Aunque arranca de una manera morosa y quizá algo confusa teniendo en cuenta el resto del libro, Los tipos duros no bailan es sin lugar a dudas una novela negra, muy negra: negra porque tiene una investigación dentro y negra porque cuenta cosas del lado oscuro, de un lado muy oscuro de la existencia humana. De Mailer, uno de los narradores esenciales del pasado siglo y de cualquier siglo, no puede esperarse una obra blandita, desfallecida, hecha solo para el entretenimiento.
Si algo caracterizó al grandísimo escritor estadounidense es su bravura frente a los temas abordados, su compromiso con la verdad más honda y mostrada sin afeites ni adornos vanos, pues iba directamente al centro del problema y lo describía sin cortapisas, como pocos se han atrevido. Mailer es hierro y sal. Y esta novela está llena de hierro y sal.
Se nos cuenta la historia de un escritor que no vive de su oficio, sino trabajando como camarero, y que ha tenido un golpe de fortuna al enamorar y casarse con una mujer muy rica que, al empezar la novela, acaba de abandonarlo. Dueño de una pequeña plantación de marihuana, Tim Madden es un adicto al alcohol y al sexo, un tipo desprejuiciado al que le gustaría además ser duro. Tendrá ocasión de demostrarlo cuando se encuentre la cabeza de una mujer en el hoyo en el que guarda la marihuana. Aunque lo primero que le ocurre es que siente avanzar hacia la locura y pierde el control sobre sí y sobre sus recuerdos, en los que puede haber actos que lo incriminen no en un asesinato, sino en varios. Pasado el primer trecho, Mailer va directo al género y nos entrega una novela que rebosa misterio y páginas de gran altura literaria, en la que hay mucho, mucho sexo, un extenso estudio sobre los tipos duros y la homosexualidad, el dinero y su carencia, la realidad y su hermana gemela: la locura. Mailer argumenta muy bien, nos hace entender que una persona no es nunca una sola persona, que en una persona conviven la real y la imaginaria, la leal y la traidora, la afortunada y la desdichada, la viciosa y la pura sin que se rompa la forma en que ambas son contenidas y viven respetando unos límites, unos espacios que permiten a la persona en que habitan no ir a arrojarse a un precipicio ni a matar a todo aquel a quien encuentran por la calle. Es la gran lección de Los tipos duros no bailan: nadie está acabado como un cuadro expuesto, nadie es perfecto como un paisaje formado durante miles de años, nadie es peor que el de al lado.
Excesiva, carnal e imperfecta, reflexiva y contundente, la prosa poderosa de Mailer es un festín para el buen degustador siempre, y Los tipos duros no bailan una de esas novelas que nacieron para sacudir y no dejar indiferente, para mostrar con toda crudeza qué es amar y qué es morir.
por Francisco Ortiz