época, que tras el nuevo descubrimiento se lanzaron a saturar la banda sonora de sonidos, músicas y diálogos, en un torpe intento de distanciarse del cine mudo anterior. En El ángel azul también destacan los silencios, cuya utilización como recurso permite precisamente que los elementos sonoros destaquen con más fuerza. Es quizá uno de sus mayores aciertos. Además, todo los sonidos que se utilizan en la banda sonora son diegéticos. En las películas, se le denomina sonido diegético, a todo aquello que forme parte de la historia narrada, no de la narración en sí. De este modo, si uno de los personajes está tocando algún instrumento musical, o reproduce un disco compacto, el sonido resultante es diegético. Por el contrario, si la música de fondo no es escuchada por los personajes, se le denomina extradiegética. Tan sólo la música de los planos finales, con el profesor moribundo aferrado a la mesa de su antigua aula, es extradiegética. Es un cierre sonoro magnífico.
El ángel azul es una de las primeras películas que incorporó el sonido con un importante sentido expresivo, tras la avalancha inicial de películas sonorizadas sin más criterio que el de oír lo que se ve en imagen. Con films como éste, el cine comienza a asentar las bases de un lenguaje realmente audiovisual, en el que el sonido participa tanto o más que la imagen en el proceso de creación de sentidos y emociones.
El resultado es que estamos ante una extraordinaria película de lo que se llama el expresionismo alemán.
Realizada en 1930 por Joseph Von Sternberg (tan sólo tres años después de la incorporación del sonido al cine), El ángel azul es la primera película alemana sonora plenamente expresionista. Además de la temática, algunos elementos visuales pertenecen a la puesta en escena típica del movimiento alemán. Así se desprende de la utilización de la iluminación contrastada y de las sombras, y de los decorados utilizados para las escenas de exteriores, repletos de violentos vértices y diagonales, que nos llevaban el cine de Serguéi Eisenstein o el Tercer Hombre de Orson Welles, tan presente en nuestras tertulias de literatura y cine. El miércoles pasado recordamos el centenario de su nacimiento
La película obtuvo un éxito fulminante, y sirvió de catapulta tanto a Sternberg como a la entonces principiante Marlene Dietrich.
No es extraño, pues, que ayer disfrutáramos, infinitamente, de la visión de esta genial obra de arte. Un buen colofón a este extraordinario miniciclo sobre los Mann, ideado por otra Lola, en este caso nuestra Lola Arrieta (Sobre el nombre también se jugó en la tertulia del cine-fórum)
Una gran película se corresponde con un final que ,en mi opinión, debe resumir lo visto hasta ese momento.En el caso de esta película se finaliza con la muerte del profesor como respuesta a su apuesta amorosa. Sin embargo ,vimos dos películas en el ciclo anterior acerca de » la América profunda » donde en una de ellas la película finaliza con un encuentro entre hermanos, próximos a su muerte,sentados en un desvencijado porche y mirando a las estrellas con un bellísimo silencio. En la otra película pudimos ver una escena entre dos de los protagonistas que con una mirada sostenida nos resumían todas las secuencias anteriores, dejandonos en paz con nosotros mismos.Tres grandes películas y tres hermosisimos finales.