Empezó la sesión de cine-forum de ayer con un sentido homenaje a Juanmi Gutierrez. El llorado director presentó la última película de este Ciclo Literario, ‘I am not your negro’, de Raoul Peck, en la Casa de Cultura, poco antes de su fallecimiento.
La organizadora de estos ciclos, Lola Arrieta, hizo valer el compromiso tomado, con el propio Juanmi, en esta sesión de cine del pasado febrero, para traer y proyectar unos de sus admirables documentales en el Centro Cultural
La película de ayer movió las conciencias de los espectadores hasta el fondo de su ser.
Fue presentada por otro profesional del cine, Pedro Angel Saldaña, gran comunicador
A grandes rasgos esta road movie sigue los pasos de unos prisioneros, de identidades divergentes aunque más próximas de lo que parece intuirse en un primer momento, que gracias a una indulgencia penitenciaria gozarán de una semana de permiso para poder viajar a sus hogares de origen sitos en la región de Anatolia, que los viajeros de Lantxabe tendrán oportunidad de conocer, aunque no llegarán hasta los extremos geográficos del film.
Anatolia es un lugar históricamente convulso morado por un crisol de etnias. En esta región, como tuvimos oportunidad de conocer, en el Ciclo dedicado a Gracia el pasado año, se han dado los más sanguinarios genocidios, entre diveros pueblos, pero especialmente entre Griegos y Tircos u Otomanos.
Los cinco prisioneros con permiso van a reencontrarse con sus familias, convertidas en un ente extraño generado por la obligada separación.
Yilmaz Guney sitúa la historia en una región primitiva y áspera de Anatolia, logrado el efecto remover las conciencias de la nutrida concurrencia. Este efecto no hubiera sido el mismo si el director hubiera filmado en la ciudad de Estambul.
Güney opta por retratar con gran maestría y acierto la forma de vida en la Turquía profunda, tradicional, supersticiosa y arcaica, de los años 80, poco después del sangriento golpe de estado. Güney fotografía sin pudor a niños piojosos y desnutridos fumando como carreteros, plasma los odios viscerales que emergen de entre los componentes de una misma familia que no perdonan la supuesta afrenta de una mujer, penetra en sucios y lascivos burdeles y denuncia la crueldad e intolerancia imperante en la Turquía presa de miedos y tradiciones que es habitada por lugareños de rostros curtidos por el trabajo rural. Emergen los odios étnicos en torno al asunto kurdo
La película comienza en una cárcel. Los carceleros cantan los nombres de los prisioneros que han tenido la suerte de recibir una epístola de sus familiares. Mientras esto sucede, la cámara se fija en una serie de reos que con nerviosismo y esperanza mantienen la expectativa de que el gobierno vuelva a conceder permisos penitenciarios para así poder visitar a sus familias. Dice la leyenda que Güney se granjeó la confianza de las autoridades turcas para lograr su cooperación en la filmación de la película, urdiendo el engaño de hacer creer a los mandos policiales y militares que iba a filmar una película indulgente con los métodos carcelarios turcos. Una vez abandonada la vigilancia carcelaria los ex cautivos emprenderán en principio un esperanzador viaje de reencuentro con sus familias.
Lo que iba a ser un viaje placentero y alegre, poco a poco se va tornando en un desolador y amargo itinerario, en el que el miedo, el desencanto y la insatisfacción ganan la partida a la primera ilusión.
Pedro Angel Saldaña, en su intervención posterior a la visión de la película, subrayó que La acción se centra sobre todo en tres personajes: un prisionero político kurdo que anhela retornar a su país de origen, un padre de familia que trata de recuperar el perdón de su mujer, hijos y familiares los cuales le culpan de provocar la muerte del hermano de su esposa tras participar ambos en la comisión de un robo en el que resultó muerto su cuñado y por último el de un joven casado con una mujer acusada de prostitución que se verá obligado por su familia de sangre y política a buscar a su cónyuge para matarla conforme mandan las tradiciones ancestrales arraigadas en el alma de la Turquía más primitiva.
Los otros dos personajes ofrecen simpatías contrarias y simbolismos, como el pequeño, en estatura, protagonista, que se hace acompañar por una activo canario y el otro, más descarado, que hace una proposición de casamiento que llamó la atención a las personas asistentes por su machismo desvergonzado, provocador y escandaloso.
Las tertulianas afirmaban en su intervenciones, que entre las rejas físicas de la cárcel -rejas que les acompañan, simuladamente, en el viaje- había más libertad y alegría que en la sociedad despojada de rejas físicas, pero ataviada con la represión más agónica, la de la intolerancia y la brutalidad extrema, que igualmente impiden a los ciudadanos moverse con libertad por los campos y ciudades desprovistos de verjas, pero gobernados por tales inmoralidades.
Los trayectos vitales que expone la cinta sirven a Güney para dibujar la opresión reinante en la sociedad turca en tres esferas diferentes: la violencia política profesada en contra de los kurdos, el trato degradante e insensible al que están sometidas las mujeres las cuales carecen de posibilidad de perdón ante el machismo y la demolición de las relaciones familiares progresistas y humanas motivada por el odio y la incomprensión de los miembros más insolidarios y recalcitrantes del ente doméstico.
La población de estas regiones extremas de Anatolia aparece ofuscada en sus propias tradiciones e incapaz de iluminar el futuro con la luz de la compasión y el humanismo.
En la tertulia posterior, en el Bar Munto Berri, se valoraba el film como película poética que atiende una activa denuncia en contra de las injusticias aceptadas por gran parte de la población y que añade a su excelente dialéctica y guión una impecable factura técnica.
Este elemento también se introduje en el debate-forum dentro del salón de actos, aunque no se resaltó la genial música intimista que hipnotiza y engrandece las escenas de mayor intensidad sentimental.
Impresionó la fotográfía espectacular y diversa de la cinta: en los primeros compases nos deleitaremos con fastuosas tomas en tren de los campos abiertos de Anatolia -como nos hizo ver Pedro Angel-. Una tertuliana subrayó la visión de harapientos niños de etnia kurda, mujeres ataviadas con y sin pañuelo musulmán, sobrepobladas de coches y suciedad (escenas resaltadas por el empleo de tomas cenitales)
A la gente nos sobrecogió la bellísima exposición pictórica de parajes nevados, agrestes y montañosos en los que el cámara consigue inducir espejismos fotográficos aprovechando las níveas brumas del paisaje culminada con una feroz congelación de un inocente personaje que agrietará un poco más el corazón de este maridomás enamorado de lo que él creía estar.
Sin duda Yol debe ser una película de cabecera para los amantes del cine realista, nihilista, pesimista y severamente atroz. Su aparente frialdad y sobriedad encierra una feroz declaración en favor de la justicia y la dignidad. Se trata de una película triste y amarga.
Los asistentes terminaron de ver la película con una sensación de vacío interior y abatimiento del que pudieron librarse en el Munto Berri. Este es un riesgo que merece la pena correr. ¿O es que solo nos gusta sufrir con Michael Haneke y su Amor?
En efecto, “Yol” es una obra maestra del cine mundial.