6 comentarios en “Una velada deliciosa, un maravilloso tiempo recobrado. Marcel Proust, Swann y Lola Arrieta”
Maria
No pude asistir a lo que caracterizas como «deliciosa velada», acontecimiento que ayer fue proclamado a los cuatro vientos en prensa y radio, pero habiendo leído la novela-relato de Proust me siento obligado a dar la impresión que me ha causado la lectura de la misma. En primer lugar y recordando tiempos juveniles esta lectura me producía bastante miedo por su densidad en la escritura. Una vez comenzada la misma fui introduciéndome en ella y procuré convertirme en un observador neutral y reconocer lo que leía que, en muchos momentos, pasaba de ser prosa a alcanzar un cierto grado poético por sus descripciones y observaciones que mentalmente me transportaban a un mundo rico e impensable para mi, en literatura, música, pintura, costumbres y bocetos de una cierta clase de sociedad que sin que yo comparta sus fines, sin embargo, he admirado en sus formas. Esos pensamientos larguísimos pero llenos de contenidos diversos: a veces apasionados por el amor de Swann, otras veces rebosantes de celos que se volvían a reconciliar con el personaje. El perfil muchas veces desdibujado de Odette que poco a poco va tomando forma para finalmente descubrir al personaje libre de maquillajes hipócritas. Por supuesto que me quedan muchas cosas en este tintero que es la mente pero como esto no es la tertulia no debo seguir más. En fin, que me he sentido transportado a un mundo cuasi real y rico en matices. No me olvido de la maravillosa traducción de Pedro Salinas ( uno de los míos) pues casi parecía que el original estaba escrito en castellano. Por último he sentido no asistir y no poder participar con el resto de gente que dan calor a este acontecimiento.
Es una aportación en diferido, pero esta vez me sirve de desahogo
Oxímoron figura que consiste en usar dos conceptos de significado opuesto en una sola expresión, y que genera un tercer concepto (por ejemplo, «un instante eterno»)
No se trata de mirar atrás salvaguardando las esencias perdidas como quien reclama unos derechos adquiridos firmados en un contrato imaginario. Tenemos la obligación de reconquistar el déficit democrático y la confianza colectiva en un mundo asfixiado entre el dolor y la desolación que producen las imágenes que cotidianamente entran en los hogares burgueses de Occidente. Tenemos una doble obligación, política y económica, por una parte, y moral y cultural, por otra, y ambas deben permanecer unidas por el sutil hilo de la convivencia. Es este “un tiempo hostil, propicio al odio”, un tiempo de cambios y de irrupción de otras formas de vida y de relación, en los que la globalización está sirviendo para igualar a los que más tienen, en contra de los que buscan nuevos horizontes para desarrollarse.
Necesitamos un rearme social, y la cultura contiene los ingredientes necesarios. “La poesía es una herramienta para gestionar el dolor y la felicidad —sobre todo sus vertientes ya domésticas, la tristeza y la alegría—, una gestión de la que depende lo que se guarda de la vida pasada”, escribió Joan Margarit. En octubre de 1981, siete meses después del intento de golpe de Estado, José Hierro recogía en Oviedo el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. En su discurso, dijo: “Las democracias si se ponen al servicio de la cultura y la aceptan como es, es una tarea inteligentemente política”.
Miguel Amunárriz
No son pocos los Directores de cine que se han pasado a la literatura: Trueba, Gutiérrez Aragón, Fernando León de Aranoa,… Y no con poco éxito.
Esta vez, ha sido el turno de Daniel Sánchez Arévalo, director de películas como Primos, La gran familia española o Gordos. Anoche quedó finalista del Premio Planeta 2015 con La isla de Alice que narra la historia de una mujer de 33 años que se queda viuda, con una hija y embarazada de la segunda. El marido no muere donde se supone que debería de estar y Alice quiere resolver ese misterio que le come por dentro.Vive en una pequeña isla de la Costa Este de Estados Unidos donde normalmente veranean las grandes fortunas. Alice hará un viaje interior en busca de su lugar en el mundo
Carolina.
De las circunstancias que rodearon la obra de Marcel Proust, se suele hacer mucho hincapié en el rechazo de su obra por las editoriales más importantes de su época. Pero nada se suele escribir sobre todo lo que rodeó el Premio Goncourt que recibió en 1919 por ‘A la sombra de las muchas en flor’, seis años después de que no fuera a galardonada ‘Por el camino de Swann’. Ahora sale a la venta un ensayo que viene a paliar esta laguna, entre sociológica, literaria y mundana. El libro de Laget no solo cubre todo lo acontecido en torno al Goncourt que se escamoteó a Proust en 1913, sino también todo lo relacionado con los distintos miembros del jurado que sí se lo otorgó. Laget nos informa sobre el origen de dicho galardón, por obra y gracia (dinero y posesiones) de los hermanos Goncourt. A partir de aquí, comienza una carrera alocada y no tan transparente y desinteresada como cabría suponer. El Goncourt era la pieza codiciada de todo escritor que se preciara. Los hermanos dejaron sentado que como requisito inexcusable se debía procurar que el premio cayera en escritores jóvenes y escasos de recursos. Obviamente, cuando publicó ‘Por el camino de Swann’, no era ni joven ni pobre, más bien todo lo contrario. Sin embargo, tuvo sus defensores. Pero sobre todo tuvo sus detractores. Las críticas fueron severas, además de injustas. En 1913, Proust rondaba por los salones recabando material para su obra magna. Su aparente mundanidad disimulaba muy bien su ojo avizor, su mirada analítica del mundo que lo rodeaba, un mundo en situación agónica. La mayoría de sus críticos no entendieron su estilo. Les aburría, se cansaban de leer una frase entera y les molestaba que durante varias seguidas no hubiera ningún punto y aparte. No estaban preparados para una nueva sintaxis novelística, para una nueva escritura y una revolucionaria mecánica narrativa. Laget desnuda la hipocresía que rodeaba a Proust. Él mismo se vio obligado, una vez le fue escamoteado el Goncourt en 1913, a recurrir a amigos seguros de su valía. Entre ellos, Leon Daudet, que no fue el menos vehemente en su defensa y en su seguridad de que Proust era un grande de las letras francesas.
Quería recordar esa frase de Marisa “Les aburría, se cansaban de leer una frase entera y les molestaba que durante varias seguidas no hubiera ningún punto y aparte. No estaban preparados para una nueva sintaxis novelística, para una nueva escritura y una revolucionaria mecánica narrativa”.
Porque precisamente es el aprendizaje permanente que nos ofrece Lola Arrieta en las reuniones literarias de Aiete
Marcel Proust, buscó el tiempo perdido en los pliegues de su memoria. Pero leer un libro es una manera de recobrar el tiempo, en su doble dimensión. Leyendo, uno se apropia del tiempo ajeno, el que perteneció al escritor y, tras fluir, se quedó atrapado en unas líneas, en unas páginas; y, a su vez, valida el propio, el del lector. Pocos actos hay en nuestras realidades tan llenos de sentido como la lectura; pero, a estas alturas, es casi inútil incidir en la idea de que leer es algo más que pasar los ojos por un texto escrito y reparar en las letras y lo que esconden. Leer es adentrarse en el pasado de otro y ‘robar’ aquello que una vez una mente aplicada imaginó.
No pude asistir a lo que caracterizas como «deliciosa velada», acontecimiento que ayer fue proclamado a los cuatro vientos en prensa y radio, pero habiendo leído la novela-relato de Proust me siento obligado a dar la impresión que me ha causado la lectura de la misma. En primer lugar y recordando tiempos juveniles esta lectura me producía bastante miedo por su densidad en la escritura. Una vez comenzada la misma fui introduciéndome en ella y procuré convertirme en un observador neutral y reconocer lo que leía que, en muchos momentos, pasaba de ser prosa a alcanzar un cierto grado poético por sus descripciones y observaciones que mentalmente me transportaban a un mundo rico e impensable para mi, en literatura, música, pintura, costumbres y bocetos de una cierta clase de sociedad que sin que yo comparta sus fines, sin embargo, he admirado en sus formas. Esos pensamientos larguísimos pero llenos de contenidos diversos: a veces apasionados por el amor de Swann, otras veces rebosantes de celos que se volvían a reconciliar con el personaje. El perfil muchas veces desdibujado de Odette que poco a poco va tomando forma para finalmente descubrir al personaje libre de maquillajes hipócritas. Por supuesto que me quedan muchas cosas en este tintero que es la mente pero como esto no es la tertulia no debo seguir más. En fin, que me he sentido transportado a un mundo cuasi real y rico en matices. No me olvido de la maravillosa traducción de Pedro Salinas ( uno de los míos) pues casi parecía que el original estaba escrito en castellano. Por último he sentido no asistir y no poder participar con el resto de gente que dan calor a este acontecimiento.
Es una aportación en diferido, pero esta vez me sirve de desahogo
Oxímoron figura que consiste en usar dos conceptos de significado opuesto en una sola expresión, y que genera un tercer concepto (por ejemplo, «un instante eterno»)
No se trata de mirar atrás salvaguardando las esencias perdidas como quien reclama unos derechos adquiridos firmados en un contrato imaginario. Tenemos la obligación de reconquistar el déficit democrático y la confianza colectiva en un mundo asfixiado entre el dolor y la desolación que producen las imágenes que cotidianamente entran en los hogares burgueses de Occidente. Tenemos una doble obligación, política y económica, por una parte, y moral y cultural, por otra, y ambas deben permanecer unidas por el sutil hilo de la convivencia. Es este “un tiempo hostil, propicio al odio”, un tiempo de cambios y de irrupción de otras formas de vida y de relación, en los que la globalización está sirviendo para igualar a los que más tienen, en contra de los que buscan nuevos horizontes para desarrollarse.
Necesitamos un rearme social, y la cultura contiene los ingredientes necesarios. “La poesía es una herramienta para gestionar el dolor y la felicidad —sobre todo sus vertientes ya domésticas, la tristeza y la alegría—, una gestión de la que depende lo que se guarda de la vida pasada”, escribió Joan Margarit. En octubre de 1981, siete meses después del intento de golpe de Estado, José Hierro recogía en Oviedo el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. En su discurso, dijo: “Las democracias si se ponen al servicio de la cultura y la aceptan como es, es una tarea inteligentemente política”.
Miguel Amunárriz
No son pocos los Directores de cine que se han pasado a la literatura: Trueba, Gutiérrez Aragón, Fernando León de Aranoa,… Y no con poco éxito.
Esta vez, ha sido el turno de Daniel Sánchez Arévalo, director de películas como Primos, La gran familia española o Gordos. Anoche quedó finalista del Premio Planeta 2015 con La isla de Alice que narra la historia de una mujer de 33 años que se queda viuda, con una hija y embarazada de la segunda. El marido no muere donde se supone que debería de estar y Alice quiere resolver ese misterio que le come por dentro.Vive en una pequeña isla de la Costa Este de Estados Unidos donde normalmente veranean las grandes fortunas. Alice hará un viaje interior en busca de su lugar en el mundo
Carolina.
De las circunstancias que rodearon la obra de Marcel Proust, se suele hacer mucho hincapié en el rechazo de su obra por las editoriales más importantes de su época. Pero nada se suele escribir sobre todo lo que rodeó el Premio Goncourt que recibió en 1919 por ‘A la sombra de las muchas en flor’, seis años después de que no fuera a galardonada ‘Por el camino de Swann’. Ahora sale a la venta un ensayo que viene a paliar esta laguna, entre sociológica, literaria y mundana. El libro de Laget no solo cubre todo lo acontecido en torno al Goncourt que se escamoteó a Proust en 1913, sino también todo lo relacionado con los distintos miembros del jurado que sí se lo otorgó. Laget nos informa sobre el origen de dicho galardón, por obra y gracia (dinero y posesiones) de los hermanos Goncourt. A partir de aquí, comienza una carrera alocada y no tan transparente y desinteresada como cabría suponer. El Goncourt era la pieza codiciada de todo escritor que se preciara. Los hermanos dejaron sentado que como requisito inexcusable se debía procurar que el premio cayera en escritores jóvenes y escasos de recursos. Obviamente, cuando publicó ‘Por el camino de Swann’, no era ni joven ni pobre, más bien todo lo contrario. Sin embargo, tuvo sus defensores. Pero sobre todo tuvo sus detractores. Las críticas fueron severas, además de injustas. En 1913, Proust rondaba por los salones recabando material para su obra magna. Su aparente mundanidad disimulaba muy bien su ojo avizor, su mirada analítica del mundo que lo rodeaba, un mundo en situación agónica. La mayoría de sus críticos no entendieron su estilo. Les aburría, se cansaban de leer una frase entera y les molestaba que durante varias seguidas no hubiera ningún punto y aparte. No estaban preparados para una nueva sintaxis novelística, para una nueva escritura y una revolucionaria mecánica narrativa. Laget desnuda la hipocresía que rodeaba a Proust. Él mismo se vio obligado, una vez le fue escamoteado el Goncourt en 1913, a recurrir a amigos seguros de su valía. Entre ellos, Leon Daudet, que no fue el menos vehemente en su defensa y en su seguridad de que Proust era un grande de las letras francesas.
Quería recordar esa frase de Marisa “Les aburría, se cansaban de leer una frase entera y les molestaba que durante varias seguidas no hubiera ningún punto y aparte. No estaban preparados para una nueva sintaxis novelística, para una nueva escritura y una revolucionaria mecánica narrativa”.
Porque precisamente es el aprendizaje permanente que nos ofrece Lola Arrieta en las reuniones literarias de Aiete
Marcel Proust, buscó el tiempo perdido en los pliegues de su memoria. Pero leer un libro es una manera de recobrar el tiempo, en su doble dimensión. Leyendo, uno se apropia del tiempo ajeno, el que perteneció al escritor y, tras fluir, se quedó atrapado en unas líneas, en unas páginas; y, a su vez, valida el propio, el del lector. Pocos actos hay en nuestras realidades tan llenos de sentido como la lectura; pero, a estas alturas, es casi inútil incidir en la idea de que leer es algo más que pasar los ojos por un texto escrito y reparar en las letras y lo que esconden. Leer es adentrarse en el pasado de otro y ‘robar’ aquello que una vez una mente aplicada imaginó.