Entrevista con Juan Miguel Gutiérrez (el Cine-Forum de Aiete está de enhorabuena)

El Director de cine Juan Miguel Gutiérrez estará con nosotros el próximo viernes día 9; presentará la película ‘Perdición’ de Billy Wilder,
Le entrevista es de Josemari Velez de Mendizabal Azkarraga

En la historia del cine vasco pocos serán como Juan Miguel Gutiérrez: que fieles a ellos mismos, pasito a pasito, hayan construido su camino en el llamado séptimo arte. Lleva 40 años en la profesión sin hacer ruido ni alboroto, desarrollando su producción con firmeza. Si hay algo que ha caracterizado el trabajo de Gutiérrez, eso ha sido el humanismo que desde pequeño ha esculpido la personalidad del renteriano.

Como por algún lado hay que comenzar, hagámoslo recreando su Errenteria natal de finales de los años cuarenta del siglo pasado…
Yo nací en el año 1945 y Errenteria era un pueblo pequeño, que aún no había recibido las oleadas de inmigrantes. Mis padres eran trabajadores y el barrio, hoy céntrico, estaba alejado del casco antiguo. Existían una escuela pública y otra privada, regida por frailes, y a nosotros nos mandaron a estudiar con éstos. Los recuerdos que tengo de Errenteria son muy agradables, donde por su tamaño la vida cultural no era amplia pero sí suficiente como para poder subsistir en aquella época tan oscura.
Creo que en aquel momento y por la influencia de mis padres surgió mi afición al cine. Mi padre era muy aficionado y, junto a otros compañeros, fundó un cine club e, inclusive, llegó a dar alguna conferencia sobre la música en el cine, ya que también tenía una buena colección de discos. Pero estoy convencido de que la influencia mayor fue la de mi madre. El matrimonio iba todos los domingos por la tarde al cine; incluso tenía una especie de abono, con su sitio previamente reservado. Al regresar ellos a casa, los hermanos nos reuníamos alrededor de ama porque nos tenía que contar la película. Por supuesto, si había sido una para mayores adecuaba la narración para nosotros, aún niños. Y tras oír su relato nos íbamos a la cama, con todas las imágenes que nuestra madre nos había transmitido. Tengo que decir que era muy buena narradora. Pienso que en esos momentos puedo colocar mi punto de arranque en el mundo del cine, fundamental en mi vida.

La familia nos fuimos de Errenteria cuando yo tenía quince años, es decir en 1960. Con el paso del tiempo ha habido una historia que nos ha vuelto a reunir en Errenteria a todos los familiares, de una manera bastante trágica. Historia que se ha visto ligada con mi experiencia en el cine. Ocurrió que en la calle en que vivíamos, teníamos enfrente una fábrica que trabajaba con fibras de amianto. Es algo que lo hemos sabido tras muchos años. Y precisamente la influencia de estas fibras que nuestra madre respiraba, llegadas con el polvo maldito desde un extractor-ventilador situado justo delante de la ventana de nuestra casa, mi madre enfermó gravemente y le hizo fallecer de una forma horrorosa, con mesotelioma pleural maligno. Con respecto a este tema hice una película —La plaza de la música1— denunciando el tema del amianto y, sobre todo, solidarizándome con las víctimas.

Siguiendo en esa vía solidaria ha terminado un nuevo largometraje documental —Mur mur— en el que se ha vuelto a volcar…
Desde que me he jubilado profesionalmente hace un año he aprovechado para rodar un corto muy relacionado con un tema que nos atañe muy profundamente a los vascos, y que no es otro que el de la paz en Euskal Herria. Es un corto que lo he titulado Zuri, con el doble sentido que en euskera tiene la palabra: por una parte, blanco, y por otra, a ti, como dedicatoria. Estoy muy contento con el resultado. Muchos que la han visto han entendido bien mi objetivo, aunque también existen los que no han terminado de “entrar”.

El largometraje se titula Mur-mur, significando algo así como susurro, donde me refiero a lo que se dice en voz baja al no atreverse la persona a elevar la voz por vergüenza o timidez debido a confidencias que le llegan muy dentro. Yo toco en la película las confidencias de presos comunes cara a la reinserción, personas que están prácticamente olvidadas. La idea de esta película surgió después de una experiencia de cinco años en el cine club de la cárcel de Martutene. He tenido contactos con muchos presos, con problemática muy variada, que la tratamos en la película. Hemos escogido el perfil de seis presos comunes que han conseguido rehabilitarse. Los seis son de procedencias muy diversas —gitanos, emigrantes,…— y con delitos, entre otros, de atracos y droga, pero con circunstancias comunes han conseguido rehabilitarse. Cuento, por una parte, la historia de estas seis personas, y también la de todas las personas que les han echado un cable para poder salir de ese mundo delictivo. Unos y otros han sacado una experiencia muy positiva de lo que es el contacto con Martutene.

Sobrevolando todo ello está el hecho de que la vieja cárcel de Martutene tiene sus días contados y existe una nueva política carcelaria, una nueva mentalidad sobre cómo tratar a los presos en su rehabilitación. Da la impresión de que las nuevas cárceles —Zaballa, Iruña, Zubieta— son la panacea, casi-casi como una especie de ONG donde todo el mundo se rehabilita… Pero cuando escarbas un poco por dentro ves que los sistemas sofisticados a emplear son menos humanos, más masificados, y la posible reinserción se complica mucho.
La película es, por tanto, un testimonio y una denuncia de lo que pueden ser las nuevas políticas carcelarias. Lo hemos entregado al Comité de Selección del festival de Cine de Donostia-San Sebastián, para ver si consideran que puede tener cabida en alguna Sección del festival.
Su cine documental está realizado con una evidente carga social anclado en un profundo humanismo, que forma parte de tu bagaje adornado, por lo menos en un principio, con ribetes jesuíticos…

Ya en mi adolescencia —con trece años— tuve claro que quería ir al seminario de los jesuitas, especie de colegio apostólico interno, ubicado en Javier. Allí hice el bachillerato y recibí una formación religiosa profunda, encaminada a una posterior entrada en la Compañía de Jesús. Hice cuatro años en aquel colegio y para hacer el Preuniversitario vine a San Sebastián y tras ello comencé la carrera de Derecho. Terminado el primer año me fui al noviciado de los jesuitas en Veruela, en la provincia de Zaragoza. Allí pasé dos años y al terminar el período de noviciado se nos sugirió la idea de ir a misiones. Los de la provincia, mayoritariamente, partían para Venezuela, pero a mí no me interesaba aquel destino y planteé ir al Congo. Y sorpresivamente para mí, aceptaron la petición. En el Congo hice cinco años, tres estudiando filosofía y otros dos ejerciendo como profesor en un colegio de la orden. Yo suelo decir que las circunstancias de haber pertenecido a los jesuitas y haber trabajado en el Congo, en un momento en el que estás adquiriendo los valores que van a conformar tu personalidad, fueron decisivos en mi vida. Ahí adquirí un humanismo fundamental, que tal vez esté relacionado con lo religioso pero donde tiene un peso específico mayor el aspecto humanista. Y ello ha presidido mi manera de actuar en la vida. Y esos valores trato de transmitir con mi cine. Los correspondientes a la gente pobre que lucha por salir adelante. Y a través de mis películas busco un escaparate para que esas personas puedan dar a conocer su pelea.

En esa trayectoria de comunicación, desde la palabra —su experiencia en la radio— hasta el cine, los planteamientos comunicativos han cambiado, ¿verdad?
Estimo que hay que analizarse el fondo y la forma. Respecto a la primera, no han cambiado fundamentalmente. Donde ha cambiado es en los sistemas que vehiculan la comunicación. Desde la transmisión por la palabra a través de las ondas al ciberespacio el salto es enorme. Y se ha cambiado el ámbito de desarrollo del nudo de comunicaciones. No solamente te comunicas con el más cercano sino que eres capaz de hacerlo, por medio de tecnologías apropiadas, con el más alejado punto del planeta. Y lo haces al mismo tiempo en ambos casos. Se han unificado criterios y se ha democratizado la codificación de las comunicaciones, y cualquier gesto de transmisión es mucho más universal, no dependiendo necesariamente de tu propia experiencia cultural.
Esto tiene una ventaja, pero no se debe olvidar que ello nos lleva a una uniformización. Las especificidades van diluyéndose, por lo que nuestras características como personas y como pueblo corren peligro. Y son precisamente esas especificidades las que debemos mantener, por lo que se trata del gran reto que tenemos. Creo que la televisión, como el elemento de masas más generalizado, está uniformando peligrosamente la manera de pensar y de establecer conductas, por lo que está realizando mucho daño. Los criterios economicistas de la televisión les llevan a programar solamente lo rentable económicamente, apartando el resto de valores. Y por mimetismo, cantidad de conductas humanas se asemejan a patrones vehiculizados por la televisión. Y esto es muy grave.

De el Congo a Donostia, pasando por Bruselas, donde estudia ciencias de la comunicación…
Desde África me mandan a Bruselas a estudiar medios de comunicación social. Es curioso el proceso, ya que los jesuitas estaban pensando en una posible televisión en el Congo, donde en aquella época aún no existía. Obviamente era una idea descabellada ya que un estado no deja en manos privadas el lanzamiento de una primera cadena de televisión. Pero yo marché a Bruselas. Y tras estudiar la carrera volví a San Sebastián, pero me estaba planteando dejar la Compañía. Notaba que iba a perder la libertad que había tenido en Bélgica y eso me preocupaba. El embudo de mi vida corría el riesgo de estrecharse de manera palpable. Por otra parte, para entonces —año 1971— el Congo ya comenzaba a dar muestras de ser un país verdaderamente independiente, y me di cuenta de que mi presencia como europeo en aquel país africano era un estorbo. Pensaba que mientras yo estuviera allá, ellos no iban a ser suficientemente libres como para hacer frente a su propio destino. Y en aquella tesitura personal, decidí dejar la Compañía de Jesús y por consiguiente, tampoco volví al Congo, en aquel momento ya llamado Zaire.

Inmediatamente comencé a trabajar en la radio, Radio Popular —entonces de los jesuitas— donde hice básicamente dos programas. Uno informativo, como periodista, en el que me sentí relativamente a gusto. Pero, sobre todo, donde me realicé fue haciendo un programa creativo de música popular, que entroncaba con mi idea humanista de profundizar en las raíces de las personas y de los pueblos. Investigaba la música de los pueblos del mundo y ello me permitió que el programa —que se llamaba “Pueblo que canta no morirá”— fuera un gran éxito y yo me sentí muy afortunado por hacerlo. Esa manera de actuar en la radio coincide con la forma mía de hacer cine.
De esa experiencia en la radio pasa a un proyecto novedoso, cual es HABE, la entidad encargada de la euskaldunización y alfabetización de adultos…

Yo entro en HABE por una carambola extraña. En Radio Popular se iba a reestructurar la emisora por cuestiones económicas. Para recolocar personal propusieron al incipiente Gobierno Vasco, que trabajaba en la creación de una Televisión Vasca, algunos nombres de personas con conocimientos en el medio televisivo. Y de esa manera estuve entre los ofrecidos, pero al no hablar yo en aquella época el euskera no se creyó oportuno que formara parte de la primera plantilla del ente que se iba a poner en marcha. Por lo que quedé fuera, por no completar la vertiente lingüística necesaria. Curiosamente, también se estaba a punto de crear HABE, el ente vasco para euskaldunización y alfabetización de adultos y desde allí se me propuso que hiciera un esfuerzo por aprender rápidamente la lengua vasca y poder comenzar a trabajar en el apartado audiovisual. Así lo hice. Estuve en un internado estudiando la lengua, pasé posteriormente por un caserío para consolidar mis conocimientos, y empezó mi periplo en HABE, en donde me he jubilado.

Como espectador de excepción en la historia del cine vasco contemporáneo, ¿cómo ve la situación actual?
Yo separaría el cine vasco como elemento cultural y el cine vasco como industria. En el primer apartado, y dejando al lado toda la producción y experiencias en tiempos del cine mudo, el punto de inflexión, desde donde verdaderamente se da un cine vasco muy entroncado en las raíces culturales de este país, es a partir de 1968, con Ama Lur. Desgraciadamente quedó como experiencia casi única, que casi-casi hasta nuestros días no se ha vuelto a retomar. Se trataba de hacer un cine vasco basado en las maneras vascas de narrar y de transmitir mensajes, utilizando el bertsolarismo, las tradiciones orales, las kopla zaharrak etc. Prácticamente nadie siguió la estela abierta por Ama Lur, ya que uno de los problemas fundamentales en el cine vasco ha estado ligado a la utilización de la lengua. El euskera no se ha utilizado en nuestro cine para vehiculizar el mensaje hasta el momento en que ha llegado la generación que se ha formado integralmente en el idioma vernáculo. Es el caso de Asier Altuna, Telmo Esnal, Eneko Olasagasti, Carlos Zabala, Josu Martínez, Jose Mari Goenaga, Jon Garaño, Mireia Gabilondo y una larga lista de personas que llegan al cine después de haber mamado directamente de la cultura euskaldun. Los anteriores realizadores vascos eran casi en su totalidad de fuente castellana, que podían hacer un tipo de cine vasco pero con la rémora de no dominar la narrativa vasca. Con la aparición de estos jóvenes en la década de los noventa cambia la forma de contar y se expresan de forma adecuada desde sus primeros cortos, fructificando la siembra en sus últimos largos como Maité, Urte berri on Amona, Aupa Etxebeste, 80 egunean, Bertsolari, Sagarren denbora, etc. Se empieza a hacer un auténtico cine vasco.
Analizando el cine como industria, desde Ama Lur hasta la llegada del Gobierno Vasco fue una aventura difícil. Una vez establecido el gobierno autonómico en la década de los ochenta, se crea una especie de edad de oro con la política de las subvenciones. Se hicieron muchas películas que contribuyeron a crear una pequeña infraestructura industrial. Pero su desarrollo posterior no fue el deseado, por lo que la mayoría de las nuevas películas tuvieron que prepararse con empresas de Madrid o Barcelona. Parece que últimamente, con esta nueva generación entroncada así mismo en el aspecto cultural, se retoma la tendencia hacia la producción en el país. Las productoras locales son más fuertes y se trabaja sobre modelos que se van asentando poco a poco, y aunque para determinados aspectos se tenga que recurrir todavía a las grandes empresas radicadas fuera, las productoras se han consolidado aquí en Euskadi y el desarrollo del cine vasco es cada vez más potente.

Le veo con una visión positiva del sector. ¿El tejido cinematográfico puede echar hacia delante?
En el período de crisis –no podía faltar la palabreja- en que nos movemos hacer futurismo es de locos. Nuestras productoras van a sufrir el recorte en inversiones. Son productoras que han trabajado bien, con flujo estable, sobre todo en el campo del cine de animación para niños. ¿Hasta dónde les afectará la actual situación? ¡Vaya pregunta! Las empresas pequeñas subsisten en base a trabajos alimenticios, no tanto creativos. La televisión vasca, por ley, ha llegado a algunos acuerdos con la Asociación de Productores de Euskadi, por lo que el ente público debe invertir en productos de ficción y documentales, y se obligan así mismo a distribuirlos. La salud es relativamente correcta, si bien las perspectivas no auguran seguir siendo optimistas. La televisión no siempre ha sido tan receptiva. Ahora, con unas normas que ha establecido para poder entrar a coproducir, la relación es más fluida. Pero la normativa es muy restrictiva y, por ejemplo, yo no he podido colaborar con ETB con ninguna de mis películas, aunque estoy convencido del interés social de las mismas.

¿Los que se dedican al mundo del cine —realizadores, productores, directores…— con un reto indudable de creatividad, son también optimistas en ese aspecto?
La cuestión económica es algo que corresponde montar a cada productor. La política del Gobierno Vasco ha sido ciertamente generosa en cuanto a subvenciones. Parece que se van a eliminar las ayudas a guiones y a cortos, lo cual es una malísima noticia. Existen los casos como el mío, en que como productores recurrimos a la subvención cero, haciendo las películas en un espíritu de total dedicación y sacrificio, tanto en la parte técnica como puramente creativa. La tecnología existente hoy en día nos permite llegar hasta donde hace poco era imposible suponer. Los resultados son muy encomiables y muy exportables a distintos tipos de soporte: televisión, pantallas de cine, Internet etc. Hablando de la red, me parecen básicos los escaparates existentes para ofertar nuestras películas, que permitan una circulación libre y que el que lo desee las pueda ver. Por ejemplo, mi película “La plaza de la música” está siendo vista en Internet y es algo que agradezco. Por lo que hemos visto recompensado el esfuerzo de creatividad, y nuestro mensaje está siendo conocido y divulgado.

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