Esta tarde, a las 18:45, se proyecta, en el Centro Cultural de Aiete, la película canadiense, ‘Incendies’, que fue nominada al Oscar, en el 2010, como mejor film de habla no inglesa.
Incendies (Incendios) del director canadiense Denis Villeneuve, es una adaptación de la obra de teatro homónima del libanés Wadji Mouawad, que recientemente hemos tenido ocasión de ver en San Sebastián con la magníficas interpretaciónes de Nuria Espert y Ramón Barea.
La película nos presenta a dos jóvenes que, a la muerte de su madre, reciben instrucciones a través de un notario para buscar a su padre, que creían muerto, y a un hermano que no sabían que tuviesen, y entregarles sendas cartas.
‘Incendies’ realiza una crítica dura y efectiva contra una situación política y social, sin por ello dejar a un lado la opción de narrar una historia personal, con dimensiones de tragedia griega, en la que tienen cabida las sorpresas y en la que la información se va dosificando y desvelando como si de un thriller se tratase.
El film contiene momentos realizados con exquisito gusto por parte de Villeneuve y la adaptación la lleva de tal forma al lenguaje cinematográfico que resulta difícil imaginarla limitada a un escenario.
Flashbacks
En paralelo entre la época en la que la madre era joven y el presente, en el que primero la hija y luego ambos gemelos buscan los rastros de su concepción, la cinta se orquesta a base de flashbacks. Algunas transiciones entre el momento contemporáneo y el previo que llevan a la confusión. Asimismo, existen ocasiones en las que lo que se ve en esos recuerdos del pasado ya se ha conocido por diálogos y resulta, con ello, redundante.
Resulta paradójico que sean esos flashbacks, es decir aquello que en verdad nos interesa, aquello que nos cuenta los sucesos que desconocemos y que nos desvela toda la información que se ha ido escamoteando, decía que resulta paradójico que sean precisamente esos flashbacks lo que menos enganche. Con algunas excepciones, como la tremenda escena del autobús, resulta más poderoso el presente y así, la progresión adquiere ritmo desde el momento en el que el hermano gemelo entra en la acción y los destellos pretéritos comienzan a escasear.
El ritmo del conjunto no queda regular, sino que adolece de altibajos, debidos a las ya mencionadas repeticiones, a algunas inclusiones innecesarias o a momentos en los que el director se recrea por capricho. Hay momentos de enorme intensidad, que constituyen la mayor parte de la cinta y que sostienen el drama, pero también se incluyen otros que decaen ligeramente.
A modo de metáfora sobre el conflicto al que se acerca, esa trama familiar representa los mundos y las patrias de sus personajes. La revelación final, si bien en apariencia complicada o rebuscada en exceso —se podría decir incluso que digna del más rocambolesco culebrón—, en realidad responde a la necesidad de crear esa alegoría para llegar al momento, necesario y fin único posible, en el que se entregan las misivas. Sin la retorcida explicación, la escena de tan poderoso y terrible reencuentro sería imposible.
Más forzado, tanto que ya no tengo excusas, es ese encuentro casual en Canadá que desencadenará en el alma de la madre todos los recuerdos del dolor hasta dejarla catatónica. Pero parece que los autores han dado prioridad a la fuerza dramática que a la verosimilitud de la sucesión de los hechos, lo cual es una elección válida.
La opción de no concretar el lugar donde se produce el conflicto con la intención de que se pueda extrapolar a diferentes realidades resulta en una aparente falta de claridad narrativa. Más que demostrar su intención de universalizar la cuestión, la impresión que ofrece es la de una incompleta aproximación a la cuestión política y mantiene al espectador perdido y formulándose preguntas durante un tiempo.
Interpretaciones y conclusión
Excelentes interpretaciones por parte de Mélissa Désormeaux-Poulin, Lubna Azabal y Maxim Gaudette suponen otra de las bazas más convincentes de una película dura, intensa y muy lograda, que tocará muy de cerca y no dejará indiferente.