Hamaika aldiz hil dute hautagaia, eta hamaika alditan zutitu da atzera, indartsuago, azkeneko aldian goreneraino igo den arte. Donald Trumpek lortu du bere amets amerikarra egia bihurtzea, eta «E pluribus unum» (bat, askoren artean) idatzia duen bulego horretako atea ireki du. Hori baita amets amerikarra: askoren arteko bat izate hori bihurtzea, goraino igotzea. Eta zail izango du gorago igotzea Trumpek —bide batez esanda: ingelesez garaipena esan nahi du trump-ek, kartetarako garaipena, baina baita irabaztea eta gailentzea ere; Pence bigarren deitura, berriz, penny txanponak dira ingelesez: nekez imajina liteke izen egokiagorik milioidun batentzat—. Bere buruarentzako amets amerikarra egia bilakatu du, bai, eta, hauteskundeak irabazi berri, amets amerikar hori berregitea izango duela helburu, horixe esan du.
Problema da goiko eskailburu horretan, piramidearen tontor horretan, bakar batentzako lekua besterik ez dagoela. Eta Trumpek jende asko utzi du azpian. Barack Obamak sinboliza zezakeen AEB plural hori hankaz gora jarri du, eta gizon zuriak nagusi diren herrialde bat jarri du agertokian. Herritar asko mespretxatu ditu iritsi den lekura iristeko; emakumeak, hasteko; migratzaileak, jarraitzeko; era guztietako gutxiengoak, bukatzeko. Horientzat ez du amets amerikarrik Trumpek. Antza, ahaztu zaio emigranteen ondorengoa dela —Kallstadtekoak zituen arbasoak, gaur egungo Alemaniakoak; XIX. mendean, herrialdetik legez kanpo alde egin zuen Frederick Trumpek, AEBetara—, eta migratzaile-kolono parrasta batek eraiki zuela amets amerikarraren utopia-gezur hura.
Moderatuko dela diote. Agindutakoetatik egindakoetara, beharbada bai; baina esandakoengatik damutzeko asmorik ez duela ematen du, behintzat —bide batez esanda: puzkerra ere esan nahi du trump-ek, kaleko ingelesean—.
Mikel P. Ansa
Berria
Faulkner ante la América de Trump
El autor de «Santuario» -novela de vuestra tertulia, mayo 2012- se preguntó públicamente si Estados Unidos merecía sobrevivir después del linchamiento de un niño negro. Hubiera sentido espanto, aunque no extrañeza, frente a la figura del candidato republicano
Esa fue la pregunta que lanzó públicamente William Faulkner en 1955 cuando supo que Emmett Till, un joven negro de 14 años, había sido mutilado y muerto en un pueblito de Misisipi por la osadía de silbarle a una mujer blanca —un acto de linchamiento que constituyó un hito fundamental en la creación del movimiento por los derechos civiles en los Estados Unidos—.
Esa pregunta no era la que yo esperaba plantearme en este peregrinaje literario que mi mujer y yo hemos emprendido a Oxford, Misisipi, donde Faulkner vivió la mayoría de su vida y donde escribió las obras maestras torrenciales que lo convirtieron en el novelista norteamericano más influyente del siglo XX. Habíamos estado planificando un viaje como este hace muchos años, viéndolo como una ocasión para meditar sobre la existencia y la ficción de un autor que me había desafiado, desde mi adolescencia chilena, a romper con todas las convenciones narrativas, arriesgarlo todo como la única manera de representar la múltiple fluidez del tiempo y la conciencia y la aflicción, instándome a que tratara de expresar lo que significa “estar vivo y saberlo a fondo” en mi Sur chileno aún más remoto y perdido que el desdichado Sur de Faulkner. Y, sin embargo, esa pregunta acerca de la supervivencia de Estados Unidos es la que me ronda al visitar el sepulcro donde descansa, hace 54 años, el cuerpo del gran escritor, se me asoma cuando caminamos las calles que él caminó, es una pregunta que no puedo evitar al recorrer Rowan Oak, la vieja mansión que fue para él su más permanente hogar.
Puesto que, si el autor de El sonido y la furia estuviese vivo hoy, cuando su patria encara la elección más decisiva de nuestra época turbulenta, donde un demagogo demencial aspira, insólitamente, a ocupar la Casa Blanca, no cabe duda de que, ante “un momento incomprensible de terror”, volvería a proponer esa dolorosa pregunta a los seguidores de Trump, retándoles a rechazar una política de odio. Faulkner lo haría, creo yo, recordando a los personajes de sus propias novelas que, poseídos por un exceso de rabia y frustración, terminan autodestruyéndose a sí mismos y a la tierra que aman, incapaces de superar el pasado oscuro y salvaje que han heredado.
Habría mucho, por cierto, en Estados Unidos de hoy que Faulkner no reconocería. Aunque escribió sobre el dilema de los afroamericanos con notable inteligencia emocional, describiendo cómo los descendientes de esclavos sobrellevaron, “con orgullo inflexible y severo”, la carga impuesta por un sistema injusto y corrosivo, este hijo del Sur de Estados Unidos, sospechoso de los cambios drásticos, predicaba la paciencia y el gradualismo para vencer las barreras del racismo. Un hombre que no alcanzó a escuchar el discurso de Martin Luther King en Washington y al que le hubiera parecido inverosímil que alguien nacido del mestizaje pudiera ser presidente, tendría poco que enseñarle a esta América tan multicultural y atiborrada de nuevos inmigrantes. Igualmente difícil para Faulkner hubiera sido entender a las mujeres del siglo XXI, cuya emancipación y autosuficiencia feministas jamás anticipó.
Otros, menos envidiables, aspectos contemporáneos de Estados Unidos le serían, sin embargo, tristemente familiares a Faulkner.
Hubiera sentido espanto —aunque no extrañeza— frente a la peligrosa figura de Donald Trump. En su vasto y devastador universo ficticio, Faulkner ya había creado una encarnación sureña de Trump, si bien en una escala menor: Flem Snopes, un depredador voraz e inescrupuloso con “ojos del color de agua estancada”, que sube al poder mediante mentiras e intimidación, burlando y raposeando a los ingenuos que creen ser más astutos que él. Flem y su clan representaban para Faulkner aquellos conciudadanos suyos que “lo único que saben y lo único en que creen es el dinero, importándoles un carajo cómo se consigue”. Si una caterva como la de los Snopes llegase a proliferar y tomar las riendas del Gobierno el resultado sería, según Faulkner, catastrófico. Las últimas encuestas indican que semejante apocalipsis electoral, salvo una sorpresa estilo Brexit, es cada vez más improbable, pero el mero hecho de que un ser tan patológico y amoral sea siquiera un candidato viable hubiera llenado al autor de Absalón, Absalón de asco y pavor.
Los adeptos de Trump suscitarían hoy una reacción muy diferente de parte de Faulkner. Aunque era, para su época, políticamente liberal y progresista, trazó con cariño y humor las vidas de aquellos que hoy constituyen —pido excusas por tal generalización, siempre reductiva— el núcleo central de los partidarios de Trump: cazadores y patriotas que temen una conspiración para quitarles sus armas de fuego; hombres escasamente informados que se aferran a una virilidad amenazada y tradiciones atávicas; habitantes de comunidades rurales o económicamente deprimidas que se sienten sobrepasados por la marea incontenible de la modernidad, indefensos ante una globalización que no pueden controlar. Faulkner condenó siempre los prejuicios raciales y la paranoia de estos desconcertados coterráneos suyos, pero nunca fue condescendiente con ellos, acordándoles siempre aquello que deseaban con fervor tanto ayer como hoy: el respeto hacia su plena dignidad humana. Faulkner hubiera comprendido las raíces de la desafección de esa gente a la que le tenía tanto apego, la desazón irracional de muchos norteamericanos de raza blanca ante el asedio a su identidad y privilegios.
La simpatía que manifestó este novelista insigne y sofisticado por los pobladores menos educados, religiosamente conservadores, de su imaginario condado de Yoknapatawpha, el hecho de que prefería la compañía de esa ralea popular y menospreciada a las tertulias y el elitismo abstracto de intelectuales exquisitos, lo hace el emisario ideal para abordar a los sostenedores de Trump con un mensaje en contra de la intolerancia y el miedo, un mensaje desde más allá de la muerte que no contiene ni un mínimo dejo de paternalismo o desdén.
Al contemplar el diminuto y frágil escritorio del estudio de Faulkner en Rowan Oak donde compuso el discurso que pronunció para la graduación de su hija Jill en el colegio local, oigo el eco de esas palabras tan pertinentes para su país actual. Urgió a esos compañeros de clase de su hija a transformarse en “hombres y mujeres que nunca han de rendirse ante el engaño, el temor o el soborno”. Les dijo, y lo reitera empecinadamente a sus compatriotas en 2016, que “tenemos no solamente el derecho, sino que el deber de elegir entre el coraje y la cobardía”, exigiéndoles a “nunca tener miedo de alzar la voz en pro de la honestidad y la verdad y la compasión, y contra la injusticia y la mentira y la avaricia”.
¿Caerá Estados Unidos en el abismo y el desconsuelo?
¿Se encuentra hoy este país marchando fatalmente a un destino trágico, como tantos personajes implacables de Faulkner, o sus ciudadanos tendrán la sabiduría para probar en forma contundente y avasalladora que, en efecto, su país merece sobrevivir?
Ariel Dorfman es escritor. Allegro es su última novela,
Estimado Ariel.
Estando de acuerdo con tus advertencias y opiniones decir.
El impacto de lo sucedido esta dejando helado a medio mundo.Mi esperanza es que ese pueblo americano y las gentes que en el viven saben afrontar el presente inmediato logrando superar el estupor y conseguir la normalidad de su agitada viva.Asi lo hicieron en el pasado reciente.
Un viejo proverbio chino dice lo siguiente: “ antes de intentar arreglar el mundo, da tres vueltas por tu casa”
El abrazo de los demócratas al neoliberalismo fue lo que sentenció el futuro de EEUU
La gente ha perdido la sensación de seguridad, de estatus e incluso de identidad
Este resultado es el grito ensordecedor de un país desesperado por cambios radicales
http://www.eldiario.es/theguardian/elite-Davos-sello-futuro-Unidos_0_578842730.html