Italo Svevo, James Joyce, Rainer María Rilke, Umberto Saba, Claudio Magris … la ciudad de Trieste… La conciencia de Zeno…Lola Arrieta nos regala una deliciosa velada
En la tarde de ayer Lola nos desveló que la obra maestra de James Joyce no fue el Ulises, sino el descubrimiento de Italo Svevo. O que la verdadera obra maestra del autor irlandés es Dublineses, que la tuvimos en tertulia otra bella tarde en nuestro querido caserío Katxola
Y descubrimos el «territorio libre» de Trieste, la ciudad portuaria con su estrecha franja costera, pequeña porción de la península de Istria, que visitamos hace un par de años. Allí, en Pula, nos encontramos otra vez con Joyce
Trieste, cuna de grandes escritores, como Svevo, Saba, Magris. Patria chica de Joyce y de Rilke
El encuentro de Joyce con Svevo tuvo como pretexto las clases particulares de inglés que pronto se transformaron en conversaciones y de confidencias literarias, en amistad duradera. Svevo le confía las dos novelas que había publicado por cuenta propia, con la no simpatía de sus convecinos, y Joyce elogia su consistencia. Ulysses se publica en 1922. Los primeros capítulos fueron escritos en Trieste. La coscienza di Zeno se publica en 1923.
Y Lola recordó a Proust, nuestro protagonista en la anterior tertulia, que al recuperar su tiempo había contribuido al nacimiento de la novela moderna.
Entre las novelas modernas que hemos estudiado en nuestras tertulias están además de la mencionada, Dublineses, Pedro Páramo, “En busca del tiempo perdido” , las obras de Musil, de los Mann y otras
Zeno nos ocupó una bellas horas, primero de lectura y ayer de tertulia.
Le acompañamos en la imposibilidad de dejar el tabaco (el “último cigarrillo”), en el abanico de decisiones que llevan al protagonista a casarse, buscar una amante, obsesionarse con los negocios, o volver una y otra vez a la muerte del padre.
Hablamos en la tertulia de las reticencias de Zeno con respecto al recién descubierto psicoanálisis y la parodia que Svevo hace del mismo. La obra comienza con una carta dirigida nada menos que al doctor S., quien puede ser el propio Sigmund Freud. La existencia como enfermedad es una de las constantes profundas de la obra de Freud. El caso es que Zeno quiere dejar de fumar y en su obsesión por curarse de la nicotina, se tropieza con la muerte de su padre y el tortazo que le arrea, marcará las pesadillas de Zeno y ocupó un tiempo de nuestro debate en la hermosa tertulia de ayer .
Svevo, siguiendo el método proustiano, recurre a la memoria y, a partir de ella, a las elecciones que lo llevaron a ser lo que es: un hombre insatisfecho con su vida, con su esposa, con los negocios que ha hecho: en suma con las elecciones que ha tomado, o con las que han sido tomadas por él
Escrita en 1923, La conciencia de Zeno es una obra visionaria, también se destacó en la tertulia. La parte final de la novela, dedicada al futuro de la humanidad, predice nada menos que la destrucción del mundo. Contemporáneo de Einstein, pero también del loco Schreber (el mismo que frecuentaron Freud y Canetti), predice que alguien, un día cualquiera, perfeccionará un artefacto que destruirá a la humanidad entera y, previendo al último Freud y continuando la historia del nihilismo, augura que todo desaparecerá dejando el lejano eco de nuestras aspiraciones y pasiones. Este final por su acertada previsión cuasó la admiración de algún experto de nuestras reuniones, que también los tenemos.
Otros, más filósofos que ingenieros, subrayaron que “La conciencia de Zeno”, puede leerse como una novela que pone en escena la filosofía moderna, desde Kierkegaard y Schopenhauer hasta Nietzsche.
La conciencia de Zeno es una obra comparable a En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, a la obra de Kafka, de Joyce, de Musil o de Thomas Mann.
En la época de Zeno, su paisano Umberto Saba había escrito un precioso poema a Trieste que leyó Lola para poner fin a la tertulia. Alguno de los versos reza así
”Trieste tiene una gracia huraña. Si gusta, es como un muchacho áspero y voraz, con los ojos azules y las manos demasiado grandes para regalar una flor; como un amor con celos”.
Antes de que Einstein en 1916 demostrara teóricamente la existencia de las ondas gravitacionales, producto del choque de dos agujeros negros que tuvo su origen a miles de millones de años luz, y la ciencia fuera capaz de detectarlas, algunos seres privilegiados de nuestro planeta ya las habían incorporado a su espíritu. La infinita armonía de ese sonido del espacio puede que estuviera inserta en los golpes de cincel de Fidias, en el ritmo de un verso de Ovidio, en la Venus de Botticelli saliendo del mar, en la inspiración de Mozart al componer su concierto de clarinete, en la garganta de Louis Armstrong. El alucinante cataclismo que produjeron en un punto del universo dos galaxias al devorarse, después de miles de millones de años luz, tal vez ha terminado vibrando en las cuerdas del arpa con que una chica angelical ameniza una cena de mafiosos en un restaurante con tres estrellas Michelin caídas también del espacio. De la misma forma que las ondas gravitacionales han sido captadas por el experimento LIGO, puede que algún día la física cuántica demuestre que el alma de las personas y de los animales también obedece a la fórmula E=mc2 de Einstein como resultado de aquella explosión. ¿Qué es el espíritu sino una contracción del tiempo y el espacio? Las almas que pueblan esta mota de polvo cósmico que es la Tierra forman un solo cuerpo místico, cuya materia al transformarse en energía engendra el bien y el mal, el paraíso y el infierno, la inteligencia clara y el fanatismo. De aquella inmensa bola de fuego se ha derivado la sabiduría de Platón, la serenidad de Buda, la lámpara de Aladino, el éxtasis de los sufíes, el sudor de todos los esclavos, la hoguera en la que ardió Giordano Bruno, la navaja de Jack the Ripper, los pies alados de Margot Fonteyn. Todos estamos sin saberlo en un agujero negro.