Aprendió a ser así bajo la férula de su padre, pastor protestante, y de su madre, profesora en la República Democrática Alemana, país en el que Angela Merkel, aunque nacida en Hamburgo (1954), se crió y estudió. Apasionada de las matemáticas y la lengua rusa, cerró el Bachillerato con nota máxima. Se expresa con soltura en lengua inglesa y es doctora en Física por la Universidad de Leipzig. Nadie le discute sus competencias. La oposición sabe que a los debates parlamentarios conviene acudir con buena preparación técnica cuando toca enfrentarse a ella.
Es opinión general que en su probada aptitud para pasar inadvertida radica uno de los secretos principales de su éxito. Formó parte de las juventudes comunistas; pero nunca se significó ni como defensora ni como adversaria de Estado. Hasta la caída del Muro, a finales de 1989, no le da seriamente por la política. A partir de entonces su entrega es total. No es madre, pero sí esposa de un primer marido, de quien tomó el apellido, y ahora de otro, profesor de universidad, que jamás la acompaña en sus viajes oficiales, ni reside en la cancillería, ni se asoma a las cámaras de televisión.
Angela Merkel siempre ha ido en apariencia de segundona, esperando calladita que los voluntariosos y locuaces maniquíes que la antecedían se derrumbasen. Estos empezaron, en efecto, a caer conforme se fueron abriendo al público los archivos de la policía secreta, oportunidad que no hemos tenido en España, y así nos va. Al final, entre los alemanes orientales que defendían en primera línea una opción democrática de centro-derecha, solo quedó libre de mácula ella, la chica callada del flequillo (¿Cuánto líderes de la España de más de 55 años están libres de la mácula franquista?).
Consumada la reunificación, el enorme y autoritario canciller Kohl la aupó a un ministerio de segundo orden. Lo persuadieron a colocar en el Gobierno una figura que hiciera poca sombra y al mismo tiempo sirviese para cubrir la cuota femenina y la de representantes del lado oriental, lo que aseguraría en los nuevos Estados federados a su partido (el democristiano CDU) un aceptable flujo de votos. Eligió, sin apenas conocerla, a “la chica”, como paternalmente se refería en privado a Angela Merkel.
Y la chica servicial, cumplidora, vio cómo los tiburones del partido se despedazaban mutuamente, ambiciosos y corruptos, y vio de cerca el desplome, tras 20 años a la cabeza del Gobierno del corpulento canciller, de quien se distanció públicamente en cuanto comprobó que el puesto iba a quedar vacante. La eligieron para sufrir una segura derrota electoral. El presidente de la recién visitada Baviera, Edmund Stoiber, ingenuo y torpe, le tomó la delantera. Caído el último codicioso, Angela Merkel, la supuesta mosquita muerta, tomó en 2005 a su cargo el timón de una de las naciones más desarrolladas del planeta.
Ahora es Teresa de Calcuta para los refugiados y para los empresarios alemanes.
Los listo-maris o juan-vivillos o como quieran llamarlos ustedes. Son esos pajarracos que dirigen muchas de las multinacionales que dominan el planeta y que solo piensan en el máximo beneficio en el mínimo tiempo y a costa de lo que sea, el medio ambiente, la salud de las personas y su dignidad laboral. Esta vez se ha cazado en la trampa a la prestigiosa marca automovilística alemana, pero seguro que otras muchas empresas industriales hacen cosas aún peores. Listo-maris son los responsables estadounidenses del medio ambiente, que aprietan a los fabricantes de automóviles, pero poco o nada hacen contra los grandes grupos industriales que han llevado al país a ser uno de los principales emisores mundiales de todo tipo de contaminantes. También hay por ahí listo-maris de otras marcas competidoras que ven por fin una oportunidad para desbancar del primer puesto mundial a los de Wolfsburgo, y también entre los políticos que hacen poco o nada para que por fin se impongan las energías renovables para impulsar los vehículos, producir electricidad u otros procesos industriales. ¡Qué porquería de economía mundial!