Será el próximo jueves 8, a las 19:00, en la Casa de Cultura.
Tertulia literaria, dirigida por Lola Arrieta, sobre ‘Una historia de amor y oscuridad’ de Amos Oz.
El autor narra su infancia y adolescencia en los años cuarenta y cincuenta en Jerusalén y en el kibutz de Hulda
Una historia de amor y oscuridad es un libro extraordinario, con una prosa precisa y levemente lírica, que desbroza la vida Amos Oz -y con su propio pasado la historia exquisita y ricamente relatada de cuatro generaciones de familias judía que recorre el siglo XX-, narra el anhelo de comprender una tragedia silenciada por la necesidad de continuar viviendo. Amos Oz, al regresar a sus orígenes, descubrió que el dolor es la matriz de la escritura.
Como persona, Amos Oz es el Barenboim de las letras.
Ambos lideran el papel de los músicos y los escritores en darle otro cariz a los conflictos en el Oriente Medio. Los políticos llegaron hasta aquí, y no alcanzan el objetivo de la paz. Ya no están ni Yitzhak Rabin ni Bill Clinton ni Yasser Arafat para atravesar barreras infranqueables y derribar los muros levantados.
Cogió el relevo Daniel Barenboim y su orquesta palestino-israelí tocando en Ramallah. Y el escritor e intelectual Amos Oz, la voz más lúcida y, por ahora, solitaria del espectro israelí que se proyecta al mundo para recordar aquel viejo proverbio árabe que dice «no se puede aplaudir con una sola mano».
Hace falta una fuerte corriente de opinión israelí que supere el nacionalismo antiárabe y otra equiparable corriente de opinión palestina que rompa con el pasado antisionista. Hace falta un mutuo reconocimiento que debe darse en simultáneo. Y hace falta despegarse de la matriz identitaria que condena a unos y otros a repetir la misma dialéctica de violencia y contraviolencia.
Amos Oz, es hoy el más cabal exponente del pensamiento de Martin Buber, aquel filósofo judío que enseñó que no existe el Yo sin el Tú. Al contrario de Carl Schmitt, para quien el «nosotros» se afirma siempre a partir de la definición de un enemigo, Buber pensaba que solo hay un «nosotros» a partir del reconocimiento de un «ellos», más allá de que puedan ser amigos o enemigos.
Colocarse en el lugar del otro es una decisión previa que puede ayudar a remover las raíces de ese conflicto. En palabras de Amos Oz, «desde hace 50 años, Israel y Palestina son como un carcelero y un preso, esposados el uno al otro. Después de tantos años casi no hay diferencia: el carcelero no es libre y el preso tampoco. Israel no será una nación libre hasta que se ponga fin a la ocupación y a los asentamientos y Palestina se convierta en un país vecino independiente».
Muere a los 79 años el escritor israelí Amos Oz
El novelista y periodista, eterno candidato a Nobel de Literatura, ‘estuvo con nosotros’, de la mano de Lola Arrieta, los seguidores del ciclo de Literatura y Cine de Aiete, la tarde del pasado 8 de febrero, en la Casa de Cultura de Aiete. Tuvimos oportunidad de conocer en detalle su trayectoria y, especialmente, de cogerle cariño de corazón como para contener las lágrimas. Se nos ha muerto una gran persona, un gran judío, un hombre imprescindible
Ha fallecido poco después de que empezara el sabbat, al atardecer, el escritor que narró Israel, un antiguo país reciente del que acabó siendo su conciencia crítica. Nacido en 1939 en Jerusalén cuando la ciudad aún estaba bajo el mandato británico de Palestina, ha fallecido a consecuencia de un cáncer, según ha anunciado su hija, Fania Oz-Salzberger, en su cuenta de Twitter, junto a este mensaje: «A todos los que le amaron, gracias”. Nos sentimos aludidos y orgullosos de tu aita.
Aquel jueves 8 de febrero la tertulia literaria giraba sobre su obra ‘Una historia de amor y oscuridad’ en la que el autor narra su infancia y adolescencia en los años cuarenta y cincuenta en Jerusalén y en el kibutz de Hulda
En una vida de novela, Oz cambió su apellido paterno, Klausner, tras dejar a su familia de inmigrantes judíos de Europa del este lituanos y ucranios para ingresar en un kibutz a los 15 años. Precisamente el relato de la vida en las granjas colectivas, que marcaron los primeros años del Estado de Israel, fue el eje central de una obra de juventud que evolucionó hacia la descripción de personajes arquetípicos y paisajes con los que hoy se identifica la sociedad israelí. A nosotros nos sirvió para volver a Vilna, a los paise bálticos, a reencontrarnos con los extensos ghetos judíos del extremo este europeo
Sus ideas le llevaron a fundar en 1978 la organización Paz Ahora y a publicar cientos de ensayos y artículos. Su voz se alzó también contra las guerras en Líbano y Gaza.
Entendía el hebreo como un instrumento musical con el que narrar la vida. Prolífico autor de una veintena de libros que han sido traducidos a 42 lenguas inició su carrera literaria en los años sesenta del siglo pasado con obras como Tierra de Chacales, y jalonada por hitos como La caja negra o Mi querido Mijael.
Pero en lo que se refiere a nosostros, en particular, cobró celebridad ‘Una historia de amor y oscuridad’, la novela de tinte autobiográfico por la que fue aclamado en todo el mundo, por la que nosotros empezamos a quererle y que llevó al cine hace tres años la directora y actriz Natalie Portman.
Hubo una historia de amor y luz, y ahora hay una gran oscuridad, descansa en paz, Amos. Nos hiciste disfrutar de muy buenos momentos con tus libros. La ironía y el humor que destilan sus novelas son apreciados por los israelíes de todas las tendencias, tanto los palomas simpatizantes de su pacifismo como los halcones del nacionalismo.
Amos Oz, el escritor de la memoria judía, el novelista capaz de convertir la prosa en un mazazo o en una caricia poética, la mirada crítica y comprometida de Israel. El hombre que se atrevió a colocar todas sus luces y sus sombras frente al espejo. El intelectual que diseccionó el mundo que le rodeaba. Todo lo escrutaba con su inteligencia preclara y todo lo cuestionaba. Traidor lo llamaban los ultranacionalistas. Su última novela, ‘Judas’ (Siruela, 2015), escarba en la figura del traidor por antonomasia y se convierte en una declaración de principios. Oz era un antídoto contra el fanatismo. Hurgaba en las contradicciones, pero nunca con la navaja del odio. Lo suyo era más bien el rastrillo. Preguntarse qué había más allá de lo establecido, de lo prescrito. Remover la superficie, liberar lo que permanecía oculto y analizar el material del que estaba hecho. Su curiosidad era infinita. Tanto como la coherencia lúcida que se imponía.
Empezamos el 2019 un poco más huérfanos. Nos quedamos sin su mirada, sin su capacidad de meterse en los ojos de otros. Mala cosa para tiempos de intemperie, cuando crece la tentación de refugiarse en torreones. Esas atalayas apuntaladas en la simpleza, erigidas por las promesas y selladas por el egoísmo. Banderas o religiones, líderes o profetas, tanto da. Si no pasan la prueba del rastrillo, solo son vendas sobre los ojos.
Gracias Lola por habernos acercado a él