Manuel Matxain era un gran jugador de mus

«Un vasco, una boina; dos vascos, un partido de pelota; tres vascos, un orfeón; cuatro vascos, un desafío al mus».

Manuel Matxain figura en la portada del libro El Mus de los Vascos, el primer estudio a fondo del Mus escrito por Jaime Tomer y publicado por la Caja de Ahorros Municipal de San Sebastián en 1977

El libro está agotado pero en la exposición de la Casa de Cultura de Aiete, que se inaugura el próximo viernes a las seis y media, se puede ver un ejemplar

La tradición oral, consolidada desde el siglo XVIII por textos precisos, confirma una verdad que hoy nadie pone en duda: El mus es un juego de origen vasco. El propio vocablo «mus» procedería directamente del vasco «musu», que puede significar labios, cara, visaje, hocico y hasta beso. Esta hermandad del «musu» con el mus nace del hecho de que, desde siempre, las partidas de mus se jugaron con gran riqueza de muecas faciales, consubstanciales del juego. Estas señas furtivas, peculiares en el mus, caracterizaron este juego de envite. Otros juegos de baraja, de menor adorno suplementario, no perduraron tanto. El más antiguo texto conocido sobre el mus está incluido en la Corografía de Guipúzcoa del Padre Larramendi, escrita en 1754. Larramendi describió el mus a partir de lo que veían sus ojos en sus excursiones por montes y caseríos de Guipúzcoa. No se basó en libros, a su vez inspirados por otros libros, sino que fue un testigo directo, excepcional, aparte de ser un notario de lo que veía y que describió con su gracejo habitual. Así hablaba Larramendi, hace dos siglos y medio: «Mus. Así se llama un juego de naipes muy entretenido y propio de los vascongados, que comúnmente se juega entre cuatro, y cada uno con cuatro cartas, y hay en cada mano cuatro lances diferentes: andi, chiquía, parejac, jocoa. Dásele el nombre de mus porque es juego en que los compañeros se entienden por señas de los labios, ojos, etc., y de «musu», que significa labios, hocico, cara». Más adelante añade: «El juego tan antiguo en el país como los mismos naipes, es el del mus, que tiene cuatro lances. Piérdese un lance y gánase otro; piérdanse los otros tres, y el cuarto dice al perdido: «¡Ordago!», que hace temblar al ganancioso; y si responde «Iduqui» se acaba la partida. El juego es muy divertido por lo que se engañan, por lo que se habla y por las muecas y señas que se hacen con los ojos y modos de mirarse, y sobre todo con los labios y hociquillo, y desde donde se llamó mus este juego». Resurreción María de Azcue describe el mus como «un juego de cartas que tiene su origen en el País Vasco». Federico de Baraibar y Zumárraga, en su «Vocabulario de palabras usadas en Alava y no incluidas en el Diccionario de la R. A. Española», confirma el origen vasco del juego. Y también lo hace la propia Real Academia Española de la Lengua. Pero no han faltado, ni mucho menos, los tratadistas que ponen por lo menos en duda la genealogía vasca del mus. Con ello no hacen más que acentuar la importancia intrínseca del juego, pues es demasiado conocida la tendencia natural de muchos países cuando se trata de arrogarse la paternidad de los inventos. Fue el propio Julio de Urquijo, destacadísimo filólogo e historiador vascófilo, quien, en 1917, en el número 147 de la revista «Alde», recogió la versión que le había proporcionado el también vascólogo ilustre, Dr. Hugo Schuchardt, en un tema (el origen no vasco del mus) que a su vez habían tratado los profesores Vinson y Lacombe en la «Revue de Lingüistique» y en «Le Journal Saint Palais» respectivamente. Según el propio doctor Hugo Schuchardt, quien aprendió el mus en Sara (Lab.), fue en Viena donde descubrió, por boca de una vieja ama de llaves, que el juego era antiquísimo en Austria, donde le daban el nombre de «mousse» («grumete», en francés). Las reglas eran las mismas que las del mus que aquí conocemos. El Dr. Schuchardt sugiere que pudiera tratarse de algún juego de cartas usado entre marinos, y que los vascos adoptaran en sus odiseas marítimas. Pero aun en el poco probable caso de que el mus tuviera un origen distinto al vasco, nadie puede negar que el mérito de su difusión y expansión tuvo lugar desde Euskalerria. El propio Miguel de Unamuno, gran muslari, él mismo escribió aquello de «(… ) el mus, juego de apuesta, procede, como la boina, del País Vasco, según lo acreditan las voces «amarreco» (en vascuence decena, si bien significa media decena, cinco tantos), y órdago (literalmente «ahí está»)». Y a esas dos palabras de clara estirpe vasca que cita Unamuno, aún podría añadirse la expresión «arri y arri» (piedra y piedra) que aún hoy se emplea entre los musistas en los campeonatos de Benidorm o Benalmádena. Volviendo a Larramendi, extraemos aún de su «Corografía» valiosas pistas que nos ayudan hoy a profundizar en la historia del juego. Larramendi nos habla del «mus viejo y mus nuevo» (muszarra y musberri). Contra todo lo que se suele creer, el «mus viejo» era el que se jugaba con ocho reyes y ocho ases, y el «mus nuevo» el que se juega con sólo cuatro reyes y cuatro ases, guardando el tres y el dos sus propios valores. Este desdoblamiento del «mus a ocho reyes, el primitivo» o el «mus nuevo, a cuatro reyes» perdura hoy en la práctica común, en distintas zonas: el mus primitivo, de ocho reyes, es el más extendido en la actualidad, y el mus de cuatro reyes predomina en el lado francés y en zonas rurales de Guipúzcoa y Navarra. Pero paradójicamente, en un hecho que a algunos les parecerá insólito, en los reglamentos del Campeonato del Mundo de Mus, de los que luego hablaremos, se emplea el llamado mus nuevo, es decir, el de cuatro reyes. Algo casi equivalente ocurre con las señas. Hemos visto que las señas, desde la época más antigua de que se tiene noticia del mus, eran congénitas con el mus. Y, sin embargo, la tendencia moderna, que cada día se extiende más en las sociedades de mayor auge musístico en las capitales vascas, es precisamente la de suprimir tajantemente todo tipo de señas. Son dos modalidades hoy enfrentadas, y cada una tiene sus partidarios. Cuando Larramendi sugería que, en Guipúzcoa, «el mus es tan antiguo como los propios naipes» no hacía más que confirmar la antigüedad del juego. No existen textos que nos aclaren la introducción de los naipes en Guipúzcoa. Y, sin embargo, existe un documento altamente revelador sobre la antigüedad de la baraja en el País Vasco. Este documento se refiere precisamente a Vitoria, en algo que hasta parece una premonición de la existencia del decimonónico y francés monsieur Héracle Fournier, aunque no tiene la menor relación, al precederle en cinco siglos. El elocuente texto está redactado precisamente en 1334, en el reinado de Alfonso el Justiciero. Se trata de un documento oficial referente a los estatutos de cierta Orden de la Banda. En ellos se lee, entre otras cosas: «(…) Se prohíbe terminantemente a los caballeros de la Orden de la Banda el juego del naipe». Tal documento, fechado en 1334, es una revelación, en efecto. Demuestra que la baraja era ya conocida en el País Vasco casi sesenta años antes de que los franceses se atribuyeran a sí mismos la invención del naipe, exactamente en 1392, «creado con el propósito de entretener al monarca Charles VI», según proclaman en todas sus historias. Pero la afirmación de Larramendi de que el mus en el País Vasco es simultáneo a la introducción del naipe en estas tierras no pasa razonablemente de ser una pirueta retórica para hacer resaltar con más fuerza la inmensa antigüedad de la presencia del mus en las montañas vascas. Por tanto, la única certeza disponible sobre la aparición del juego naipero del mus es que pudo ser inventado en cualquier momento ignorado a partir, por lo menos, desde el año 1334, primera referencia escrita en el País Vasco sobre los naipes en general, hasta muchísimo tiempo antes de 1754, primera alusión escrita conocida de este juego vasco. Todo lo que caiga aparte de esas dos fechas clave no pasa de ser pura especulación en el vacío. La posterior noticia importante sobre el mus nos llegó desde Pamplona. Es precisamente en Pamplona donde se editaron los primeros reglamentos conocidos del mus, editados ya en 1804, es decir, cuatro años antes de la francesada. Se trata de aquellas «Reglas fixas que conviene usar en el juego llamado mus», escritas por J. Ortiz de Zárate. A partir de entonces se extenderán hasta Madrid las diversas «reglas fixas», especialmente en las ediciones de 1842, 1855, etc. Sabemos también que a principios del siglo XIX el mus se jugaba en Madrid por decenas (amarrecos) y no por quintas (que aquí deberían haber sido «bostekos»), estas últimas más recientes. Es curioso registrar que en el mus de aquellos tiempos anteriores a Isabel II el mus se jugaba con dos comodines, que eran exactamente el caballo de bastos (conocido como «el Perico») y la sota de oros (llamada «la Perica»). También, en aquel mus de la meseta central, se jugaba en aquellos tiempos con cinco cartas y descarte de una. Ignoramos si en la práctica del mus en el territorio vasco, en aquel tiempo a que nos referimos, se jugó aquí también, como en la meseta, con los comodines «el Perico» y «la Perica», y con cinco cartas, descartándose de una y sin opción a pedir mus. Aparte de los excelentes tratados del académico de la Real, Antonio Mingote, y de José María Fernández Sanz, que enseñan el mus desde Madrid, en lo que toca al País Vasco el primer estudio a fondo correspondió al libro El Mus de los Vascos, de Jaime Tomer, publicado por la Caja de Ahorros Municipal de San Sebastián en 1977. La posterior historia del mus se sigue escribiendo año tras año, no sólo en la práctica cotidiana del juego en las sociedades amistosas, salones particulares y públicos en todas las aldeas, pueblos y ciudades del territorio euskaldún, sino en cualquier lugar del mundo en donde coincidan cuatro vascos. Se hace así realidad el legendario dicho «Un vasco, una boina; dos vascos, un partido de pelota; tres vascos, un orfeón; cuatro vascos, un desafío al mus». Son muchos los autores que, especialmente desde la llamada generación del 98 en adelante, dedicaron muy expresivos párrafos al juego vasco del mus. Ningún juego de naipe alcanzó tal expansión literaria. Entre los más destacados autores que exaltaron con pluma elegante la notabilidad del mus figuran los vascos Miguel de Unamuno, Baroja, José María Iribarren, «Tellagorri», Pelay Orozco, etc. Pero también otros muchos autores de la meseta se ocuparon del juego vasco, tales como Pedro Muñoz Seca, Edgard Neville, Antonio Mingote y tantos más. Tal predilección unánime no puede nacer sólo de una casualidad. Los literatos intuyeron antes que nadie las calidades humanas de este juego. En él se enfrentan dos fuerzas en las que se somete a tensión la habilidad, la inteligencia, la corazonada, el disimulo, la astucia, la zorrería, el teatro, el raciocinio, la decisión, etc., de los oponentes. Y el mus siempre ha sido y es una confrontación tan estimulante como incruenta. Y toda fórmula incruenta debe ser bien venida en todas partes por las gentes de buena voluntad.

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