“Dostoievski en Manhattan” de André Glucksmann

Cartel anunciador de la tertulia celebrada en el TOPALEKU en enero de 2010
Cartel anunciador de la tertulia celebrada en el TOPALEKU en enero de 2010

Cuando Glucksmann* escribió Dostoievski en Manhattan le veía allí, alrededor de las Torres Gemelas, pero muy vagamente. Y cuando el filósofo francés, en su libro, hace una descripción del nihilismo como causa del terrorismo, nos atrapa a todos: «mato, luego existo» o «mato muriendo, luego existo».

Incluso, cuando relaciona ese nihilismo causante del desastre de las Torres Gemelas con Occidente y su modo de pensar y de actuar, nos alineamos de su parte. André tiene razón, tanto USA como Rusia tienen un modo de hacer política internacional realmente curioso. En el libro citado se documentan bastantes casos que, lo menos, nos hacen ruborizar. Por ejemplo, y centrándonos en el conflicto de Chechenia, Glucksmann reproduce testimonios espeluznantes de carceleros rusos que aseguran estar practicando torturas y vejaciones de diversa índole a prisioneros más o menos aleatorios de modo sistemático.

En el otro continente tenemos el Guantánamo que Obama no ha sido capaz de clausurar.

El dicho que «las injusticias de hoy son las guerras del mañana» sobrecoge por la cantidad de guerras que va a haber mañana si la frase es cierta.

Hasta ahí Dostoievski estaría bien interpretado por Glucksmann. También él identifica en Los demonios al liberalismo como origen del nihilismo cuando le hace decir a un mandatario liberal: «Dígame: ¿Qué es lo que hacemos? Sobre nosotros cae la responsabilidad y, a fin de cuentas, contribuimos a la causa común igual que ustedes, sólo que nosotros mantenemos en pie lo que ustedes tratan de echar abajo y lo que, sin nosotros, se caería en pedazos. No somos, ni por pienso, enemigos de ustedes. A ustedes les decimos: progresen, vayan adelante, derriben incluso, quiero decir lo viejo y lo que necesita enmienda; pero cuando convenga, les fijaremos límites necesarios, con lo cual les salvaremos de sí mismos, porque si no fuera por nosotros pondrían ustedes Rusia patas arriba, la privarían de todo decoro visible, mientras que nuestra tarea está en salvar este decoro.»

Pero aquí es donde Dostoievski desaparece de la mirada del recién desaparecido autor francés, para dejar paso al discurso políticamente correcto, afirmando, como colofón del libro, que «el nihilismo no es invencible», pero sin hacer alusión a cómo dice Dostoievski que es posible vencerlo.

Es verdad que la respuesta más clara a esta pregunta no está en Los demonios pero sí se la puede encontrar fácilmente en Crimen y castigo.

Como dice Henry de Lubac hablando del novelista ruso: «en él la crisis de nuestro mundo moderno se ha concentrado, como en una cima aguda, reducido a su esencia y (…) se ha esbozado vitalmente una solución, germen luminoso para nuestro presente caminar por el desierto.»

El problema del nihilismo, el problema del hombre es el drama de su libertad, que se juega en su vida y que le permite tanto perfeccionarse en ese don que es su libertad como aniquilarla completamente. La profecía fundamental de Dostoievski es «si el hombre no es capaz de arrodillarse, acaba caminando a cuatro patas».

En Crimen y castigo, Svidrigailov, perdiendo la noción de la realidad, confundiendo sus más remotas pesadillas con la vida, habitando el absurdo, caminando a cuatro patas, le dice a Raskolnikov: «No se esfuerce por hablar mucho si no quiere. Comprendo sus problemas. ¿Son cuestiones morales?¿Son cuestiones que atañen al ciudadano y al hombre? Déjelas de lado. ¿Qué falta le hacen ahora? ¡Je, je! ¿Le importan porque continúa siendo un ciudadano y un hombre? En tal caso, no debía haberse metido en ese lío. En fin, ¡péguese un tiro! ¿O es que no quiere?»

Mientras que el hombre que es capaz de arrodillarse y mendigar la misericordia es salvado, es reconstruido en su fragilidad y se le abre un horizonte nuevo. Es lo que le sucede a Raskolnikov cuando, tras un tiempo de condena en Siberia por el crimen que ha cometido «sintió un arrebato que le arrojó a los pies de Sonia. Lloraba abrazado a sus rodillas. (…) Una dicha infinita brilló en sus ojos. Había comprendido, ya sin lugar a dudas, que le amaba infinitamente, y que ese momento anhelado había llegado al fin (…) Los dos estaban demacrados y flacos, pero en sus rostros enfermizos y pálidos resplandecía ya el amanecer de un futuro renovado, de la resurrección a una vida nueva. Los había resucitado el amor, y el corazón de cada uno era un manantial inagotable de vida para el corazón del otro.»

Y para que no quede duda del origen de ese manantial, Dostoievski nos dice: «Debajo de la almohada tenía unos Evangelios. Sacó maquinalmente el libro. Pertenecía a Sonia: era el mismo donde le había leído la resurrección de Lázaro (…) Tampoco lo abrió esa noche, pero sí le pasó por la mente esta idea: ¿Acaso no he de hacer ahora más mías sus convicciones, por lo menos, sus sentimientos, sus afanes?»

O sea, que Dostoievski está en Manhattan, pero con el deseo de todo hombre: necesitamos el perdón y sólo sobre él se puede construir.

Actualizado un texto de Jorge Martínez

  • André Glucksmann (Boulogne-Billancourt, 19 de junio de 1937-París, 9 de noviembre de 2015) fue un filósofo y ensayista francés de origen judío austríaco, miembro de la Academia Europea de Ciencias y Artes.

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