Nos acercaremos a un hombre que renovó las letras árabes con una obra moderna y prolífica, basada en la inmensa historia de su país pero, también y sobre todo, en la realidad de una sociedad marcada por el colonialismo, la religión, el nacionalismo, el excesivo poder de sus elites y la escasa educación de las bases: el premio nobel de literatura, Naguib Mahfuz.
Nacido en 1911 en la ciudad de El Cairo, Mahfuz compagina desde muy temprano su actividad literaria con su puesto de funcionario en el ministerio de Asuntos Religiosos. Con un gusto notable por el detalle, rescata algunos de los momentos más destacables del Egipto faraónico, consagrándose como un autor de novelas históricas. Luego, aborda una fase de realismo que le llevará a escribir una de las trilogías más destacables del panorama literario, compuesta de “Entre dos Palacios” (1956), “La azucarera” (1956) y “Palacio del deseo” (1957). La mayor parte de su obra describe la ciudad de El Cairo que tan bien conoce y de la cual se ha distanciado en contadas ocasiones. Mahfuz es un escritor que ha viajado poco y que, sin embargo, ha sabido construir una obra universalmente reconocida, construida sobre una perspectiva crítica y progresista. En ella se encuentran las claves para conocer el Egipto de hoy y el de los próximos años.
El Antiguo Egipto.
En “Akhenatón” (1985), Naguib Mahfuz retrata una de las épocas más interesantes de la historia egipcia con la llegada al trono de un faraón obnubilado por sus creencias y el deseo de reformar toda una sociedad (siglo XV antes de Cristo).
Otra obra destacable de Mahfuz recrea la belicosidad y el orgullo del Egipto Antiguo: “La batalla de Tebas”. En esta maravillosa novela histórica, el autor reconstruye una época inestable en el que Egipto se enfrenta a la invasión de un pueblo venido del norte: los Hicsos.
El Egipto del siglo XX.
“Entre dos palacios” (1956), la primera obra de una trilogía publicada entre 1956 y 1957, representa una etapa estilística importante en la cual Mahfuz eterniza la realidad social de El Cairo. Su protagonista principal ––el padre de familia Ahmad Abd el-Gawwad–– impone un control férreo y una moral que choca con su estilo de vida fuera de la casa. El destino de sus hijos y de su mujer se ven afectados por las exigencias y la autoridad de un hombre que vive bajo la dictadura de su orgullo y prestigio. La doble moral se establece como un principio fundamental en un panorama en el que conviven ––a veces difícilmente–– la vida familiar y las salidas nocturnas en solitario. El carácter del padre es ambivalente, se impone a través del miedo y la fuerza, y sin embargo, no puede etiquetarse de hipócrita puesto que, en todo momento ––y en cualquiera de los lugares en los que se expresa––, persigue lo que considera mejor para sí mismo, para el resto de sus familiares y la sociedad en general.
Así pues, la prosa del escritor egipcio retrata una cultura en la cual el peso de la familia, los criterios religiosos y la proximidad del vecindario hacen de la cotidianeidad algo extremadamente inflexible, y muchas veces sofocante. Dentro de esa cotidianeidad, varios mundos conviven sin nunca conocerse. Las mujeres ven desde el interior de sus casas, detrás de la ventana, cómo los hombres van a trabajar o sus hijos cogen el camino de la escuela. Se imaginan la fachada de un monumento y el ruido de las calles, y esperan a que los hombres vuelvan con las últimas noticias para comentarlas a la hora del té. Una vida vivida a través de otras miradas.
Egipto ha pasado por numerosos cambios políticos a lo largo del siglo XX y todos quedan reflejados en las páginas de esta magnífica obra. También destacan el poder religioso de los derviches y las escuelas coránicas, los tabúes de una sociedad donde el amor sólo puede evidenciarse de ciertas maneras, el orgullo de ser funcionario y trabajar en un puesto estable, los cotilleos incesantes que marcan la vida de las familias, el conservadurismo ante ciertas prácticas y costumbres extranjeras, pero también, el abuso de poder de los futuwwa: esas figuras que se alzan después de la independencia para defender a los barrios de posibles amenazas e imponen sus reglas con intimidaciones y violencia. El abuso de poder es una práctica común que, ante la resignación de los lugareños, se perpetúa, corrompe y perjudica a los que desean crecer.
La primavera de las revoluciones árabes.
Naguib Mahfuz murió en 2006, sin alcanzar a ver lo que podría considerarse uno de los eventos más destacables de este inicio de siglo: la revolución egipcia que finalizó el 11 de febrero del 2011 con la dimisión del presidente Mubarak. Sin embargo, conociendo su carácter crítico y progresista ––que le valió serias amenazas de sectores fundamentalistas y un atentado a su persona cuando tenía 82 años–– es posible intuir que el intelectual hubiera respaldado la revolución con el entusiasmo de quien defiende las libertades y los derechos de un pueblo entero.
La revolución del 2011 ha marcado profundamente el rostro de El Cairo. Las manifestaciones de la plaza Tahrir recuerdan esas inmensas protestas que Mahfuz describe en sus relatos. El deseo de justicia, el patriotismo y la fatalidad se entrelazan con un sabor eufórico y agridulce. La literatura del premio nobel sigue siendo, por lo tanto, una referencia ineludible para entender las dos caras de Egipto: la tierna y la cruel. Muchos de los elementos que el autor egipcio integra en su obra perviven en el Egipto de hoy, se observan en las calles, se ocultan en los hogares oscuros y cogen una dimensión inesperada. Ésa es la fuerza de la literatura de Naguib Mahfuz
Johari Gautier Carmona
22 septiembre 2011