Pedro Berriochoa Azcárate, autor del libro `Aiete: caserios, casas y familias’ –y con él todos nosotros– le brinda este bello y emotivo homenaje.
El fulgor de las hogueras de San Juan apagó el hálito de vida de Miguel Aldasoro González, un vecino de Aiete, un testigo del barrio rural de otro tiempo, el padre de un amigo. Miguel ha trepado por la cucaña y ha alcanzado el cénit del árbol de San Juan.
Recordamos y echamos en falta monumentos, lugares y casas, pero olvidamos a las personas. Miguel fue un hito de aquel Aiete rural. Era pequeño (Migel txiki), pero ha sido hasta el final una persona de una vitalidad sorprendente, a veces excesiva.
Era Miguel un hombre con txapela no sobrevenida, de txapela natural, de las de antes. Jugaba al mus con pasión en el bar del Topaleku de Aiete y fumaba sus txortas afuera, en el banco, bajo los árboles del parque, a la sombra del viejo reloj.
Miguel ha tenido una vida larga y dura. Nació en Andoain en 1930 y fue el mayor de tres hermanos. Quedó huérfano a los seis años, cuando los requetés dieron el paseo a su padre, Cruz Aldasoro. Su esposa Benigna y sus tres hijos comenzaron una vida errante, de aquí para allá.
Miguel, con nueve años, empezó su carrera como morroi de caserío y de chico para todo. Trabajó en Andoain y luego en Oiartzun. En los caseríos, de herrero, de maderero… Mientras, su madre Benigna se afanaba como costurera para sacar a sus hijos adelante en aquellos años duros de posguerra.
En 1946 la familia recaló en Aiete, en Bera Bera, en la vivienda de los Arregui, bajo el etxekojaun Valentín Arregui. Valentín fue un hombre sobresaliente en todo. Tenía la fuerza de un hércules y era también hombre largo en excesos. Miguel le fue fiel hasta su muerte y aún después, en su memoria. Su madre abandonó Bera Bera, Valentín enviudó y se casó de nuevo, pero Miguel fue su morroi hasta el desahucio del caserío en 1957.
Tras el servicio militar, Miguel prosiguió su largo peregrinar laboral: en la construcción, en Hielos Otz, en Muebles Ayala, como jardinero… Al filo de los cuarenta, ya mutil zahar, se casó con una viuda, María Fernández: la única persona junto con Valentín, que pudo domeñar su personalidad ingobernable.
Fue Miguel, al igual que su hermano Paco, un gran cazador que dio cuenta de todo lo que se movía por el antiguo bosque de la hondonada de Bera Bera. Era también un hombre tirado para adelante, capaz de improvisar unos bertsos para cualquier ocasión.
Un bertso alegre y hedonista de su convecino Manuel Matxain lo hubieran firmado tanto Valentín Arregui como Miguel Aldasoro:
“Nagusi ta morroiak
zertan oinbeste lan
beti emen da an?
Ez al dakizu laister
zer etorriko dan?
Modua dan guzian
perietara juan,
ardo zarrak edanda
txuleta onak jan;
dirua alperrik da
gu sartzea kajan!”
Descanse en paz.
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