No sabemos su nombre; está cogido in fraganti haciendo sus deposiciones en la hierba que rodea el caserío Katxola. No es el único. Algunos dueños de perros y algunas empresas que se dedican a su guardería, los sueltan al llegar al caserío y allí les dejan hacer sus necesidades, sin recogerlas.
Esta mañana, niños y padres que venían, en excursión mañanera, a visitar el caserío y su museo viviente, se han encontrado con muchas deposiciones en la hierba y las hemos pisado y Begoña -colaboradora de Lantxabe- las ha estado recogiendo.
Una pena la falta de cariño por sus perros que manifiestas estas desalmadas gentes. No se merecen el cuidado de estos txakur y no tenemos ninguna propuesta para impedir que personas o empresas así puedan tener o tutelar un animal de compañía.
Estos individuos, deberían leer a Kundera, leer “la insoportable levedad del ser”, su último capítulo, dedicado a Karenin, el perro de los protagonistas.
Dice así el autor
En el mismo comienzo del Génesis está escrito que Dios creó al hombre para confiarle el dominio sobre los pájaros, los peces y los animales. Claro que el Génesis fue escrito por un hombre y no por un caballo. No hay seguridad alguna de que Dios haya confiado efectivamente al hombre el dominio de otros seres. Más bien parece que el hombre inventó a Dios para convertir en sagrado el dominio sobre la vaca y el caballo, que había usurpado. Sí, el derecho a matar un ciervo o una vaca es lo único en lo que la humanidad coincide fraternalmente, incluso en medio de las guerras más sangrientas.
Ese derecho nos parece evidente porque somos nosotros los que nos encontramos en la cima de esa jerarquía. Pero bastaría con que entrara en el juego un tercero, por ejemplo un visitante de otro planeta al que Dios le hubiese dicho: «Dominarás a los seres de todas las demás estrellas», y toda la evidencia del Génesis se volvería de pronto problemática. Es posible que el hombre uncido a un carro por un marciano, eventualmente asado a la parrilla por un ser de la Vía Láctea, recuerde entonces la chuleta de ternera que estaba acostumbrado a trocear en su plato y le pida disculpas (¡tarde!) a la vaca.
Teresa, la protagonista de la novela, se siente aislada en su amor por el perro. Piensa con una sonrisa triste que tiene que mantenerlo en secreto, más que si se tratase de una infidelidad. La gente ve con malos ojos el amor por los perros.
Teresa es una cuidadora de terneras, en la cooperativa socialista, las terneras van frotándose mutuamente las ancas, y Teresa piensa que son unos animalitos muy agradables. Tranquilas, ingenuas, algunas veces puerilmente alegres: parecen señoras gordas de cincuenta años que fingen tener catorce. No hay nada más conmovedor que las vacas cuando juegan. Teresa las mira con simpatía y piensa que la humanidad vive a costa de las vacas. El hombre es un parásito de la vaca.
Podemos considerar esta definición como una simple broma y reírnos amablemente de ella. Pero cuando Teresa se ocupa seriamente de ella, se encuentra en una situación comprometida: sus ideas son peligrosas y la alejan de la humanidad. Ya en el Génesis, Dios le confió al hombre el dominio sobre animales, pero esto podemos entenderlo en el sentido de que sólo le cedió ese dominio. El hombre no era el propietario, sino un administrador del planeta que, algún día, debería rendir cuentas de esa administración.
Ilustrativo video para los escépticos