Si alguien explicó hermosamente la diferencia entre tomar un camino o una carretera, ése fue nuestro, por una tarde, Milan Kundera: «Camino: franja de tierra por la que se va a pie. La carretera se diferencia del camino no sólo porque por ella se va en carro, sino porque no es más que una línea que une un punto con otro». La carretera no tiene sentido en sí misma. El sentido sólo lo tienen los dos puntos que une. El camino es un elogio del espacio. Cada tramo del camino tiene sentido en sí mismo y nos invita a detenernos. La carretera es la victoriosa desvalorización del espacio, que gracias a ella no es hoy más que un simple obstáculo para el movimiento humano y una pérdida de tiempo. Antes de que los caminos desaparecieran del paisaje, desaparecieron del alma humana. El hombre perdió el deseo de andar, de caminar con sus propias piernas y disfrutar de ello. Ya ni siquiera veía su vida como un camino, sino como una carretera: una línea que va de un punto a otro, del grado de capitán al grado de general; de la función de esposa a la función de viuda. El tiempo de la vida se convirtió para él en un simple obstáculo que hay que superar a velocidades cada vez mayores. El camino y la carretera son también dos concepciones diferentes de la belleza. Cuando alguien dice que en Aiete existe un lugar hermoso, eso quiere decir ‘Si dejas el coche verás un hermoso palacio del siglo XIX y junto a él unos jardines y un estanque y, por su brillante superficie, navegan los cisnes’. En el mundo de las carreteras, un paisaje hermoso significa ‘Una isla de belleza unida por una larga línea a otras islas de belleza’. En el mundo de los caminos, la belleza es ininterrumpida y constantemente cambiante. A cada paso nos dice: «¡Detente!».
También los jardines favorecen los ritmos pausados, las velocidades calmadas. ¡Tiremos los muros, abramos sus puertas!
Los caracoles con metabolismos más lentos viven más años puesto que cuentan con mayores reservas de energía para gastar en otras actividades, como el crecimiento o la reproducción. Añadamos una reivindicación por la lentitud como defendía Fernand Léger: «La vida seria avanza a tres kilómetros por hora, es decir, al paso de una vaca en un camino».