Hoy, Viernes 15, a las 18:45, ‘To be or not to be’, de Ernst Lubitsch, con Jesús Garmendia

Presenta la película y modera el debate Jesús Garmendia, de la facultad de empresariales.

El Ciclo de Literatura y Cine ha elegido la película ‘Ser o no ser’ como contraste, igualmente antinazi, de la trágica experiencia de Primo Levi y su ‘Si esto es un hombre’
Por otra parte, ‘Ser o no ser’ se mantiene tan audaz como en su momento. Mucho más reflexiva en muchos aspectos que cualquier drama sobre el nazismo, sus características resultan más evidentes y la condena de la barbarie nazi más destructiva a través de la ironía. Una de las mejores comedias jamás rodadas, que pertenecen a un modo de hacer y entender el cine que, inevitablemente, causa nostalgia y admiración. Un director para el que somos cómplices absolutos en el uso del humor como defensa y mejor ataque. Y es que, como recita una frase del film, nunca se debe menospreciar una buena carcajada.
Pocas veces un director de cine ha sido tan sutil al transmitir la contundencia de unos diálogos y unas situaciones nada triviales. Su delicada complicidad con el espectador es reverenciada y, profusamente aludida, cada vez que se menciona su famoso toque. Para mí, ‘Ser o no ser‘ (‘To be or not to be’, Ernst Lubitsch, 1942), tuvo no sólo la valentía de abordar los conflictos de su tiempo desde el humor, sino de tratar además de algunos de los rasgos más distintivos del ser humano. Todo eso sin perder de vista al público, confiando en su inteligencia y garantizando su disfrute. Muchos son los directores que parecen olvidar estas premisas. No fue el caso del maestro Ernst Lubitsch.
Etiquetar esta obra de comedia no es demasiado aconsejable; se pueden encontrar algunos rasgos de este subgénero, pero la película va mucho más allá y explora otros tipos de comedia. La farsa o el drama, también están presentes en este film tan personal de Lubitsch.
Nos encontramos pues, ante una película eterna. Como ya hiciera Charlie Chaplin con ‘El gran dictador‘ (‘The Great Dictator’, Charlie Chaplin, 1940) se usa la comedia, no como un género ligero, sino como una magistral e ingeniosa arma contra el apogeo nazi. A través de la caricaturización del opresor, se consiguen desautorizar sus actos, su ideología. En España, con aquella inquisición política y cultural, no se estrenó hasta 1971, casi treinta años después de ser filmada.
A parte del contexto político, esta película es un homenaje al teatro, a sus actores y a su vital labor de entretenimiento en un mundo que, en demasiadas ocasiones, sólo deja paso al horror. Precisamente el director alemán, empezó su carrera como actor de teatro a las órdenes de Max Reinhardt. Un guiño a esta etapa del director como intérprete, es la inclusión del personaje de Greenberg, Felix Bressart, que interpreta el mismo papel que hizo también Ernst Lubitsch en sus representaciones de ‘Hamlet’.
De ahí su amor por esta profesión, por sus secundarios; todo ello transmitido de manera mordaz –no falta la alusión a las luchas de egos dentro y fuera del escenario–. Una maravillosa muestra de esta ironía viene de la mano del personaje de Jack Benny, que se define a sí mismo como “ese gran, gran actor, Joseph Tura”.
Mediante Shakespeare –de gran influencia para Lubitsch–, en concreto ‘Hamlet’ y su célebre monólogo existencial, se nos presenta una compañía de actores encabezados por los magníficos Jack Benny y Carole Lombard, que se ven envueltos de lleno en la ocupación nazi de Polonia.
El resto de intérpretes son el genial Felix Bressart –habitual colaborador de Lubitsch–, un jovencísimo Robert Stack, los menos conocidos Charles Halton o Tom Dugan y, mi preferido, Sig Ruman absolutamente impagable en el papel de Coronel Ehrhardt –o ‘campo de concentración Ehrhardt’ como se le apoda en el film–.

A partir de este trasfondo y estos satíricos personajes, se orquesta una trama que juega constantemente –y desde sus primeros minutos– con la confusión entre realidad y ficción, entre la representación y la autenticidad. Un guión lleno de giros argumentales en los que, en muchas secuencias, no sabemos si lo que se nos muestra es realmente una función consensuada o una actitud verdadera. El equívoco también es propiciado por unos personajes que parecen olvidar por momentos los límites de ambos conceptos. Uno de los mejores guiones de la historia del cine –escrito por el propio Lubitsch junto con los acreditados Melchior Lengyel y E. J. Mayer–, que cuenta con unos diálogos prodigiosos, plagados de dobles sentidos. Es esta permanente dualidad, tanto en lo que vemos como en lo que escuchamos, uno de los factores que convierten la película en un complejo ejercicio narración, actuación y puesta en escena.
En este sentido, un aspecto que siempre me ha atraído del cine de Lubitsch y también del de Billy Wilder –su discípulo confeso– es la permanente necesidad y capacidad de sus personajes de adoptar una identidad diferente a la propia. Cierto que, en la comedia, la ambigüedad o el disfraz han sido siempre recursos habituales. Bajo mi punto de vista, en estos dos directores –con más insistencia en el segundo–, este rasgo no es tomado sólo como recurso cómico sino como una necesidad inherente al ser humano. Ya sea como medida de supervivencia –en este caso, hacerse pasar por coronel nazi para escapar de la ejecución– o como costumbre o defensa social de enmascarar la verdadera personalidad. En mayor o menor medida, encontramos incesantemente el uso de una identidad ajena en las películas de Lubitsch y Wilder.

A nivel interpretativo, siendo una película muy coral, destaca el matrimonio formado por los actores Joseph y Maria Tura.
Jack Benny, en el papel de Joseph, fue uno de los grandes cómicos americanos de cine y del vaudevile –con un estilo precursor del de Billy Crystal–. En esta ocasión realiza una de sus interpretaciones en pantalla más brillantes. Su ridículo personaje se convierte en un inusitado héroe que, junto con el resto de la compañía teatral, juegan un papel clave para la resistencia antinazi. Sus escenas con el Coronel Ehrhardt son un portento de sorna y mordacidad.
No menos inspirada está la intérprete Carole Lombard, cuyo personaje sirve de catalizador del enredo que propicia toda la acción de la película. Para esta excelente actriz estadounidense, casada con Clark Gable por aquél entonces, su papel en ‘Ser o no ser’ fue el último de su carrera pues falleció ese mismo año en un accidente de aviación. Rudolph Maté, director de fotografía en este film, iluminó algunos de sus primeros planos más sublimes. Una pena que esta magnífica comediante, a cuya belleza se sumaba una enérgica personalidad, no pudiera culminar la que hubiera sido, a todas luces, una de las carreras más brillantes del cine.
Miriam Figueras

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