Viajar es una pasión entre el colectivo de gente jubilada que cada vez son más. Necesitarían vivir 300 años para poder visitar las decenas de ciudades de la tierra y las decenas de playas y de montañas que valen la pena ser contemplados: Atenas, Berlín, Edimburgo, San Petersburgo, Roma, París, Estambul, Munich
Aquí mismo, en la península, hay cientos de pueblos de Extremadura, de Aragón, de Castilla, de Galicia para visitar, hay lugares desconocidos en Portugal que son tan bellos que te rompen el alma.
Igual lo mejor es no moverse de Donostia, y así no sufrir de tanta inmensidad no pisada. Para conocer un país necesitas vivir en él una vida entera. Tal vez ni viviendo una vida entera, tal vez seis vidas, una en cada siglo. Se necesita vivir no 300 sino 600 años o más. 400 años en Italia, 250 en Francia, 100 en Gran Bretaña, y 50 años en Alemania, en Rusia, en Gracia, en Turquía. Pero la vida es corta, y para una persona que ya está jubilada, más corta. No da tiempo de ver cómo los países caminan también sobre la vida, como si fuesen gigantes asustados.
Se sale de viaje intentando ver algo bello, fundirse con la gente y el paisaje, descubrir nuevas culturas, escuchar idiomas diferentes. No para convertirse en experto en aeropuertos y en habitaciones de hotel.
Hay países que no suelen entrar en la programación, Eslovaquia, Sudáfrica y continentes como Australia.
¿Es justo morir sin ver docenas de ciudades que hubieran llenado la vida? ¿Qué es el la jubilación? Es el tiempo regalado para visitar la grandeza de este planeta. No se puede invertir la vida entera en el conocimiento del mundo, pero si lo esencial de la jubilación.
Como de jubilado se tiene mucho tiempo pero pensiones limitadas, en esta edad, al al final, te haces adicto a Google Maps. En la pantalla del ordenador, sale el globo terráqueo, Chad, Uzbekistán, Yemen, Birmania, Camboya. El mar de Bering, el mar de Labrador, el mar de Tasmania o la isla Isabela o la isla de Ámsterdam, que está deshabitada, en medio del océano Índico, allí, abandonada, como un mendigo del universo.
Pero nunca vamos a esos sitios. Nadie organiza viajes así.
Magallanes, vio la tierra desnuda, él la vio tal como había sido durante milenios. Magallanes vio lo que ya nadie podrá ver jamás. Y le acompañó y sucedió nuestros Juan Sebastián Elcano -antes de que se pusiera de moda el Quinto Centenario de su Primera Vuelta al Mundo, el equipo cultural de Lantxabe ya le rendía en la Casa de Cultura de Aiete-
Ni siquiera conocemos nuestra bellísima Gipuzkoa, ni Euskal Herria, ni la ciudad en la que vivimos, sólo el centro, y el gobierno municipal lo sabe, y se gasta el dinero en adecentar el centro para que vengan los turistas y así engrosar las arcas del mundo de la hostelería, que tanto ama al gobierno municipal y que le deja alguna pedrea para adecentar el centro (para los partidos que gobiernan Donostia los barrios existen en los folletos de propaganda electoral; de Aiete sólo conocen el palacio para hacerse fotos).
Parece que la jubilación es esa etapa de la vida en la que se recuerda que nos vamos de este mundo sin ver el mundo, pero con ganas hacerlo.