Landa giroaren eta mundu urbanoaren arteko dikotomia hori antzinakoaren eta modernoaren artekoa lehen unetik planteatzen da, ederki zaindutako irudiekin eraikia (miresgarria berriz ere Javier Agirre argiarekin) eta sinbologia aberatsarekin, barnebiltzen zaituen lehen sekuentziatik azken parte hunkigarrira arte. Ia beti arrakastatsua den anbizioz, tradizioari eta transformazioari buruzko emozio eta ideia bisual kosmos oso bat.
“Amama” compite en la Sección Oficial del Zinemaldia por derecho propio. Desde el punto de vista cinematográfico, exhibe una factura más que correcta que en absoluto desmerece el nivel medio del certamen. La cinta generó encendidos debates y aunque sólo fuera por este motivo ya valdría la pena.
1 Se puede ver la película como un elegía a la vida rural que desaparece de forma inexorable en toda Europa. Lo contó John Berger en la trilogía “De sus fatigas”. “Se ha roto la cadena que apunta al Neolítico”, apunta una voz en off. “Amama” logrará la empatía de cualquiera interesado en el agónico mundo agrícola del Viejo Continente. Ahora el caserío es pasto de urbanitas con estrés que anhelan cultivar su propia huerta y, ya de paso, reencontrarse de forma aséptica con una naturaleza cuya esencia –la crueldad ciega– desconocen.
2 “Amama” también puede contemplarse como el más acabado argumentario que explica los motivos del éxodo universal del campo a la ciudad: el ansia de libertad. Las aberrantes tradiciones, el sofocante microcosmos familiar, el claustrofóbico peso de las expectativas ajenas, las supercherías atávicas, la vida laboral sin perspectivas y una existencia sin horizontes trabajan en equipo. La película retrata la rebelión de unas víctimas condenadas a sobrellevar una vida vicaria en el nombre de una misión trascendental: perpetuar ese Neolítico espantoso del que tan sólo nos separan 80 abuelas.
3 Y por último, “Amama” es el retrato de un maltratador psicológico de manual, con sus accesos de ira y sus brotes de arrepentimiento, que encuentra en la incomunicación del baserri el hábitat idóneo para los ejercicios de dominación. Un maltratador tradicional cuya coartada es el amor, ese amor desmedido que mata lo que ama. En su nombre, el personaje de Tomás mantiene a su mujer anulada y a sus hijos vejados de por vida. Desatascado el yugo que atrapó a generaciones enteras, el tirano, pobrecito, se desconcierta. Todos los padres anhelan que sus hijos vivan mejor, excepto los de esta especie, que se empeñan en que vivan igual con el anhelo de clonar su miserable existencia hasta el final de los tiempos a través de sus descendientes.