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  1. Dos no se aman, si uno no quiere

    Dos no se aman, si uno no quiere
    Pensamientos sobre Cataluña, el amor y los hijos. 
    Venimos todos de lejos y nos apoderamos del espacio.
    ¿Qué significa la tierra? ¿Qué es ser padre o ser hijo? ¿Qué entendemos por hermanos?
    Todos somos expresión de vida, cada uno en su forma, con sus miedos, sus alegrías, sus dolores.
    Los dados nos han colocado cerca; mira a tu alrededor y verás a esos que están próximos. Mantenerse ahí, es voluntad mutua; en todos los casos.
    Dos no se aman, si uno no quiere.
    Es así de sencillo. Se quiere o no se quiere; el amor no tiene paliativos, importa poco la procedencia; el origen del vínculo puede ser torcido, o recto como una vara, o circular y al mismo tiempo cuadrado; el origen quedó un poco más atrás; a cada paso más lejos, ya casi ni se ve.
    Dados y voluntades.
    El sueño de un hombre es la pesadilla de otro; es imposible calcularlo todo, solo se puede vivir con el dolor y la alegría que cada decisión acarrea; con el mal y el bien, si existieran. Como dice Joseph Campbell, el punto de partida de todo ser, es matar a otros para poder vivir; ese es el origen; el único y verdadero; esas son las tinieblas que uno observa en cuanto mira un poco, allí es imposible vislumbrar nada por mucho que uno apunte con la luz del conocimiento, o con la antorcha de la religión, o con los rayos de la tormenta filosófica; las tinieblas son insondables aunque los dolores se repiten de tantos que somos, se tipifican, se mitologizan, se radicalizan, y así tenemos la fatua sensación de que se pueden curar, de que tienen un nombre, una seña de identidad.
    Pobres humanos ingenuos, bichitos enredados en la búsqueda de sentido que tratan de demostrar con lenguajes matemáticos inventados para ello, o pictóricos, o sociológicos, y sí, también literarios.
    Lástima de mí, lástima del otro, y de aquel, hormiguitas acarreando semillas por un camino que creíamos que llevaba a Roma pero solo lleva al agujero oscuro de la supervivencia y que implica quitarle la vida a esas semillas. Tal vez sea mejor convertirse en alimento. ¿Mejor? ¡Ja!, vuelvo a caer en la trampa, como si “mejor” existiera.
    Y aún en esa nebulosa se pueden seguir utilizado las palabras, así no haya escape posible sin anestesia, ni con ella, ni con hilo de Ariadna, ni con tela o vestido, ni siquiera en la desnudez más absoluta; siempre hay uno que es la víctima y el otro el verdugo, no hay montaña de buena voluntad que te mantenga en el lado seguro (cualquiera que este sea), ni cima que te aleje lo suficiente de ti mismo, no hay hueco, ni en Roma, lo bastante oscuro para esconderse.
    Hágase lo que se haga, se tuerce, por más aplausos o recriminaciones que se reciban.
    Maldito el gen que nos dio a entender la vida y su sucesiva muerte, maldita la neurona que se atrevió  mirar más allá; y maldita la incapacidad humana de darle la vuelta a la hoja y también al ojo. Vida canalla, ladrona de calma por más que se te aturda; y esta especie, que no solo aniquila, sino que se da cuenta de ello y no lo puede remediar, por más quiera.
    Solo queda entonces amar; amar a quien se deje, porque dos no se aman si uno no quiere y cada uno ama hasta donde puede.
    Enviado por un colaborador

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