Un día como hoy, en esta mañana de martes, así sucedía en el paseo por el parque-bosque de Puio: una amplia brigada de trabajadores se afanaban en cortar la hierba.
Las praderas de Puio desprendían un penetrante y arrobador olor. El camino ascendente por sus senderos asfaltados hasta llegar a la cumbre, envuelto entre árboles y paisaje, es de una belleza única; un rincón en la punta del barrio de Aiete, centro a la altura debida de la propia Bella Easo.
La arboleda de Puio tiene una amplia dotación y se ha hecho adulta: poderosos robles, sólidos castaños, abedules, acebo, arces, cedros, grandes magnolios, tilos, olmos, algunas hayas, alisos, falsos plataneros.
En este edén no se camina sólo, familias, personas solitarias con perro, pareja de ancianos… en la tontorra, “Villa Puyo” (próximo al cercado, un mirador semi-sepultado y abandonado desde donde partía el funicular de Puyo)
Como le ocurre a Serrat con el objeto de su amor, el nombre de Puio sabe a hierba, césped desde dónde se divisa la ciudad en el valle y que se hace fuerte “a golpes de sol y de agua”, como sucedía esta mañana
El viaje del paseante es al revés de la canción, echa a andar, desde el mar, desde el barrio, hasta la tontorra del monte. Y el transeúnte canturrea “Porque te quiero a ti, Porque te quiero, Cerré mi puerta una mañana, Y eché a andar». El recorrido se hace corto y se siente la naturaleza a flor de piel.
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Hace cien años
Villa Puyo “Se alquila, con funicular propio y dos garajes. Informarán: Plazuela de Lasala, 1, 3º».