Tertulia en la Casa de Cultura el próximo jueves 11
Dice la wikipedia que los romanos fueron demasiado bárbaros y demasiado guerreros para cultivar las artes y en especial la música. Las primeras ideas que tuvieron de ella, se continúa afirmando, les vino de los Etruscos, pero grosera e informe y sin principio alguno. Dícese que los Arcadios llevaron a Italia las letras griegas y la música instrumental, la cual se limitaba entonces a ciertos aires tocados en una especie de lira o en dos instrumentos llamados trigon y lidio. Antes de este tiempo no se conocía en Italia sino las flautillas de los pastores.
Sin embargo Marguerite Yourcenar está mejor documentada (página 155 Memorias de Adriano, Editorial Edhasa) y pone en boca de Adriano (pasados unos años del siglo II) las siguientes palabras
Volvimos a Alejandría unos días después. El poeta Pancratés me honró con una fiesta en el Museo, en cuya sala de música había reunido una colección de instrumentos preciosos. Las viejas liras dóricas, más pesadas y menos complicadas que las nuestras, alternaban con las citaras curvas de Persia y Egipto, los caramillos frigios, agudos como voces de eunucos, y delicadas flautas indias cuyo nombre ignoro. Un etíope golpeó largamente sobre calabazas africanas. Una mujer cuya belleza algo fría me hubiera seducido, de no haber decidido simplificar mi vida reduciéndola a lo que para mí era esencial, tañó un arpa triangular de triste sonido. Mesomedés de Creta, mi músico favorito, acompañó en el órgano hidráulico la recitación de su poema La Esfinge, obra inquietante, sinuosa, huyente como la arena al viento. La sala de conciertos se abría a un patio interior; los nenúfares flotaban en el agua de su estanque, bajo el resplandor casi furioso de un atardecer a fines de agosto. Durante un intervalo, Pancratés nos hizo admirar de cerca aquellas flores de una variedad muy rara, rojas como sangre y que sólo florecen a fines del estío. Inmediatamente reconocimos nuestros nenúfares escarlatas del oasis de Amón
Pancratés se inflamó con la idea de la fiera herida expirando entre las flores. Me propuso versificar el episodio de caza; la sangre del león pasaría por haber teñido a los lirios acuáticos. La fórmula no era nueva, pero le encargué el poema. Pancratés, perfecto poeta cortesano, compuso de inmediato algunos agradables versos en honor de Antínoo: la rosa, el jacinto, la celidonia, eran sacrificadas a aquellas corolas de púrpura que llevarían desde entonces el nombre del preferido. Se ordenó a un esclavo que entrara en el estanque para recoger un ramo. Habituado a los homenajes, Antínoo aceptó gravemente las flores cerosas de tallos serpentinos y blandos, que se cerraron como párpados cuando cayó la noche.