Patricia Highsmith dio rienda suelta a su mente a los pies del Vesubio, el mítico volcán que un día acabó con Pompeya y desde el que se alcanza a ver uno de los parajes más bellos del mundo, el golfo de Nápoles.
Allá por julio del 2011, Lantxabe seguió los pasos de Tom Ripley por las tierras de sabor a pizza y limoncello; el 5 julio los viajeros de Lantxabe hollaron la cumbre del volcán, esa tarde llegaron a la ladera de Vesubio, dispuestos a conquistar su cima, para poder apreciar en todo su esplendor el panorama de sus vistas con Pompeya al fondo. La boca del volcán sí se pudo ver pero la niebla impidió disfrutar de la panorámica.
Aquella primavera, durante los meses de abril, mayo y junio, el ciclo de Literatura y Cine de Aiete, se dedicó a Nápoles y al sur de Italia; se cerraba la tanda con la novela ‘Duo’ de Colette -hoy en las pantallas de la ciudad- y la proyección de ‘Viaggio in Italia’ de Roberto Rossellini, rodada en Nápoles y basada en la citada novela.
Como Tom Ripley, estuvimos en Nápoles, una ciudad impredecible, canalla, descarada, totalmente caótica y, sin embargo, ególatra y altiva, encantadoramente procaz, incluso maleducada, provinciana y hortera, pero de gusto exquisito, insultantemente bello. ¡Cómo no recordar aquellos paseos nocturnos por una ciudad viva, aún con pequeños montículos restos de la huelga de basuras!!
Una mezcla perfecta entre lo primitivo y lo urbanita. Pasional y ardiente como ‘su volcán’, y también tan destructivo como la colas de lava.
Algo parecido a lo que debió de sentir Tom Ripley cuando se tropezó con Dickie Greenleaf
Decía Goethe que quien haya visto Nápoles no conocerá nunca la tristeza. Y Patricia Highsmith tecleó aquí la primera entrega de la saga de “Mr. Ripley”; Tom siempre al filo de la muerte pero haciendo malabares con la vida. Al que tanto le embarga la belleza y la exuberancia de esta tierra que pierde la razón cuando da rienda suelta a sus pasiones y sentidos. Que mata a quien ama y que se hace llamar por otro nombre porque no llega a ser siquiera una pálida sombra de él mismo.
La novela ‘el talento de mr. Ripley’, de Patricia Highsmith, que actualmente tienen entre manos las lectoras y lectores del ciclo literario, dedicado a la ‘novela negra’, ha servido de inspiración a una ópera, también a un circo y a cinco films, entre los que destacan el de Clement “A Pleno Sol” (con Alain Delon) y el de Minghella, “El talento de Mr. Ripley” (con Matt Damon).
Mongibello, el pueblo imaginario, es aquel lugar en donde se conjugan de manera exquisita, la belleza monumental con la naturaleza, con el caos, con una decadencia casi imparable y perenne, que la expedición, en aquel 4 de julio, reconocería en la costa amalfitana; un trasunto entre aquella costa y el espíritu de Positano o Ravello. Recorrieron el litoral en el autobús kamikaze -por lo difícil de conducir una pieza así entre riscos y curvas imposibles- que trajeron de Donosti, en la ida, y en los vaporetos de servicio con paradas en hermosas playas, puertos y fondeaderos, disfrutando de orillas y salvajes acantilados, a la vuelta.
El primer alto fue en la blanca Positano, que guarda su playa atrezada de colores vivos sobre la arena negra; Amalfi, la que fue la primera potencia marítima de la alta edad media antes de que Venecia le arrebatara ese puesto,
con su Duomo de fachada dorada y una escalinata que aunque el cine no ha sido capaz de calcar, sí lo hizo la expedición, con foto de grupo incluida.
Ancianos que desde sus herrumbrosos balcones descuelgan hermosos cubos de plástico utilizados como montacargas en los que se arroja un puñadito de euros para que cualquiera de la prole haga la compra y cargue en ellos taralli y parmiggiano con los que acompañar la pasta y así ahorrarse los escalones de estos viejos palazzi que en realidad un día lo fueron. La peregrinación descubrió el mascarón de proa de la ciudad, la Certosa de San Martino, la cabeza monumental del Vomero, el distrito señorial de la zona alta, repleto de palacetes, plazas y jardines y el cableado de los funiculares que bajan a la Riviera di Chiaia donde, según la leyenda, apareció muerta Parténope, la sirena que murió de amor al no haber podido retener con sus cantos al viajero Ulises que prefería seguir atado a Penélope y a su larguísima bufanda; pero el recuerdo vuela al mercado de Porta Capuana, entre barreños de pescados vivos, pizza al taglio, sfogagliatelle, babà al rum, montañas de verduras, regueros de sangre de animales recién sacrificados y las figuritas de Belén en la cercana vía San Gregorio Armeno. Sobre uno de los belenes de Nápoles, nuestro añorado José Pizarro, diseñó, ayudado por el Photoshop, una bellísima foto de grupo. Viajamos al centro de la tierra en Nápoles, en el área arqueológica de la basílica de San Lorenzo Mayor, para seguir la historia de la ciudad a través de las piedras, los estratos de las distintas civilizaciones, los restos de las casas, los mercados, las termas o los lupanares y el teatro
Este año, en mayo, volvimos a tener presente el viaje a Nápoles; la urbe del Sur, guarda el espíritu de las ciudades antiguas de Grecia que estábamos visitando, porque cada civilización ha construido encima de la anterior como si la ciudad fuera una inmensa lasagna que esconde, en cada una de sus capas, el paso del tiempo y el esplendor del pasado.
“Vedi Napoli e poi muori” (Ver Nápoles y después, morir)
Basado en un trabajo de Luis Nemolato, 07/05/2018